Porque es de nuestras más sentidas y provocadoras motivaciones periodísticas, siempre volveremos a consulta a don José Ortega y Gasset, sobre todo en estas horas críticas en las que la República, sin liderazgos confiables (sin liderazgos a secas) parece encaminarse al precipicio.
Primera cita: Dice el filósofo español, que las rupturas súbitas de un modelo cultural establecido y respetado, exponen a las sociedades al retorno a la era del orangután.
Segunda cita, sobre los métodos revolucionario y el de la continuidad. El método de la continuidad, dice Ortega y Gasset, es el único que puede evitar en la marcha de las cosas humanas, ese aspecto patológico que hace de la historia una lucha eterna y perenne entre los epilépticos y los paralíticos.
Desde donde amigo vengo
El grotesco espectáculo que hoy mismo ofrece el grupo dominante en México, empezó a montarse hace poco más de tres décadas.
Los cambios súbitos a los sistemas económico y político -el cultural empezaba subsumirse en la producción extranjera- que fracturaron al Estado mexicano en nombre de las supersticiones neoliberales, pusieron a la Nación en el umbral de la ingobernabilidad.
Las alternancias en el poder presidencial y sus correspondientes en los estados, pasaron de noche por la luminosa iniciativa de transición democrática, sobre la que algunos intelectuales orgánicos mexicanos hincaron los pilotes de su fase superior: La metapolítica, en la que la lucha de los contrarios sería encauzada por voluntades civilizatorias.
En ese aciago tránsito, se dejó al Estado mexicano sin defensas soberanas y la sociedad quedó atrapada en la estupefacción paralizante frente a la acechanza exterior.
Esa amenaza la encarna, hoy por hoy, el nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, cuyos estrategas hacen alarde de su conocimiento y dominio del lado flaco de la democracia a la mexicana.
Si el grupo dominante actual tuviera afecto por la cultura, alguna noción hubiera adquirido sobre el modo de vida norteamericano y acaso lo que el mensaje que hoy le envía el Gran Leviatán imperial no lo hubiera tomado por sorpresa.
La política de la sinrazón
1978: Sólo como una guía de exploración. Los estudiosos estadunidenses Seymour Martin Lipset y Earl Raab, en líneas de presentación de una de sus obras, descubrieron los continuos esfuerzos:
“… de los viejos grupos in, especialmente los de ascendencia protestante blanca, por proteger sus valores y su posición como fuente de nuevos movimientos sociales: Casi en cada generación, los grupos de ‘viejos norteamericanos’, que se consideran a si mismos ‘desplazados’, relativamente degradados en su categoría o en su poder por procesos debidos al cambio social, han tratado de invertir estos procesos mediante las actividades de movimientos moralistas o grupos de acción política”.
Antes, Lipset había apuntado la idea de que, cuanto menos refinado y más inseguro en el aspecto económico sea un grupo, más probable será que sus miembros acepten la ideología o el programa político más simplista. (Política de la sinrazón).
Fue, dicho ahora, lo que puso en juego el hoy inquilino de la Casa Blanca en su campaña electoral. Por eso está hoy en el Salón Oval.
No por casualidad, los autores citan al senador Joseph McCArthy. Éste, en la década de los cincuenta desató la más feroz cruzada terrorista, con la coartada de exterminar comunistas, a cierta categoría de extranjeros y a los traidores a la gran América.
En la obra citada, se incorporan resultados de una investigación de Cambridge Report en los que se revela que 40 por ciento de los consultados percibe la descomposición moral en los Estados Unidos.
En esa investigación aparece una incitante cuestión: “El verdadero modo de vida norteamericano está desapareciendo tan rápidamente que acaso debamos valernos de la fuerza para salvarlo”.
Apoyaron el uso de la fuerza 58, 56 y 48 por ciento de los entrevistados con ingresos entre cuatro mil y diez mil dólares; 43, 50 y 52 por ciento en edades entre los 46 o más de 65 años; 59 y 57 por ciento con educación primaria y secundaria, y 45 por ciento de religión protestante.
