Domingo, 03 de Junio de 2012 14:44 | 
Author: Mouris Salloum George | 
| Ediciòn 283 |
VOCES DEL DIRECTOR
MOURIS SALLOUM GEORGE
El asesinato como sistema
Marco Antonio Ávila García: ¡Presente! Francisco Javier Moya Muñoz: ¡Presente! Héctor Javier Salinas Aguirre: ¡Presente! Regina Martínez: ¡Presente! Guillermo Luna Varela: ¡Presente! Gabriel Huge: ¡Presente! Esteban Rodríguez: ¡Presente! René Orta Salgado: ¡Presente! Y contando. Son los nombres de nuestros colegas victimados sólo durante las últimas seis semanas. Es mejor la libertad de expresión a cualquier forma de cancelarla, fue a decir hasta Bridgedetown, Barbados, Felipe Calderón Hinojosa el día 21 del mes pasado. Y se regresó tan campante.
Persecución selectiva
Sin ánimo de dar lecciones de semántica, sin embargo conviene observar que la tipificación o codificación de delincuencia organizada -o de su acepción más impresionante crimen organizado- es aplicable a la asociación, ahora con ingeniería corporativa (el cártel), para la maquinación y ejecución de operaciones ilegales de orden comercial, financiero, mercantil, bancario, o bursátil, consumadas mediante prácticas corruptas con la finalidad de obtener ganancias lucrativas, en las que casi invariablementer se coluden agentes públicos.
Dada la naturaleza y el ámbito de esas transgresiones a la ley: Lo que se denomina economía negra, una de las caracterizaciones se refiere a criminales de cuello blanco, tipología con la que se pretende presentarlos como delincuentes “socialmente aceptables”. Esto es, exonerables.
Cuando Felipe Calderón declaró la guerra al crimen organizado, en estricto rigor la circunscribió únicamente al limitado campo del tráfico de drogas, con un acento deliberadamente disminuido sobre la producción de las mismas y mucho menos al blanqueo de las ganancias generadas por esa actividad. Cuando, para ese objetivo, se echó mano de las Fuerzas Armadas, el resultado de la primera suspicacia fue en el sentido de que el mandatario pretendería legitimarse de cara al desaseado proceso electoral del que provino su designación. O, en su caso, tratar de inhibir, con las capuchas y las armas, los movimientos políticos y sociales.
No pasó mucho tiempo para que las evaluaciones más recurrentes y coincidentes hablaran del fracaso de la cruzada. Sin dar a torcer el brazo, el propio Presidente empezó a proclamar: Vamos ganando, aunque no lo parezca. Remitió entonces la crítica a un “problema de percepción”. Y de este problema, la percepción, se encontró pronto a un chivo expiatorio: Los medios de comunicación.
Con el tacto de artillero con el que actúan algunos panistas, el primero de los cuatro titulares que en lo que va del sexenio han pasado por la Secretaría de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, subrayó la línea de aquella incriminación hasta dar por sentado que propietarios de medios, periodistas y comunicadores le hacían el juego a los cárteles de la droga, presentando los hechos criminales y la estadística de los mismos con enfoques sensacionalistas, por decir lo menos, sin ponderar en su dimensión correspondiente los logros de las corporaciones represivas.
No se informa de las cosas buenas que ocurren en México, empezó a mostrar su intemperancia el mandatario. No se da el mismo valor editorial a las buenas noticias, se empezó a corear como muletilla. Algunos intelectuales orgánicos comenzaron a hacerse eco de esa -más que queja- denuncia.
Y, solicitado u ofrecido, del grupo de anexos saltó uno -¿dos… cuántos?- que ha pretendido constituirse en comisario de medios a la usanza soviética o pinochetesca, quien, con la cartilla en una mano y la tarjeta amarilla en otra -la roja la conserva en el bolsillo para los remisos o reincidentes- ha pretendido dictar las reglas del buen editor a sabor de lo que desea el tirano pinolero, con cuya venia se siente autorizado para irrumpir en las cabinas teleradiofónicas para tratar de acallar voces, ya no para defender la política guerrera, sino para que los periodistas no se metan ahora con el que va a ganar el 1 de julio, según lo ha decretado el patrón alterno de ese interventor goebbelsiano. Es el derecho de todo intelectual transexenal.
En ese ambiente de criminalización indiscriminada de los informadores, los bandidos tomaron la iniciativa -plata o plomo- y por la vía de la intimidación o por la acción directa empezaron a compartir la represión con los agentes del Estado, señalados por gran número de investigaciones civiles como los culpables del más alto porcentaje de agresiones a la Libertad de Expresión y del Derecho a la Información.
Como parte de nuestra responsabilidad asociativa y personal, desde la aparición de nuestras Voces del Periodista hemos venido denunciando cada acción represiva u opresiva contra nuestro oficio. Lo seguiremos haciendo, pero nos negamos a convertir a nuestras víctimas en un guarismo o ecuación más de la estadística macabra.
En el actual sexenio, la demanda de respuesta a reclamos internos e internacionales de justicia, ha sido contestada, por sistema, con nuevas y falsas condolencias o pésames y la sobada promesa: Colaboración para la investigación y el castigo… para las calendas griegas. Y, en la galopante impunidad, son ahora troneras de las concesiones estatales desde donde se incita al linchamiento de los competidores de enfrente.
Ya que esperar que el relevo en los poderes en disputa traiga justicia se antoja vana ilusión, lo único que queda es rogar por que el actual mandato federal concluya. Con las manos llenas de sangre, sí, pero que llegue ya a su final. Es triste decirlo así, pero no hay otra manera pacífica de expresar la indignación.
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