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Edición 352
Escrito por Abraham García Ibarra   
Martes, 10 de Enero de 2017 15:28

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 Desde la ejecución del candidato presidencial del PRI Luis Donaldo Colosio en 1994 -“crimen de Estado”-, sospecharon algunos desconcertados e indignados tricolores-, la sucesión presidencial en México no cruzaba por un inexorable hoyo negro como el que se visibiliza para 2018.

En grado y en calidad, la perspectiva del 18 tiene acusadas diferencias:

Para 1994, el PRI había remontado el “terremoto político” (Miguel de la Madrid dixit) de 1988. Hacia finales de este año, Carlos Salinas de Gortari había metido en horma al PAN, al imponerle la firma de la Alianza estratégica por la que los azules le otorgaron la “legitimidad de gestión”. El Frente Democrático Nacional (FDN), que metió ruido por los resultados del 6 de julio, se disolvía en la convocatoria a la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD).

En 1991, el PRI había recuperado la supremacía en las cámaras del Congreso de la Unión, lo que le permitió a Salinas de Gortari operar con éxito la primera generación de reformas estructurales, placenta del modelo neoliberal mexicano.

Al cerrarse 1993, los detractores de Salinas de Gortari le atribuyeron el lujo de contar con tres candidatos a su sucesión: El propio Colosio, Diego Fernández de Cevallos, nominado por el PAN, y Cecilia Soto, abanderada por el Partido del Trabajo. Ernesto Zedillo Ponce de León fue el cuarto.

Con aquellos factores en su favor, en 1994 La hormiga atómica maniobró la suplencia en la candidatura presidencial priista con Zedillo. El método: Una videocasetera, de cuya lectura en Los Pinos el entonces gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones dedujo que el coordinador de la campaña del asesinado Colosio era el “hombre idóneo”.

El significado de la unidad de mando presidencial

Lo que condensa esa recapitulación, es que Salinas de Gortari supo construir y conservar, hasta el último momento, la unidad de mando presidencial, que incluyó el control de su partido.

Seis años después, Zedillo, que desde el arranque de su mandato declaró su “sana distancia” del PRI, perdió la sucesión con la derrota de su secretario de Gobernación, Francisco Buenaventura Labastida Ochoa.

El zafio Vicente Fox se inmoló en su narcisismo: Adelantó su sucesión, pretendiendo prolongar la presidencia en condominio con la promoción de la precandidatura de su mujer Marta Sahagún. Le ganó la partida y el partido su secretario de Energía Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa.

El michoacano armó su precandidatura azul con el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero Arroyo. Le brincó las trancas la secretaria de Educación, Josefina Vázquez Mota. Perdió la candidata y perdió el PAN.

Galopan aspirantes como manada acéfala

Rumbo al 18, es evidente que Enrique Peña Nieto ha perdido la unidad de mando presidencial, la requerida para administrar una sucesión exitosa.

Del gabinete anunciado por Peña Nieto en diciembre de 2012, sólo quedan remanentes. Buena parte ha sido mandada a retiro y el resto transita de enroque en enroque.

En menos de cuatro años, la dirigencia nacional del PRI ha pasado por cinco titulares. Entre 2015 y 2016, el tricolor ha perdido su predominio en casi la mitad de las entidades de la República. Al menos cinco ex gobernadores priistas pasan por investigaciones de procuración de justicia o juicios en instancias partidarias.

Las reformas transformadoras del Peñismo no han rebasado el periodo del ensayo y el error. El Presidente tiene los más bajos indicadores de aceptación y aprobación de su gestión.

En las encuestas sobre intención del voto para el 18, los precandidatos priistas quedan por debajo de los aspirantes de dos partidos nacionales: Del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y del PAN.

El sabio don Jesús Reyes Heroles, ex presidente del PRI para mayores señas, sostenía dos máximas en tratándose de Política de altura (la de cabotaje, queda para los aprendices de grumete). En política, lo que parece, es. Para transitarla, hay que andar sonda en mano.

Algo más tenía en su manual el sabio tuxpeño: En perspectivas electorales, no quemar etapas. Jerarquizar prioridades: Primero el programa, después el hombre.

El grotesco espectáculo que desde hace meses ofrece la nomenclatura priista, es el de una manada acéfala. En la vieja jerga política se decía que, entre mulas, nomás las patadas suenan.

La lucha entre paralíticos y epilépticos

Cambio de página: El filósofo español, don José Ortega y Gasset recomendaba tener en cuenta la Historia y sacarle rendimientos; políticos para el caso.

Negar el pasado es absurdo e ilusorio, porque el pasado es ‘lo natural del hombre, que vuelve a galope’El pasado no está ahí y no se ha tomado el trabajo de pasar para que lo neguemos. Reflexión primera.

Reflexión segunda: El método de la continuidad, es el único que puede evitar en la marcha de las cosas humanas ese aspecto patológico que hace de la historia una lucha ilustre y perenne entre los paralíticos y epilépticos. (Un retrato hablado del México actual).

El sociólogo estadunidense, Seymour Martin Lipset (El hombre político/ Las bases sociales de la política) afirma que “un partido democrático no puede, sino raramente, convencerse de que debe abandonar uno de sus principios fundamentales y nunca puede permitirse la eliminación de su mito principal. Los conservadores deben defender la libre empresa, aun cuando se hallen realmente introduciendo la planificación estatal. Un gobierno laborista debe defender como válida la política socialista que poco tiene que ver con él...”.

El Partido Revolucionario Institucional -ante el altar del neoliberalismo- arrojó por la borda todo su bagaje doctrinario. Codificó como dogmas y mitos las líneas ideológicas que, de origen, le dieron sentido a su existencia. Resultado: Ha perdido el “voto duro” de la clase trabajadora.

De cómo el PRI se aplicó el harakiri

Desde su fundación como Partido Nacional Revolucionario en 1929 y en su continuidad como Partido de la Revolución Mexicana y Partido Revolucionario Institucional, el partido de los trabajadores de la ciudad y del campo, y de las clases medias, ligó 12 triunfos consecutivos en la elección presidencial. Hasta 1988, no perdió una sola gubernatura y mantuvo el control del Congreso de la Unión.

Es que lo dijo Mario Vargas Llosa, “México es la dictadura perfecta”.

¡Ah! es que era partido de Estado, como si la Revolución no hubiera tenido derecho a defender su origen y la consecución del proyecto nacional: Optemos por la Democracia sin adjetivos, como la que proclamó en Brasil el generalote Joäo Baptista Figueiredo.

Hoy tenemos un Estado mexicano replegado, naufragante en la globalización; sectores sociales desclasados, el tejido social descocido por la barbarie criminal y una Cruzada Nacional contra el Hambre.

Tenemos un partido hospedado en Los Pinos y en Insurgentes Norte 59 de la Ciudad de México una formación -que fue de masas- de cuadros elitistas. Tecnocráticos. En el llano, un priismo que transita por las calles de la amargura y los reclusorios en espera de la recolección de corruptos.

Al PRI, el destino ya lo alcanzó. No lo salva ni un golpe de Estado. Es cuanto.



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