Por ubicación ideológica, 44 por ciento de los conservadores; por localización domiciliaria 43 por ciento de los habitantes en zonas rurales y 49 por ciento de pobladores del sur, apoyan en uso de la fuerza en defensa “del modo de vida norteamericano”.
Es evidente que, hacia 2016, aquellos gruesos segmentos no eran meras células durmiente. Eran tendencias que a lo largo de medio siglo, a pesar del cambio generacional, se fueron desarrollando y fortaleciendo. Trump les está dando las anheladas respuestas.
Por supuesto, los que piensan por Donald Trump, escriben sus discursos retomando los residuos doctrinales de El destino manifiesto.
Destrucción implacable de las economías latinoamericanas
Palpita aún el cadáver de Nicolas John Spykim, holandés-estadunidense quien decretó desde la Academia: “Todo lo que no sea forjar una Groosraumwirtshaft -espacio vital- que incorpore todo el continente en base a una economía planificada, con producción controlada y dirección centralizada del comercio internacional no podrá sobrevivir (…)
“Ninguno de los estados latinoamericanos se avendría a realizar de buen grado los cambios imprescindibles para crear esa economía regional. Solamente la conquista del hemisferio por los Estados Unidos y la implacable destrucción de las economías nacionales ahora existentes podría realizar la integración necesaria”.
Citamos a Spykman, porque entre sus pupilos sobrevivientes están Henry Kissinger y Zbisniew Brzezinki; aquél, conductor en su hora de la Política Exterior de los Estados Unidos; el segundo, genio de la Comisión Trilateral, que fue el huevo de la serpiente de la globalización comercial, ahora dinamitada por Trump.
Otro discípulo de Spykman, ya fallecido, John Foster Dulles, llegó a confesar: Los Estados Unidos no tiene amigos… tiene intereses. Más claro, ni el lodo.
El suicidio de las democracias
Siete años antes de que Lipset y Raab documentaran La política de la sinrazón, el francés Claude Julien, en un periodo director del parisino Le Monde, dio a la luz El suicidio de las democracias.
Se refiere este autor a las democracias occidentales y se enfoca a las de Europa Occidental y la de los Estados Unidos. Desde hace mucho tiempo, dice, los gobiernos prometen reformas más o menos audaces que llevarían a una sociedad “nueva”.
Frente al incumplimiento de esas promesas -condensadas en las aspiraciones de justicia, libertad, igualdad, fraternidad-, los ciudadanos de sienten impotentes. Su frustración y desaliento, advierte, está cercano a la desesperación, “que puede desembocar en la rebelión”.
En las dos orillas del Atlántico, observa Julien desde entonces, las zonas de miseria responden casi a las mismas definiciones: Individuos sin trabajo a los cuales la expansión económica no logra procurar un empleo; algunas categorías de asalariados sin calificación profesional, agricultores o comerciantes cuyas empresas ya no están adaptadas a las exigencias modernas; personas que no disfrutan de una pensión o garantías sociales suficientes, etcétera.
Pregunta el autor: ¿Este sistema y este régimen son democráticos cuando toleran tan graves desigualdades entre tanta miseria y tanto lujo?
Aborda la situación socioeconómica en Gran Bretaña en 1960. Ya habla de siete y medio millones de pobres (14 por ciento de la población), invisibles a los ojos del “sistema”.
Con Ken Coates y Richard Silburn, explica que, “la causa más importante de la pobreza no es la indolencia, ni la fecundidad, ni la enfermedad, ni siquiera el desempleo o cualquier clase de perversidad, sino simplemente los bajos salarios”.
Julien acude a una cita de Thomas Morton que lo explica todo: “Cuando hablamos de nosotros como del ‘mundo libre’, hablamos ante todo de un mundo en el cual los negocios’ son libres".
