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Edición 298

DEFINICIONES
MANUEL MAGAÑA CONTRERAS
(Exclusivo para Voces del Periodista)

MIS 60 AÑOS EN EL PERIODISMO

Vocación y destino

A LO LARGO DE MI OFICIO periodístico, la pregunta  que más insistentemente se me ha hecho, sobre todo durante mis pláticas con alumnos de periodismo, se refiere a mi vocación periodística. ¿Quién me indujo a ella? Hasta ahora no lo había dicho ante el temor de lastimar a alguno de mis seres queridos. Creo que pasados largos 65 años del nacimiento de mi vocación periodística, llega el momento en que haga justicia  a quien imprimió ese don en mi fuero interno.

Manuel Magaña Contreras
Manuel Magaña Contreras

Quiero referirme a ese hecho aplicando la escala de valores; es decir, dar a cada quien el lugar que le corresponde. Mi convicción es que para aspirar a ser periodista y jefe de familia a la vez, se necesita tener una buena familia, que me fue dable formar con mi esposa Guadalupe, -dicho esto sin  soslayar, en mi caso,  mi recuerdo inolvidable  a la inspiración temprana  que llegó a mi vida cuando no supe, cuando no pude retenerla físicamente y dejó huella  para toda mi existencia...

Una satisfacción tengo al paso de los años. Una, que a mi esposa le he cumplido la promesa matrimonial, que ya está en su  62 aniversario de enlace eclesiástico , a Dios Gracias, y  mi promesa  a la autora de mi vocación, de dedicarme al periodismo, en el que ya tengo cumplidos  60 años.

¿Por qué ocurren las cosas así? ¡Dios lo sabe! Yo acato su voluntad.

A continuación narro el siguiente pasaje de mi vida:

Verano del 48

El misterio de cada vida no se explica nunca  y apenas si nosotros  podemos rescatar del olvido unas cuantas escenas  del panorama intenso  en que se desarrollo nuestro momento, expresa en el prólogo  de su obra autobiográfica Ulises Criollo, José Vasconcelos, cumbre del pensamiento mexicano.

Iba yo por los 20 años cuando conocí el barrio de San Miguel - levítico y mundano-, aunque es más exacto decir  que primero conocí a su legendario  salón de baile Smyrna Club.

Nada mejor  para la salud física y mental que el baile. El Smyrna Club, fundado por Antonieta Rivas Mercado, hija del arquitecto Antonio Rivas Mercado -constructor de la Columna a la Independencia-, mecenas de artistas y escritores, musa de Vasconcelos, según corre fama, y patrocinadora de su campaña presidencial.

Eran tardeadas  para practicar el ritmo y la melodía al compás de las grandes orquestas de los años 40, entre ellas, la del también genial compositor, Luis Arcaraz. No había venta de bebidas alcohólicas  - abismal diferencia con nuestros contemporáneos antros- , lo de mayor consumo eran los clásicos Orange Crush, a lo sumo cerveza en pequeñas cantidades. Abría sus puertas  de cinco de la tarde a diez  de la noche, como los demás salones de baile de la capital.

Entre semana con un peso me alcanzaba  para pagar los 50 centavos de oferta  por entrar antes de las cinco de la tarde, lustrarme el calzado  y pagar 20 centavos  al almirante para rociarnos de lavanda  -sobraban diez centavos-, y así entrar de riguroso traje y corbata, dispuesto a conquistar el favor  de las jovencitas  para que nos hicieran el honor de bailar con uno

Viejo Barrio de San Miguel

En el viejo y añorado barrio de San Miguel -partido “en canal” por la bárbara piqueta de Uruchurtu para abrir J. M. Izazaga-,  prevalecía un ambiente levítico.  A temprana hora llamaban a la oración las campanas de los templos de San Miguel, en  Pino Suárez y San Miguel; La Purísima Concepción, frente a la fuente del Salon del Agua; Regina Coeli, en Bolívar y Regina; Montserrat, en San Miguel  e Isabel la Católica; San Salvador El Verde, en plaza del mismo nombre; San Lucas, en la plaza del mismo nombre y la Purísima Concepción en Plaza Tlaxcoaque.

