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Edición 223

Crisis: memorias
del subdesarrollo

CARLOS RAMÃREZ HERNÃNDEZ

Casi nunca la realidad coincide con las expectativas. Y menos con las estadísticas. Entre los economistas críticos hay una versión resumida de la economía como un laberinto de espejos: “dadme una estadística y os mostraré una crisisâ€.


Si bien las cifras oficiales hablan de que México tocó fondo en la recesión y comenzó la reactivación, el escenario de largo plazo dice otra cosa: el hoyo recesivo del 2009 de -7.5 por ciento de PIB fue tan grande que la recuperación de lo perdido puede tardar casi veinte años.

Las expectativas oficiales comienzan a celebrar con anticipación un crecimiento de tres por ciento para el 2010 y probablemente de 3.5-4 por ciento para 2011 y 2012. Sin embargo, no debe perderse de vista que el PIB del 2008 fue de 1.2 por ciento y el del 2009 bajó a -7.5 por ciento. El crecimiento económico promedio anual de 2001-2007 fue de 2.4 por ciento y el del periodo 2008-2012 será -cumpliendo la meta oficial de tres por ciento en 2010 y cuatro por ciento en 2010 y cuatro por ciento en 2012- de 0.9 por ciento anual en el quinquenio.

El asunto es de semántica. Las cifras anteriores quieren decir que el país podría reactivar el ritmo de crecimiento económico positivo pero no recuperar lo perdido en el 2009. Para realmente recuperar lo perdido, la economía necesita acumular más o menos 10.5 puntos del PIB -la meta original de tres por ciento más el 7.5 por ciento perdido- adicional al 3.5 por ciento promedio histórico. Es decir, crecer a 13.5 por ciento en el 2010. Pero como no puede alcanzar esa cifra, lo más probable es que entonces quizá se logre un punto porcentual adicional al 3.5 por ciento promedio Por tanto, la verdadera recuperación de lo perdido en el 2008-2008 podría tardar más de quince años.
Lo que queda como lección de la crisis es algo que ya se sabía: el actual modelo de desarrollo y su correlativa política económica apenas pueden satisfacer las demandas de bienestar de poco menos de la mitad de la población. En este contexto, la euforia oficial debe ser matizada por dos hechos: la economía efectivamente podría retomar su ritmo histórico de crecimiento de 3.5 por ciento pero sin cobrar algo de lo perdido. El único camino que existe para que México crezca más de la media histórica radica en la urgencia de cambiar el modelo de desarrollo y asuma una política económica menos dominada por los dogmas y más orientada a satisfacer las necesidades de bienestar de los mexicanos.

El desafío que enfrenta el ciclo panista en la presidencia de la república tiene que ver con su viabilidad como garante del desarrollo. Si se cumple la meta de tres por ciento en 2010, cuatro por ciento en 2011 y cuatro por ciento en 2012, la tasa promedio de PIB del periodo panista 2001-2012 será de dos por ciento, contra la media de 2.5 por ciento del periodo neoliberal 1983-2000. Es decir, los panistas podrían dejar la huella de mediocridad en el desarrollo igual al periodo neoliberal de bajo crecimiento y alta inflación.

Las tasas de crecimiento económico tienen dos enfoques: uno señala la posibilidad que tiene la economía para crecer sin inestabilidad y ahí el ritmo promedio no puede ser mayor a 3.5 por ciento. Sin embargo, aquí se ha insistido en las cifras oficiales de que el verdadero factor de crecimiento económico es la creación de 1.2 millones de nuevos empleos al año para la nueva fuerza de trabajo que se incorpora como población económicamente activa y para lograr esa tasa de empleos formales la economía debe crecer 7.5 por ciento promedio anual. Otra prueba de que el actual modelo de desarrollo y su correlativa política económica sólo puede ofrecer empleo formal a la mitad de la población y la otra se queda estancada en el subempleo.
Por tanto, el verdadero debate debe darse no en torno a la cifra de reactivación del ritmo de crecimiento de la economía sino en el planteamiento de la meta de recuperación social de lo perdido en la crisis. Ahí se localiza el escenario del modelo de desarrollo: un modelo para la mediocridad o uno para el bienestar. Así de simple está la cosa.



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