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Edición 311

 

Espionaje: El juego

que todos jugamos

 

Hay que ponernos serios: Si las revelaciones en torno al espionaje estadunidense  sobre el Estado mexicano se toman como táctica diversionista para distraer la atención popular de los críticos problemas que sobrecogen a  nuestra sociedad, o devienen mera truculencia mediática -como suele ocurrir-, estamos fritos. 


Veámoslo desde esta perspectiva: Hay elementos para suponer que los archivos digitales sobre las elecciones presidenciales mexicanas de 1988, terminaron en depósitos del Instituto Hoover, de la Universidad Stanford (Palo Alto, California, USA). ¿Con qué propósito? 

Si el dato admite verosimilitud, se podría establecer el siguiente: En aquel Instituto, se encuentra parte de los archivos del escritor estadunidense John (Daniel) Barron, autor del libro Complot contra México, presentado públicamente aquí en 1972, después de haberse entregado un ejemplar al presidente Luis Echeverría. La literatura de Barron se caracteriza por la denuncia del espionaje de la KGB, la agencia secreta de la disuelta Unión Soviética. 




¿Cómo documentó Barron su tremendista tesis? Obviamente, con información obtenida al través del espionaje. Entre los sexenios de Echeverría y José López Portillo se expusieron abundantes evidencias de las operaciones de la Agencia Central de Inteligencia en nuestro país. (Manuel Buendía Téllezgirón tuvo la primera aproximación con su trabajo de investigación periodística, después recopilada bajo el título La CIA en México. Buendía fue asesinado en 1985.) 

Como referencia climática de aquellos días de plena Guerra Fría, agentes de la extinta Dirección Federal de Seguridad podían asegurar, con elementos de prueba al canto, que bajo las mesas de los restaurantes Champs Elysèss y el Prendes o del Club de Banqueros de México, la CIA instalaba micrófonos ocultos para captar información que creía estratégica. En los primeros, se reunían conspicuos políticos de la época y, en el tercero, los personajes de las altas finanzas. 

En años previos, activo aún el Partido Comunista Mexicano, los servicios de la CIA tuvieron como objetivo lograr la ruptura de México con la URSS, Cuba o Corea del Norte. Incluso, bajo presión de Washington, el gobierno de Adolfo López Mateos expulsó a personal de la Embajada de la URSS atribuyéndole prácticas de espionaje y apoyo a movimientos disidentes. En la crisis del 68, según la militancia de los algunos analistas, se repartieron sospechas entre la CIA y la KGB.

 

El tema es demasiado grave para tomarlo a broma. Digámoslo de esta manera, aunque algunos la vean trasnochada. ¡Cuidado! Recién proclamada la Independencia de los Estados Unidos. el Conde de Aranda entregó al rey de España un Dictamen en el que  previene a la Corona en estos términos: “Engrandecida dicha Potencia Algo-Americana, debemos creer que sus miras primeras se dirigirán a la posesión de las Floridas, para dominar luego el seno Mejicano. Aspirará a la conquista de aquel vasto imperio…”. Enunciaba, con 30 años de anticipación el pretendido Destino Manifiesto de James Monroe. 

Hacia 1803, el letrado prusiano, Alexander von Humboldt, versado en oceanografía, geología, minorología, física y  otras ciencias, visitó la Nueva España (México). A principios 1804, está en los Estados Unidos. Muestra su cartografía al presidente Thomas Jefferson. Éste ordena al secretario del Tesoro Albert Gallatin, copiar los mapas y otro material científico. En junio, Humboldt reclama a James Madison la devolución de su “tesoro”. 

Cuatro décadas después (1847), en la guerra de conquista divisada por el Conde de Aranda, el México independiente es despojado de la mitad de su territorio, en una operación que condenó el entonces diputado Abraham Lincoln. 

Es absolutamente posible que, con base en los trabajos de Humboldt, empezando por John Davison Rockefeller, expansionistas norteamericanos pusieron en su mira los recursos naturales de México, empezando por los del subsuelo, y especialmente sobre el petróleo. El desencadenamiento de la Revolución mexicana no fue ajeno a la intromisión de los intereses petroleros estadounidenses. 

Hace apenas dos años, investigadores mexicanos denunciaron que brigadas de técnicos militares de El Pentágono, asistidos por académicos de universidades subsidiadas por la CIA, realizaban un preciso mapeo de regiones rurales de México. Desde antes, sin embargo, la Agencia de Energía de los Estados Unidos, disponía de información de inteligencia sobre el potencial petrolero de nuestro país. 

Antes de concluir su sexenio, Felipe Calderón autorizó vuelos selectivos de drones del Departamento de Guerra (USA) sobre territorio mexicano. En la primavera del 2012, la secretaria del Departamento del Tesoro, Hillary Clinton arrancó a Calderón la firma del Acuerdo para la Exploración y Explotación de Yacimientos Petrolíferos Transfronterizos  en Aguas Profundas. 

¿Tiene el espionaje autorizado por Barack Obama sobre México sólo el interés de conocer -prevenir o inducir- la operación política entre las fuerzas beligerantes internas? Lo tiene, no para enterarse de simples chismes palaciegos. Lo tiene, en el sentido de sacarle rendimientos que sirvan a la consumación plena de la colonización económica modelo imperial de nuestro país. 

Desde esa óptica histórica, resulta ingenuo pedir y conformarse con una simple explicación diplomática de cajón sobre la fisgonería de Washington: Perro que da en comer huevos, aunque le quemen el hocico. 

El desafío es otro y a fondo: Pensar, por fin, con auténtica perspectiva de Estado, en el diseño de un Plan de Seguridad Nacional soberano. Creer, como lo hizo recientemente el presidente de la Cámara de Diputados, Ricardo Anaya Cortés, en que el emisario del Imperio, entenderá y hará entender a su patrón que el respeto al derecho ajeno es la paz, equivale a poner el banco de sangre en manos de Drácula… y quedarse tan campante.   



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