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Edición 218

“ESCENARIOS DE LA DESCOMPOSICIÓN”

Charlas con calor infinito

GUILLERMO FABELA QUIÑONES

- ¡No! Están muy equivocados al creer que yo soy el principal culpable de lo que le ocurrió al país… Culpables somos todos, unos más que otros, desde luego, pero al fin y al cabo todos participamos en la fiesta.

- En eso tienes razón, Carlos, yo acepto mi culpabilidad, en el nivel que le corresponde, aunque si nos ponemos a hacer comparaciones entre lo bueno y lo malo de nuestras acciones, en mi caso creo que el saldo es muy positivo.

- Si a esas vamos, ese sería también mi caso, pues no hay comparación entre tu sindicato, por muy grande que haya sido, y la confederación de sindicatos que yo manejé…

- Estás mal, Joaquín, tu pinche confederación era un cadáver cuando la tomaste en tus manos, no te hagas pendejo.

- Vamos, vamos, no tiene caso ese tipo de discusión, el hecho claro y objetivo es que ninguno de nosotros quiso aceptar la realidad, que nos estaba indicando la necesidad de darle más pan y menos circo al pueblo.

- En eso tienes razón, Carlos, pero no te olvides que durante muchos años, mientras el PRI estuvo en el poder, fue práctica común el populismo que sólo influyó en una más acendrada irresponsabilidad del pueblo.

- Tú deberías callarte, Vicente, pues si alguien fue irresponsable fuiste tú. Recuerda que Martha, aquí presente, fue la que gobernó en tu lugar. ¿O acaso estoy mintiendo?

- Eso no viene al caso, Carlos. Además, bien sabes que a Martha no se le ha quitado la depresión y no le interesa meterse en discusiones. Otra cosa hubiera sucedido si Martha es mi sucesora. ¡Hubiera sentado las bases de un país moderno!

- ¡Hubiera acelerado la revolución! Ustedes dos, y su partido, nunca tuvieron conocimiento de cómo gobernar una nación como México. Hay están las consecuencias, que hablan por sí solas. Mejor deberías callarte, como lo hace Felipe, quien ni siquiera se junta con nosotros porque sabe que metió las patas, aunque no en la medida que lo hubiera hecho Martha.

- ¡Tú no eres nadie para callarme! Habrás tenido mucho poder, más que cualquier otro político, pero ahora eres igual que nosotros. Si crees que no tienes culpa en lo que pasó, pregúntale a Colosio, a José Francisco Ruiz Massieu, a…

- No tengo nada que preguntarles. Además, bien sabes que no me dirigen la palabra.

- Son unos ojetes, malagradecidos. Si lo sabré yo, que padecí a Zedillo cuando fue secretario de Educación Pública. Con los otros dos nunca me llevé, por suerte no llegaron a tener más poder, pues me hubieran hecho talco. Ahora soy yo la que los tiene arrinconados, por ojetes y malagradecidos.

- En eso tienes razón, pinche Elba. Todavía se me revuelven las tripas al acordarme de los corajes que hice por culpa de ese par de ojetes de Colosio y Ruiz Massieu.

- Tú tampoco deberías hablar, pinche Joaquín, nunca aprendiste nada de la vida, briago como andabas todo el tiempo. Lo único que aprendiste de verdad fue robar a lo pendejo.

- ¡A mí no me vas a callar, vieja cabrona! Si a esas vamos, tú fuiste más ratera que todos nosotros juntos, con excepción de Carlos.

- ¡Qué pasó, Joaquín, así nos llevamos ya!

- ¡Esta pinche vieja, que me hace decir pendejadas!

- Pendejadas las hiciste toda tu vida, por eso puedo afirmar que tú fuiste de los principales culpables de lo que nos ocurrió, borracho hijo de la chingada.

- Vamos, vamos, no tiene caso alterarse. Lo que pasó tenía que pasar, si lo sabré yo que fui el principal artífice del cambio que se dio a partir de 1983. Aunque en honor a la verdad, las cosas no salieron como se habían planeado. No estábamos preparados como país para una modernización acelerada.

