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Edición 240 | ||||
Escrito por MOURIS SALLOUM GEORGE | ||||
Viernes, 13 de Agosto de 2010 15:59 | ||||
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En defensa de ¡Ni un paso atrás!
La semana pasada, desde su sede en Washington,
Al denunciar la escalada de violencia, ese organismo agrega: “Para salvar la vida de los comunicadores secuestrados, los medios se vieron obligados a aceptar condicionamientos externos de su contenido editorial y autocensurarse para evitar cualquier posibilidad de agravar la situación de las víctimas”. En ese sombrío contexto, en Ciudad Juárez, Chihuahua, con intermediación de
El mismo día en que se publicó aquí la declaración de
En Voces del Periodista hemos citado ya al dramaturgo alemán Berlolt Brecht y su advertencia sobre la rabiosa persecución del Estado nazifascista a diversos oficios y oficiantes ante la indiferencia del prójimo, hasta llegar al punto crítico: “Ahora me llevan a mi/ pero ya es tarde”. Con independencia de expresiones solidarias que del mundo se nos comunican y las que en el interior del país se pronuncian, el Club de Periodistas de México, fiel a su razón de ser, no ha descansado en su denuncia de los cotidianos atentados contra
A fuer de ser sinceros, frente al enemigo común -que es el mismo pero diferente-, no siempre el gremio responde de manera unitaria. En la pluralidad, muchas veces se oculta cierto grado de egoísmo o cobardía que operan como estímulo para quienes son movidos por la tentación no sólo autoritaria, sino totalitaria. El incesante asedio se ceba, sobre todo, en las provincias mexicanas alejadas de la metrópoli donde, más que bien, se tiene más espacio y oportunidad de encontrar eco a las denuncias; a mayor abundamiento, el brutal acoso toma como presa más vulnerable a los medios impresos, no por modestos o irreductibles, menos sujetos de derecho.
Crímenes resonados de periodistas se inician, por señalar una data indicativa del fenómeno, con el asesinato del columnista (Red Privada) don Manuel Buendía Téllezgirón, el 30 de mayo de 1984 en
Arar en el agua, predicar en el desierto, ha sido el resultado de las constantes denuncias que las familias de las víctimas, asociaciones nacionales e internacionales de colegas, las propias empresas de medios, instituciones académicas, instancias legislativas, voces eclesiásticas, organismos de Derechos Humanos, han hecho ante los gobiernos federal y de los estados. En la mayoría de los casos, se da la insensible callada por respuesta. Peor aún: en
Que una pretendida defensa contra la metralla lo constituya el uso de chalecos antibalas, habla por sí sola del tamaño de la barbarie. Frente a ella, no nos queda más arma que la palabra, que no es sólo la de la ley: es la de
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