Sus vecindades, algunas de quinto patio, fueron casonas  patrimoniales de los conventos de Regina Coeli y San Jerónimo.

Como todo barrio de “polendas”, en su historial figura un afamado boxeador. En el caso de San Miguel, Carlos Pavón, el  Sheik de San Miguel,     por su parecido físico con el más afamado  de los galanes de Hollywood y latin lover en los años 30, Rodolfo Valentino, quien ganó gran fama con la película El Sheik, precisamente.

Con su hospital  Concepción Béisteguii -anexo al templo y  ex Convento de Regina-, fue uno de los barrios más autosuficientes  de la capital. El contraste con lo levítico fue  su intensa vida nocturna - dada su céntrica ubicación-, con el Teatro Politeama, Las Veladoras de Santa, rincón bohemio al que asistían artistas de la XEW, La Voz de la América Latina desde México, y los noctámbulos de Plaza de las Vizcaínas, donde tuvo su estudio Agustín Lara, y Adalberto Martínez Resortes su academia de baile en callejón de San Ignacio.

La Peña, bar de singular y merecida fama, rincón de parranderos a quienes sobraba vida, y como culminación de las noches de ronda, disfrutaban  de las interpretaciones de los tríos de mayor fama: Los Panchos, Los Tres Diamantes, Los tres Ases, Loas Hermanos Martínez Gil, y tantos y tantos más trovadores  intérpretes de boleros y de la canción romántica mexicana en general.

San Miguel, cuna de muchas películas de la Época de Oro del Cine Nacional, como Quinto Patio.

Rayo que penetró en mi alma

En el Convento de San Jerónimo , donde profesó Sor Juana Inés de la Cruz, Musa Décima y Poetisa Única, la más grande de todo México, funcionaba el Smyrna Club , con su célebre  decorado mudéjar  que hacía sentir  el profundo sentimiento  del Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo.

Allí, el destino, que suele ser la mano de Dios, me tenía reservada una cita  que me marcó para toda mi vida. Fue en el verano de 1948  cuando conocí a Enriqueta Cruz García, en un The Danzante dominical. Vestía falda negra con crinolina, zapatillas del mismo color que embellecían su silueta, blusa blanca de corbata y manga larga,  espléndida cabellera. Toda llena de gracia. Así la ví, sus ojos tapatíos un encanto.

Me enamoré a primera vista  y más cuando  me concedió el honor  de bailar con ella. Aún más, me permitió  que la acompañara a la Benéfica Hispana  -institución de salud particular fundada por asilados españoles-,  ubicada en las calles de Marsella y Nápoles. Colonia Juárez y luego acompañarla  hasta su domicilio en la calle Juan Escutia, colonia Condesa.

Después del sí, sellado con las muestras de afecto correspondientes y entregarle una foto de Elenita, mi hermanita menor  -la única que llevaba en ese momento-, una noche que fui por ella afuera de la Benéfica Hispana, mi devoción por  Enriqueta fue tal que con su bata, su cofia de enfermera  y su belleza tapatía, la ví como un ángel.

En ese instante, mi incurable romanticismo me hizo recordar aquella reflexión  del historiador chihuahuense  José Fuentes Mares: El hombre se salva por el amor, con religión o sin ella. Debiera haber hospitales  para los que no han amado, grandes hospitales que en vez de farmacias  y botiquines pongan al alcance de los pacientes, historias de pasiones verdaderas, romances que principiaron cuando el hombre y la mujer cruzaron  sus miradas a la vuelta de la esquina y terminaron por embellecer la historia   -además de formar una familia-,  como Goya iluminó la cúpula de San Antonio de la Florida.