- No te la jales, Carlos, si no estás hablando con tus pendejos. Lo único que hiciste fue modernizar la corrupción, hacerla trasnacional, más lucrativa, por algo llegaste a ser el político más rico del mundo, aunque tal parámetro no lo tenga la revista “Forbes”.

- Tú no te quedas atrás, pinche Vicente. Si a esas vamos, me debes mis comisiones por lo mucho que robaron tú y Martha gracias a mí.

- Mejor ahí le paramos, lo cierto es que tú fuiste nuestro maestro, honor a quien honor merece.

- Lástima que no hubieran aprendido las cosas buenas que debieron aprender, tú sobre todo, que desperdiciaste la oportunidad que te dio el pueblo de hacer un gobierno con apoyo popular, oportunidad que sólo el general Cárdenas tuvo como mandatario.

- ¡Qué pasó, Carlos, no debes mencionar aquí a ese cabrón!

- Perdón, Joaquín, tienes razón. Es que a veces se me olvida donde estoy.

- Que bueno que se te olvide a veces, porque lo que es a mí, todo el tiempo sufro en carne viva el sufrimiento de estar aquí para toda la eternidad, sin poder disfrutar del rancho de San Cristóbal, en compañía de mis nietos.

- Vaya, yo creí que habías perdido el habla, Martha. Esto te pasa porque nunca pensaste que tus privilegios en el mundo eran pasajeros, aunque lo mismo nos pasó a todos nosotros, nomás que al menos yo bien sabía que la fiesta tendría que acabar.

- Sí, también lo sabía, pero fue muy pronto, cuando apenas le estaba tomando el gusto a las buenas cosas de la vida, cuando mis pobres hijos comenzaban a disfrutar los beneficios de sus muchas inversiones.

- Así se escribe la historia, Martha, unos van y otros vienen. Ahora sólo nos queda mirar cómo mugres populistas deshacen al país con su izquierdismo sin pies ni cabeza.

- El hecho concreto es que nos ganaron y ahora sólo nos queda rumiar nuestra derrota, unos más y otros menos, como a Joaquín, quien ni sufre ni se acongoja gracias a que se la vivió borracho todo el tiempo.

- Mi trabajo me costó, Carlos, fueron muchos años de empinar el codo.

- Así fue, pinche Joaquín, por eso valiste madre al final, como igual le pasó al cabrón de mi maestro en lidias sindicales, Carlos Jonguitud Barrios, quien cada vez que me mira quisiera hacerme picadillo. En la otra vida lo hubiera hecho, de haber podido, ja ja ja.

- Es curioso que hasta aquí nos persigan las pasiones que nos acompañaron en vida. Yo también quisiera hacer picadillo a Zedillo, por traidor y pendejo. Ya le reclamaré cuando se encuentre por acá. Lo salvó vivir en el extranjero, siempre fue muy ladino, como buen hijo de jornalero que fue hasta que yo le di las mejores oportunidades de su vida.

- Me consta que así fue, Carlos. Gracias a ti, Zedillo salió de la mugre en la que vivía para convertirse en un aprendiz de magnate trasnacional.

- Me disculpan, pero yo no soy de la opinión de ustedes. Para mí Zedillo es un gran político, un hombre digno que merece la vida que sigue llevando.

- Mal harías si no le vivieras agradecido, pinche Vicente. Gracias a él tuviste oportunidad de conocer los placeres que brinda el poder.

- Será el sereno, pero yo prefiero mil veces a un político como Zedillo y no a un ojete como Manuel Bartlett, ese sí un verdadero traidor.

- Tienes razón, Elba, ese tipo de cabrones como Bartlett, Camacho, Muñoz Ledo y tantos otros convenencieros, no merecen ni que se les considere políticos, si lo sabré yo, que me formé a su lado.

- Bueno, mejor cambiemos de tema, pues ni siquiera merecen que los mencionemos. El caso es que ellos siguen allá y nosotros aquí, cuando lo indicado sería que fuera al revés, ¿no les parece?

- Por supuesto, Martha, mejor ocupémonos de hacer una saludable autocrítica que nos ayude a pasar mejor el tiempo aquí, donde las noches son interminables.

