Edición 415 |
El asesinato
de Luis Donaldo Colosio en 1994
visto a la distancia
Juan Bautista Rojo
Corrompieron a la prensa de la campaña y el control de la información fue severo
Al ocaso del 23 de marzo de 1994, México se ensombreció al recibir la noticia de la agresión al candidato priista a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio Murrieta. Lo que en principio se dijo fue una “pedradaâ€, pronto revelarÃa que en realidad se trató de un ataque directo al cerebro, con una pistola Taurus calibre 38 especial, disparada a la altura de la solapa de la chamarra blanca y camisa azul claro, rosando su oÃdo derecho. El impacto fue mortal, como el daño a su familia y a la democracia mexicana.
LAS PRIMERAS HORAS fueron de confusión informativa. Sólo se conocÃa de una agresión, sin atinar a dar datos precisos. “Que estaba delicado pero estableâ€, que todavÃa se encontraba con vida aun en el hospital más cercano, se dijo en los medios, principalmente la radio en los noticiarios nocturnos. La autopsia revelarÃa un segundo disparo, quizá el primero a la altura del diafragma del estómago, con lo cual frenó su recorrido a la salida de aquella barranca mortal en Lomas Taurinas.
A partir de ese dato, se generarÃa una sospecha, una duda, un abismo de información sobre el móvil real y la motivación e instrumentación del magnicidio.1 En pocas horas se mutó de una simple agresión, a la teorÃa de un asesino a sueldo o “solitario†y al complot. Dos teorÃas, sostenidas por los fiscales nombrados oficialmente para resolver el caso, que no terminaron por encontrar una sólida vertiente en la opinión pública, que alcanza confusión hasta nuestros dÃas.
Pero el tiempo y las investigaciones independientes del “caso Colosioâ€, como la emprendida por Humberto López MejÃa (+) y un rastreo minucioso de decenas de reporteros nacionales y locales, se ocuparon de abonar en este terreno, de aportar pruebas y testimonios, de que ese ataque provino desde las alturas del poder, del Estado mismo, o para expresar en forma clara y directa apuntó a los integrantes del primer nivel del gobierno federal de ese tiempo.
Romper el cerco de seguridad del candidato y disuadir a la prensa
Esta fue una estrategia planeada y ejecutada con precisión desde las alturas del poder. Sólo asà se explicarÃa cómo en apariencia un solo individuo logró disuadir a tres o cuatro grupos de seguridad del candidato: Al Estado Mayor presidencial, a la policÃa privada para auxiliar en la seguridad —contratada por parte del PRI estatal—, como a la policÃa local a cargo del gobierno panista de Ernesto Ruffo Apel, más los agentes encubiertos del Cisen.
Un total de casi 200 elementos de seguridad asignados en papel y responsables de la seguridad del candidato, fueron vulnerados por un individuo que le disparó a quemarropa, en las mismas narices del supuesto general, Domiro GarcÃa Reyes, responsable en ese momento de la seguridad del candidato por parte del Estado Mayor Presidencial. Domiro “permitió romper el cerco de la estructura diamanteâ€, para que un Mario Aburto se acercara a mÃnima distancia de Colosio y descargara un arma, que es dos veces más grande que el puño de una mano y terminará, en ese instante, con la vida de un candidato que prometÃa cambios profundos en la polÃtica nacional, según consta en la denuncia presentada por Humberto López MejÃa, ante la ProcuradurÃa General de la República (PGR).
El control de la información era férreo
En la campaña de Colosio habÃa privilegios, para informar y ordenar a quienes asistÃan a las giras. Primero las televisoras, después los llamados cinco grupos importantes de la radio, medios nacionales y al último los “alternativos o independientesâ€, a lado de los pasquineros. El grupo de la fuente de la campaña presidencial, en forma constante alcanzaba 40 medios, sin contar a los medios internacionales que en la última etapa asistÃa a todas las reuniones de carácter público e insistÃan en las entrevistas exclusivas con el candidato.
A la luz de los acontecimientos, por el mismo testimonio de reporteros, articulistas, camarógrafos y fotógrafos —algunos incluso que ya fallecieron—, hoy podemos contar con más elementos informativos que arrojen luz sobre un hecho público, un magnicidio, sobre un punto en particular: el desarrollo de la cobertura el dÃa del asesinato.