¿Ilusiones de juventud! Ella de 17 años, yo de veinte. En aquél entonces, de acuerdo a la legislación vigente,  ambos éramos menores de edad.

Una noche,  cuando me preguntó sobre algunas cosas de mi vida de provincia en mi natal Zamora, Michoacán  y en la capital, me soltó algo que reflejó que su alma es un alma como tal como lo dice María Grever en su canción Alma Mía. Me dijo:

-         Manuel, por lo que dices, tu naciste periodista. Tú eres periodista de vocación. Tu misión es ser  un periodista  que escriba con la verdad en favor de las buenas causas.

-         Si tu deseo es que yo me dedique al periodismo, te prometo que  con la ayuda de Dios lo voy a hacer. Lo prometo y lo cumplo, le respondí.

Y aquella promesa que  Enriqueta me inspiró pronunciar  es la génesis  de mi nacimiento al periodismo profesional  -que yo practicaba a nivel amateur desde los 12 años en mi tierra natal-, y es el lazo que me ha mantenido en el oficio, porque en las horas de desmayo, mi palabra empeñada me mantiene en la línea.

Aquello fue como un rayo especialmente luminoso que penetró en mi alma. Y al llegar a ella, los destellos de ese relámpago no se han extinguido en mi vida.  Jamás mujer alguna ha llegado  tan profundamente a mi alma. Su exquisito arreglo personal era un halago para mí, de parte de esta noviecita santa  que me dio el destino en momentos  de estrecheces económicas que me desesperaban. Mis ingresos provisionales como comisionista de un almacén de abarrotes de La Merced, eran insuficientes .

Mi más grande error

El año 1948 fue de grandes logros económicos y sociales en todo el país; fue parte de La Época de Oro del Cine Nacional, del despegue industrial, de la tecnificación en el campo, de los grandes espectáculos a base de buen teatro, de excelente moda   Yo luchaba, sin éxito aún para tomar labrarme un porvenir. Era muchacho solo en la capital, carecía de familia que me apoyara.

En estas condiciones, vi a Enriqueta muy arriba de mí. Llegué  a la absurda conclusión de que no la merecía, que tendría que trabajar muchos años  para ser digno de ella y que ella estuviera dispuesta a esperarme. Hoy se que mi juventud, que la inexperiencia insalvable de mis 20 años me llevaron  al error de mi renuncia a ella.

La última vez que la ví en ese año me porté como un patán -presa de mi desesperación-, y me porté injustamente ríspido con un pretexto que yo inventé, según recuerdo. Presa de una gran angustia al concluir que la perdería, dejé de verla y cuando arrepentido y avergonzado de mi proceder  y falta de valor para enfrentar mi realidad y superarla de común acuerdo con ella, ya se había trasladado a Guadalajara, con su familia. En la Benéfica Hispana, era damita voluntaria y su nombre no es el de Enriqueta, sino otro, el cual callo por caballerosidad. Las personas altruistas suelen preferir que su obra  se haga en el anonimato. Esto me dificulto encontrarla.

Manuel Magaña Contreras

A partir de entonces, mi vida quedó fragmentada, destrozada moral y sentimentalmente. La paz interna no fue posible para mí. Tuve una época de desesperación  que afortunadamente superé  con el estudio, el deporte -el boxeo amateur-,y la oración, desde luego, como creyente que he sido siempre. Me sentía -y me siento-, culpable y consideraba que debía encontrarla para  darle mis disculpas y decirle lo que ella ha significado para mí y mi gran dolor por haberla perdido.

Perdí la esperanza de encontrarla. El matrimonio  me cayó como llovido del cielo. Ya casado 1951, me hice el propósito de cumplirle a Enriqueta la promesa de dedicarme al periodismo.