- Eso ya vale madre, Carlos, lo mejor que podemos hacer es criticar a tanto cabrón que nos hace compañía, quienes siendo iguales que nosotros, o quizá hasta peores, se sienten más dignos y se apartan de nosotros.

- Es cierto, hay están Calderón, Germán Martínez y tantos panistas que mandaron para acá junto con nosotros. De nada les valió ser dizque sinceros creyentes en Dios, igual que tanto sacerdote que se encuentra aquí. ¿Quién se hubiera imaginado verlos aquí? Yo no, desde luego.

- Tú no, porque siempre fuiste un verdadero papanatas, Vicente, perdóname que te lo diga, pero tu falta de imaginación e inteligencia nos condujo al callejón sin salida que significó gobernar en contra de la voluntad popular, con un aprendiz de político como Calderón.

- ¡Mira quién habla! ¿Acaso no fuiste tú quien le robó el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas, lo que significó que gobernaras en contra de la voluntad popular?

- No había de otra, Vicente, debes entenderlo en su justa dimensión. Cárdenas hubiera llevado al país a un enfrentamiento con la Casa Blanca en Washington, con toda la secuela de catástrofes que eso hubiera conllevado. No había de otra, para salvar a México de una segura invasión de tropas estadounidenses.

- Te sobra razón, Carlos, tu gobierno siquiera le dio un respiro a nuestro amado México, nos permitió ser más tomados en cuenta en el mundo. A mí en lo personal me dio la oportunidad de demostrar mis grandes cualidades de dirigente social, que de otro modo se hubieran perdido en el anonimato.

- Huy sí, cómo no. Tus cualidades un puro sorbete, las verdaderas eran de otro tipo, si no vamos a preguntarle a mi compadre Jonguitud… Miren, allá está, junto con don Fidel y los demás “lobitos”.

- Vamos, paren su pleito. No tiene caso discutir pendejadas. El hecho real es que con mi gobierno el país avanzó en el concierto internacional de naciones. ¿A poco no es cierto?

- Eso es indiscutible, si lo sabré yo que también estuve en Los Pinos. El TLC fue un acuerdo histórico de la mayor trascendencia, no me cabe la menor duda. El problema de fondo es la incomprensión de los mexicanos a nuestros esfuerzos por darles un país más digno.

- Puras patrañas, no queramos entre gitanos leernos la palma de la mano. Siempre quisimos el poder para disfrutarlo, si a cambio teníamos que tener algunas responsabilidades, pues bienvenidas. ¿A poco no fue así?

- Así fue, Joaquín, no te lo discuto. Así es en todo el mundo, no sólo en México. Lo que pasa en México es que el pueblo sigue sin estar preparado para la democracia, lo demostró cuando el PAN llegó a Los Pinos: no supieron, ni gobernantes ni gobernados, qué hacer con las libertades democráticas.

- Otra vez te doy la razón, Carlos. El pueblo mexicano sigue siendo como un menor de edad que necesita mano dura para actuar como Dios manda.

- En efecto, de ahí los buenos resultados del PRI durante más de medio siglo, desde 1929 hasta 1980. El problema surgió cuando ustedes, los panistas, quisieron imponer mano dura sin antes haberle sobado el lomo a los mexicanos de a pie.

- Eso hay que decírselo a Calderón… Miren, allí está, junto con Castillo Peraza y Ruiz Massieu. Vamos a charlar con ellos…

- No creo que se pueda… Mira, ya corrieron al darse cuenta de nuestras intenciones. Les digo que lo rencoroso no se les va a quitar nunca. Debo suponer que nos tienen coraje, no que se sientan más que nosotros, como supone Martha.

- Yo no supongo nada, ni me interesa. Ahora lo único que me importa es odiar a quienes nos sacaron de San Cristóbal, los seguiré odiando con todas mis fuerzas, al fin que ya no me importa el juicio de Dios.

- Es muy tu gusto hacerlo, Martha. Ahora me retiro a seguir escribiendo mi tratado de Economía en el Infierno. Nos vemos.



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