EDITORIAL
La gran mascarada
DESPUÉS DE LA PRIMERA concertacesión que permitió al Partido Acción Nacional (PAN) alzarse con la gobernación de Baja California en 1989, en las primeras elecciones subsiguientes los indignados priistas de aquella entidad crearon el Tucan (Todos unidos contra Acción Nacional). En 2009, los priistas mexiquense, interesados en la candidatura presidencial, pactaron el Tucam (Todos unidos contra Madrazo.)
PARA 2012, los diversos protagonistas de la sucesión presidencial -partidos, candidatos, autoridades electorales, y francotiradores anulistas del voto- parecen haberse confabulado en el Tecad (Todos unidos contra la democracia.)
De entrada hay que decir, con base en nuestros registros diarios, que no encontramos a un actor principal en ese proceso -uno solo- que, a la primera provocación mediática, no de fe de su vocación “democrática”, así no conozca ni por las solapas de sus libros a los clásicos griegos, a Lincoln, a Duverger o Sartori; ni siquiera los textos del maestro Reyes Heroles. Está comprobado, científicamente, por sus propias palabras: Leer libros les da una gran pereza mental. Por eso, no son capaces de construir una conceptualización retórica: una sola.
Cuando aspirantes a la primera magistratura de México fueron puestos en ridículo por quienes se interesaron en saber cuáles eran los libros, cuya lectura ha influido en su formación personal o política, el extinto Carlos Fuentes concluyó: No hay que pedirles mucho: Únicamente que conozcan un libro -uno solo: La Constitución de la República.
Reduciendo esa juiciosa recomendación de Fuentes a un solo artículo de la Constitución -el Tercero-, la clave permitiría saber que, de acuerdo con nuestra doctrina constitucional, quien sea el próximo Presidente de México debiera entender la democracia, “no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. Pero exigir tan elemental y a la vez tan imperativa lectura a los candidatos, partidos y autoridades electorales, equivale a pedir peras al olmo.
Debido a eso, no sorprende que el Presidente entienda como democracia ofrecer a los jóvenes dinero para computadoras y suscripción a la red; que la católica candidata de su partido sonsaque a las mujeres a que condicionen a sus maridos el deliquio carnal -cuchi cuchi, le llama- a la emisión del voto, y otro candidato prometa vales para medicinas, en vez de anunciar como estadista el gran proyecto de una industria farmacéutica que resuelva el problema de abasto a las instituciones públicas de salud, que tanto requieren cientos de miles de angustiados pacientes. Ahora, la “ingeniosa” treta: El comercio organizado ofrece descuentos a quienes asistan a sus tiendas con la prueba en el pulgar de que ya votaron.
De “democracia” es el choro de moda, y el coordinador de los consejeros electorales es obligado a comparecer ante asamblea nacional convocada para asuntos de orden policiaco o a encerronas secretas -privadas, dicen los boletines- en Los Pinos, o pacta convenios con los magistrados electorales para evitar que, ahora si, no haya fraude. Como si el cumplimiento de la Constitución y las leyes estuviera sujeto a transas administrativas, a pactos de civilidad o a exigencias de capitostes del sector empresarial marcados, al menos, por evasión o regímenes fiscales especiales anticonstitucionales.
En tanto, hasta dos decenas de detentadores de deslumbrantes membretes -algunos con denominación en inglés, aunque tengan su domicilio en la Huasteca hidalguense- piden su registro en el Instituto Federal Electoral para sentirse autorizados a hacer encuestas a boca de urna el 1 de julio. ¿Con que objeto, aparte del lápiz encuestador?
Dos millones de mexicanos, dice la coartada democrática, sancionarán con sus firmas el resultado de la elección presidencial. Dos millones de operarios, es un número mayor al de los votos que en 2006 obtuvieron partidos de la chiquillada. El asunto, sin embargo, no es de aritmética: La capacitación de esos buenos mexicanos no pasó por la prueba del polígrafo. “Ahí está el detalle” (Cantinflas dixit.)
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