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SAMUEL RUÍZ, EL HOMBRE QUE CONVIRTIÓ LA DESESPERACIÓN EN ESPERANZA
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Edición 251

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SAMUEL RUÍZ,

EL HOMBRE QUE CONVIRTIÓ

LA DESESPERACIÓN EN ESPERANZA

MOURIS SALLOUM GEORGE

 

 

“Mi gente es morena de piel. Viste de manta blanca y calza huaraches”. Elena Garro

 

“Semper moesta tua carmina morte canam” (“Siempre por tu muerte cantaré tristes versos”). Cátulo

 

Embargados por una sincera tristeza, dedicamos estas sencillas pero sentidas líneas en memoria y homenaje a un admirable hombre, religioso y mexicano: el padre Samuel Ruiz García (Irapuato, Guanajuato, 1924- Ciudad de México, 2011), quien luego de 86 lúcidos y fructíferos años de edad, nos ha dejando una memorable herencia, un admirable legado de vocación, amor a los que menos tienen y de un gran valor para tomar las banderas y las causas de los que sufren y viven marginados en una sociedad y una nación compleja y desigual.

 

Su trayectoria religiosa así como en lo político y civil hablan por sí mismas, delineando a un hombre de excepción que supo combinar su profunda vocación católica, su amor verdadero a Cristo con su conciencia de compromiso para con los más débiles y necesitados, que finalmente fue su compromiso con el México real, el de carne y hueso. Fue un ser excepcional que se forjó, en carácter y sabiduría, desde las aulas religiosas en Roma, las cuatro sesiones que presenció en el Concilio Vaticano II, como rector del Seminario de León, Guanajuato, como obispo de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas y sus cabalgatas por la indomable geografía chiapaneca, en donde abrevó el sentir, la conciencia y el espíritu rebelde y callado de las comunidades indígenas a las que aprendió a amar y defender hasta el último de sus días, hasta la última gota de sudor.

 

Para mayor claridad y fijación del lector sobre la figura de don Samuel Ruiz García, bástenos recordar aquel impresionante pronunciamiento-homenaje del 3 de noviembre de 1999, titulado “Escojan la vida” en donde casi 300 líderes religiosos cristianos, judíos, musulmanes y budistas de 26 países, celebraron los cuarenta años de “ministerio profético y pastoral del obispo de San Cristóbal, documento leído públicamente en solemne misa en la catedral de la Paz de esta ciudad chiapaneca, en donde destacan varias frases emotivas y contundentes sobre el religioso, el benefactor y el hombre, tales como: “Como el profeta Samuel, a través de los años Monseñor Ruiz ha sido juez, consejero y hombre sabio en su discernimiento…Siempre guiando desde adentro mismo de su pueblo, él ha articulado una perspectiva que resuena como una de las verdades más profundas que conocemos: que el Dios de la vida nos llama a la justicia, la misericordia y la humildad, y que solo escogiendo la vida conoceremos la verdadera liberación y la alegría. No obstante, Dios nos ha bendecido, elevando de entre nosotros a líderes profundamente arraigados en su pueblo, que aprovechas estos tiempos críticos para convertir la oscuridad en luz, el miedo en coraje, y la desesperación en esperanza. Para nosotros Samuel Ruiz ha sido uno de estos líderes”.

 

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Y ahí está su labor, su huella profunda de guía, de líder, de j’tatic (padre en lengua tzotzil), de luchador social incansable y decidido que abandonó las comodidades de su entorno religioso por el corcel que le llevaría por sierras, selvas, ríos, montes y cañadas, que llenaría sus días de preocupación y grandes decisiones frente a un sistema obtuso, ventajoso, corrupto y envilecido por siglos de dominio étnico, político, económico, social y cultural; ahí está su indeleble como inolvidable obra con los tzotziles nuevamente huérfanos del j’tatic bueno que se ha ido a la eternidad; ahí esta su honda huella entre el EZLN, el CONAI y los hechos que rebasaron, como siempre rebasan, a lo que dicen y publican los medios, pues don Samuel Ruiz se entregó no solamente a su verdad vocacional sino a un pueblo empobrecido por siglos, a la lucha abierta y sin tregua tras la justicia, la paz y el amor entre hermanos. Ese fue Samuel Ruiz García, el hombre, el mexicano y el religioso a quien no lloraremos lo suficiente, a quien jamás mataremos con el olvido por su gran obra a favor de los desposeídos, de los parias, de los marginados de una nación que al reprimirlos e ignorarlos se niega a sí misma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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