“La liberad de la persona viene después, porque para nosotros, la libertad depende del dinero (…) En consecuencia, la libertad esencial es ganar dinero (…). Nuestra sociedad está ordenada para los negocios, y cada vez tenemos que escoger entre los derechos de la persona humana y el beneficio de la organización que obtiene ganancias… las ganancias en primer lugar, las personas vienen después”. Esa es la doctrina que importaron los tecnócratas mexicanos: La sociedad de los Cresos.
El desaliento puede desembocar en la rebelión, advirtió el autor de El suicidio de las democracias. Medio siglo después, ¿no se expresó en Reino Unido esa rebelión en el Brexit votado en 2016?
Los entresijos del monstruo
Puesta la vista en los Estados Unidos, Julien empieza por citar al autorizado economista norteamericano John K. Galbraith, quien considera como degradadas a las personas que viven por debajo del mínimo aceptable. Degradado, replica el francés, “el espíritu democrático que pretende como suyo la sociedad”.
El problema de la pobreza en los Estados Unidos, recuerda Julien, no es ciertamente nuevo. Sin remontarnos muy lejos en el pasado, hace cuarenta años Franklin D. Roosevelt atraía la atención sobre un tercio de la población “mal vestido, mal alimentado, mal alojado”.
Para 1962, Michael Harrington, citado por nuestro autor, descubre que en los Estados Unidos, de entre 165 millones de blancos, 30 millones viven en pobreza; entre ellos muchos jóvenes y campesinos…
Guerra de clases: “Nosotros la vamos ganando”
2017: En la reciente campaña electoral de los Estados Unidos, el centro de gravedad del discurso fue ocupado por un espectro aritmético: 99 versus 1 por ciento. La ecuación de la distribución de la riqueza: 99 por ciento en manos de los económicamente poderosos; el 1 para “el resto” de la población.
Hace pocos años, el magnate Warren Buffet proclamó: Si, hay una guerra de clases en los Estados Unidos… y nosotros la vamos ganando.
En resumen, lo que Julien nos informa es cómo estaba, desde entonces, el desarrollo humano y democrático en Gran Bretaña y los Estados Unidos.
En Londres, en 2016 cayó el primer ministro David Cameron. En la Casa Blanca ya está el magnate Ronald Trump con sus expectoraciones con tufo fascista.
La democracia sin adjetivos
En los años 70, auge de las dictaduras latinoamericanas, los militares de Brasil decretaron “las fronteras ideológicas”, lindes de la pretendida restauración del Imperio portugués.
No obstante esa pretensión, algún portavoz de la dictadura brasileña, en condición de lacayo, siguiendo la línea dictada por el citado Spykman, defendió la anexión de Brasil al “área de influencia” estadunidense. Los golpistas legislativos brasileños están de regreso a esa línea.
También, para simular apertura, uno aquellos primates brasileños ofreció una Democracia sin adjetivos.
Con ese título, un intelectual mexicano presentó un ensayo sobre lo que debería hacerse en México para reparar los agravios que el régimen había infligido secularmente a los mexicanos.
Propuso como modelos de democracia a armar en México, el de Inglaterra; la que fue democrática antes de ser rica; y el de los Estados Unidos, que nacieron predestinados para la democracia.
Todavía resuena el eco: Prosperidad y felicidad para todos
Los tecnócratas neoliberales mexicanos, y algunos de sus clones ignaros, se lo creyeron. Entre los segundos, uno, que proclamó ser titular del “primer gobierno democrático en la historia de México”, propuso sin embargo que el suyo sería uno de los empresarios, por los empresarios y para los empresarios.
Todavía, en 2016, el discurso gubernamental se regodeaba con las reformas “transformadoras” que darían a los mexicanos harta prosperidad y felicidad. Casi, la saciedad igualitaria.
Entre la sartén y el fuego; entre las amenazas imperiales y la ingobernabilidad interna, el paisaje de 2018, de sucesión presidencial, se anuncia, en su síndrome patológico, como la lucha entre los epilépticos y los paralíticos. Mal presagio. Es cuanto.
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