Desde que, en 1525, los primeros corsarios ingleses pusieron pie en la isla de Terranova (hoy dominio canadiense), los teólogos protestantes empezaron a cocinar la tesis del Destino manifiesto, que el Altísimo, según su convicción, habría endosado a la potencia anglosajona.
A Isabel I la encantó la idea y alentó la aventura de conquista de nuevos espacios transoceánicos. En homenaje a tan encumbrada dama, identificada como La Reina virgen, a una entonces colonia que ahora es estado de la Unión Americana se le registró como Virginia.
La propia Inglaterra y Francia auspiciaron a las colonias norteamericanas en su movimiento de Independencia (1776) de lo que hoy son los Estados Unidos.
En 1783, el Conde de Aranda (Pedro Pablo Abarca de Boleo), cursó un memorial al rey Carlos III de España:
“Esta República (Estados Unidos) nació pigmea. Llegará el día en que crezca y se torne gigante y sólo pensará en su engrandecimiento (…) El primer paso será apoderarse de las Floridas a fin de dominar el Golfo de México. Aspirará a la conquista de nuestro Imperio, que no podremos defender contra una potencia formidable”.
En 1817, asumió la presidencia de los Estados Unidos James Monroe. Instituyó la doctrina que lleva su nombre y, tres siglos después de la lucubración protestante que citamos en las primeras líneas de esta entrega, el Destino Manifiesto tuvo como marca de la casa América para los americanos. Entendida como “América, la Unión Americana, en la que cabe todo el hemisferio.
Dios bendiga a América. Así suelen despedir sus discursos los presidentes norteamericanos cuando se dirigen a sus compatriotas en las ocasiones más solemnes.
¿Por qué sorprenderse ahora de que Donald Trump agite las almas de los estadunidenses que votaron por él, con la promesa de volver a hacer grandes a los Estados Unidos?
Humillar el orgullo de México
Demócratas o republicanos en la Casa Blanca, el santo y seña es el mismo: Al sur del río Bravo tenemos el patrio trasero.
En 1981, se instaló en el Salón Oval el republicano Donald Reagan. Con la inglesa Margaret Thatcher, proclamaron la Revolución conservadora, placenta del proyecto neoliberal y punto de partida de la globalización comercial.
Por aquellos días, alguien escuchó en la Casa Blanca la consigna: Humillar el orgullo de México.
Con el primer periodo de Reagan, coincidió el mandato de Miguel de la Madrid. Desde su campaña, en el mensaje de toma de posesión y en su Plan Nacional de Desarrollo, De la Madrid postuló, entre siete, la tesis del Nacionalismo revolucionario.
Esa tesis sería el eje en el que se sustentaría la defensa de la soberanía nacional.
Congruente con esa doctrina, De la Madrid fincó su diplomacia activa en el Derecho Internacional, que consagra los principios de No Intervención entre Estados, la libre determinación y la solución pacífica de los conflictos.
De la Madrid auspició la pacificación de la desgarrada América Central. De su iniciativa, surgió el Grupo Contadora, en el que los gobiernos pares reconocieron el liderazgo de México.
Reagan respondió con la Operación Irán-Contra para el derrocamiento del gobierno sandinista de Nicaragua.
Soberanía Nacional, un dogma pasado de moda
El ciclo del Nacionalismo revolucionario se fracturó en el siguiente sexenio mexicano, a finales del segundo mandato de Reagan.
Llegó al poder la neoliberal Generación del cambio, liderada por Carlos Salinas de Gortari. Entonces, el discurso público, en un ominoso viraje retórico, codificó como un dogma obsoleto la soberanía nacional.
Para efecto del tema que nos ocupa, está el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá (TLC, hoy TLCAN), el punto de inflexión en la Historia de México, de cuyas consecuencias hoy pagamos la factura.
El TLC, que se presentó inicialmente como Acuerdo, empezó a negociase con la Casa Blanca de Reagan y se selló con su sucesor Bill Clinton.
Una perversa omisión y una cláusula secreta
Dos acotaciones, no precisamente accesorias, deben puntualizarse: 1) Conocida ya la experiencia de la Europa unificada en la materia, lúcidos mexicanos propusieron que en el TLC, con la libertad de Comercio e Inversión, se acompañara el libre tránsito de mano de obra entre los países firmantes. Esos mexicanos no fueron escuchados, y
2) En la biblioteca de El Capitolio, constan testimonios de que la representación de Salinas de Gortari introdujo secretamente la cláusula de los hidrocarburos mexicanos que, obviamente, no apareció en el texto que fue entregado para su sanción al Senado de la República.
¿En qué consiste el pago de factura del que hablamos líneas antes?
Se constitucionalizó la Reforma Energética (RE) en el peor de los mundos posibles, el de la crisis de los precios del crudo: Las insuficiencias y deficiencias de la instrumentación de la RE, dejaron al garete la economía nacional y las finanzas del Estado.
Ahora aflora el costo de la omisión en la negociación del TLC de 1993: No se atendió la propuesta de que se defendiera el libre tránsito de mano de obra.
La raíz de todos los males
Causa efecto: El TLC, con el agregado de la contrarreforma agraria, violentó la economía rural (tanto como la de la pequeña y mediana industria nacional) y disparó la expulsión de mexicanos hacia los Estados Unidos.
Una observación indispensable. 1993: En los días en que se negociaba el TLC, surgió el movimiento América Estamos Unidos. Su paladín fue Ross Perot. Sus proclamas: ¡Norteamericano: Salva tu trabajo… salva tu país”. La Generación del Cambio no escuchó. Estaba ocupada en colocar a México en “las Grandes Ligas”.
Ha llegado a la Casa Blanca el sedicente depositario del Destino Manifiesto. Desde su campaña en las primarias y en la campaña constitucional, advirtió que el TLCAN o se negociaba o se derogaba. Ya en la Casa Blanca, hace del discurso electoral acción de gobierno. En casi dos años, los conductores del Estado mexicano no escucharon. No tuvieron, no tienen, Plan B.
En esos dos años, Washington militarizó su frontera sur. Para entonces, ya eran más de tres millones de mexicanos deportados. Los responsables de la Política Exterior mexicana no se inmutaron. Ahora están que no los calienta ni el sol: Reaccionan con palos de ciego.
Meyer: Urge líder que recupera el nacionalismo mexicano
Tenemos a la vista un texto actual que no tiene desperdicio. Se le pregunta al sociólogo, historiador y politólogo mexicano, Lorenzo Meyer, ¿en qué momento estamos?
Meyer responde, “en el peor momento” y reflexiona: “En toda crisis, hay una buena oportunidad. Si hay un líder que recupere el nacionalismo, los sacrificios de aceptarán”.
La piel se enchina al leerse esta especulación de Lorenzo Meyer: “Dentro de algunos años, tal vez le pongamos una estatua a Trump como el padre de nuestra segunda independencia”.
Electrizante la propuesta, tiene un alto grado de racionalidad. Podría tomársele la palabra. O para qué se convoca a la unidad nacional, si no es para restaurar nuestra soberanía.
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