Conocer su paradero se convirtió en un reto par mí, en cuanto periodista. En la lucha por volver a velar, primero conocí a un de sus hermanos, dos tías por la rama materna, dos primos, dos hijas con sus respectivos aspirantes a yernos y  la vida me dio la oportunidad de tener atenciones con ellos. Sentí que eso fue un honor para mí. Me sentí algo aliviado de mi complejo de culpa.

En palabras de Sor Juana Inés de la Cruz, diré que Enriqueta, al dejar de verla, se llevó mi alma y me dejó el sentimiento, a lo que hay que añadir este otro pensamiento de la Musa Décima, “Y si es pena de daño al fin a ausencia, luego entonces es mayor tormento que los celos”.

Volví a verla, al fin, el 15 de julio de 1975. Un tía suya fue el contacto. 15 de julio entonces, santo de los Enriques  y las Enriquetas, casualmente.  La ví, con el único propósito de  pedirle perdón y  expresarle mi gran dolor porque por mi culpa la perdí y los sentimientos profundos  que ella despertó en mi.  Enriqueta saldría al día siguiente a Europa, para iniciar un viaje de placer con varios miembros de su familia, incluyendo a su esposo.

Cuatro meses después, un miembro de su familia  puso en mis manos tres fotos de Enriqueta. Una, de ellas, cuando  fue alumna del Colegio Madrid y las dos restantes,  de la época en que nos conocimos. Conservo de ella un pequeñito misal  para niña titulado Llavecita del Paraíso, con la Virgen de Guadalupe en la portada, por cierto. La muerte de una de sus tías, con motivo del terremoto del 19 de septiembre de 1985, interrumpió el contacto.

Cumplir el deber, salva

¿Qué interés para el lector puede tener algo tan personal como lo que aquí narro?  Puedo decir que, en primer lugar, con lo aquí dicho respondo  a las  pregunta sobre  la persona que descubrió mi vocación periodística y me empujo al ejercicio de esta actividad que me ha permitido  servir a la sociedad a través de la información, en análisis y la conclusión.

De todo lo anterior se extrae una moraleja, consistente en que el cumplimiento del deber en base a la palabra empeñada positivamente, salva al ser humano de la frustración, no obstante todas las adversidades que se puedan presentar

Dicho con el mayor de mis respetos, a  Enriqueta Cruz García le tengo cumplida mi palabra  de dedicarme al periodismo. Dicho con todo respeto también, a mi esposa Guadalupe, la que Dios seleccionó para mí, le he cumplido mi promesa ante el altar, ininterrumpidamente, durante más de 62 años, por encima de las tentaciones que suelen acosarnos sobre todo  en el ejercicio del oficio periodístico.

Cumplir salva de la frustración y la escala de valores permite dar el lugar que a cada quien le corresponde en nuestras vidas. Vocación y destino  suelen plantearnos a los seres humanos, pruebas muy difíciles de superar. La congruencia, o sea la no contradicción entre el pensamiento y la acción, es un lujo que muchas veces genera dolor. Dolor que purifica el pensamiento y los sentimientos y fortalece la voluntad para la lucha cotidiana.

Nuestro gran pensador, José Vasconcelos, nos dice: “Uno de los grandes envilecedores del alma es el tiempo”. Entre otras cosas, porque quiebra la voluntad.

Esto no es para mí. Lo que acabo de referir sobre mi vocación, lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer, lo llevo fresco en mi corazón.

Sor Juana Inés de la Cruz dice: El amor que ama sólo lo material perece como todo lo material. Quien eleva sus sentimientos a lo espiritual, trasciende las barrearas del tiempo. Esto explica el porqué de los afectos que  rebasan las fronteras del tiempo. Dicho con amor, trascendente también  a todos mis seres queridos, sin excluir a nadie.

Puedo decir que Enriqueta es un hermoso legado de juventud. que me atormenta  mis sentimientos y  fortalece mi vocación  periodística.

La vida suele asaltarnos

Sí, la vida suele asaltarnos y sujetarnos a la prueba del ácido en momentos inesperados  para aquilatar el cariño que tenemos a nuestros seres queridos.

El 8 de octubre de  1991 tuvo lugar en el ex Convento de San Jerónimo, la presentación del  más exitoso de mis 20 libros, Siete Regentes  y un Reportero. Esto ocurrió por iniciativa del gobierno del Distrito Federal. Me encontré de momento con algo que no había esperado; es decir, que en el sitio donde funcionó el Smyrna Club y conocí a Enriqueta, fuera escenario de una de mis obras como periodista y escritor. Esto, sentimentalmente fue una prueba de fuego para mí.

Es natural que cuando penetré al ex Convento de San  Jerónimo - ahora le dicen Claustro de Sor Juana-, hiciera sentido recuerdo de Enriqueta. Llegué acompañado de la familia: mi esposa Guadalupe y mis hijos Manuel, José Luis,  Silvia, María del Carmen y Elena.  Estuvieron felices cuando ante representantes de Excélsior - entonces Catedral del Periodismo mexicano cuando fui socio cooperativista  y reportero-, así como una numerosa asistencia, se dio a conocer  que el Departamento del D. F. dispuso que una sala de relaciones públicas llevara mi nombre. Se supo también que la Presidencia de la República me entregaría la  Presea Ciudad de México 1990, en Los Pinos,  por el Presidente Carlos Salinas. La alegría de los míos se hizo patente

Yo tenía que recordar a Enriqueta; eso no pude evitarlo. Lo sorpresivo en la realización de la presentación, me impidió invitarla. Fue cosa de un día para otro.

Lo que acabó por herirme sentimentalmente fue el programa musical a cargo de la soprano jalisciense, Cristina Quezada Romero y Duane Cochran al piano, con sus interpretaciones

De Júrame, Te Quiero Dijiste y Ti-pi-tin, de María Grever; Tengo Nostalgia de Ti y Qué Triste Estoy, de Tata Nacho; No Niegues que me Quisiste, de Jorge del Moral;  Las Golondrinas, de Ricardo Palmerín y Flor de Mayo, de Mario Talavera.

Fue mucho para mí. No sé como lo pude resistir para no estallar en llanto como lloramos los hombres. Yo estaba feliz con la familia que Dios me permitió formar y a  cual la he dedicado toda mi vida de casado. Sentimentalmente, tratándose de mi vida de soltero, estaba hecho pedazos. Debo confesar con toda el alma, que yo deseaba que  Enriqueta hubiese estado allí, en un momento feliz en mi oficio de periodista y escritor, como fuente de inspiración de mi quehacer periodístico.

Y con las circunstancias del caso, así fue al recibir a lo largo de mi trayectoria, siete premios nacionales de periodismo del Club de Periodistas de México y cerca de medio centenar de reconocimientos y cuya obtención abrigaba la esperanza de que me acercaran a Enriqueta.

En síntesis, así doy respuesta a la pregunta que estaba pendiente de responder sobre el origen de mi vocación periodística. Sin falsa modestia, creo que Dios me ha dado más de lo que merezco.Tener la oportunidad de cumplir con del deber es una enorme satisfacción y a mi me ha sido dable cumplirle a Enriqueta” y a mi esposa Guadalupe, -cada quien en su lugar-, de acuerdo a la escala de valores, aunque el alma sufra.

Dicho todo esto, con el total convencimiento de que el cumplir con el deber, producto del amor,  salva a la postre, aún con las imperfecciones propias de lo humano, porque Dios perdona a los que aman mucho, tal como se lo dijo a la Magdalena.

Amor -dice San Pablo -, es la plenitud de la Doctrina.  En el marco de este precepto   me he esforzado en dar y recibir amor porque estro es lo que trasciende el tiempo.

Enriqueta Cruz García es página blanca en mi vida. Aún en ausencia, me inspira y fortalece. No me perdono el haberla perdido por un error mío. A Dios le doy gracias por ella y la bendición del hogar que me permitió formar

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