Dos hechos fundamentales, de logÃstica, planeados y ejecutados con antelación, contribuyeron al caos informativo, al “accidente controladoâ€, como se expresa en términos de sicologÃa social.
En esta vertiente nos llama poderosamente la atención, al menos cuatro puntos en la cobertura de esa jornada.
Corrupción de la prensa
La prensa que cubrÃa la campaña presidencial fue “compradaâ€.
1.- Los reporteros de la fuente asignados a la cobertura periodÃstica del candidato Colosio, casi todos, fueron “invitados†a pasar al lado gringo a ir de compras, de shopping a San Diego, California. A cada reportero o fotógrafo, se les dio un mano dos mil dólares para que compraran algo y tuvieran para llevar un presente a sus familias. Varias camionetas instalas en los hoteles de donde se hospedaron, ya los esperaban una vez que terminaran de comer después de haber estado en la Paz, Baja California, el penúltimo acto de proselitismo de ese dÃa, porque antes arrancaron la jornada desde Mazatlán.
“No tiene caso que asistan al mitin en Tijuana, será en un barrio pobre y no tendrá repercusión alguna en la gira, lo importante ya se dijo en Mazatlán y la Paz. Si llega a suceder algo importante en el discurso, nosotros se los hacemos llegar a ustedes, o los esperamos a su regreso en la sala de prensa del Hotelâ€, dijo un funcionario experto en logÃstica, de esos pequeños tiranos que llegaron a llamar “perros†a los reporteros a la hora de repartir el boletÃn oficial de la campaña, o quien llamaba a los celulares (que habÃa pocos en ese momento) o a las casas de los reporteros para avisarles, si o no habÃan sido incluidos en la siguiente etapa de la gira.
Para el caso de los camarógrafos, a los cuales también les tocó el “apoyo, su manita económicaâ€, éstos se quedaron porque en sus canales les exigÃan imágenes exclusivas y no sólo jalar la imagen del Cepropie, fueron llevados en camionetas a Lomas Taurinas. AquÃ, el protocolo cambio de repente: Sólo grabarÃan al llegar al mitin y tendrÃan la oportunidad de subir el templete, y grabar “un minutoâ€, no permitirÃan que grabaran aspectos ni se le podrÃan acercar al candidato. Estas instrucciones fueron ordenadas por el grupo de campaña y cumplidas por el Estado Mayor Presidencial.
En este contexto se explica por qué no hay crónicas periodÃsticas elaboradas en el momento de los hechos, y las que hay existen a toro pasado. Incluso algunos reporteros, enviaron los primeros reportes vÃa telefónica, desde tierras gringas afirmando en sus redacciones que estaban en Lomas Taurinas. De ahà que las primeras versiones sólo hablen de una agresión, sin precisar qué tipo de agresión se habÃa infligido al candidato.
Ello muestra también, por qué camarógrafo alguno carece o no tiene la grabación completa, de principio a fin de ese dÃa en Lomas Taurinas.
2. El General Domiro GarcÃa, decomisó todos los casetes a los reporteros de los medios estatales que cubrÃan la gira, o al menos eso intentó. La dirección de Radio y Televisión del PRI, que tenÃa instaladas cámaras para realizar una transmisión en vivo, ahà en Lomas Taurinas, fue obligada a retirarlas en forma inmediata antes de las 15 horas.
De todas esas medidas de control, sólo se permitió difundir los 30 segundos previos al asesinato, y se resguardó la información oficial por tiempo indefinido, bajo el argumento de razones de Estado.
3. La inusitada y repentina presencia del Procurador Diego Valadez en Tijuana, horas después del crimen para argumentar que “ya habÃa un asesino confeso y que se trataba de un asesino solitarioâ€, fue la piedra de una pirámide de informaciones rápidas, sin sustento cientÃfico y falta de análisis en el contexto polÃtico nacional, que indujo la investigación por una sola ruta, la misma que reprodujeron los medios al unÃsono.
Estos comentarios, exclusivos no son una reflexión, es un breve recuento; forman parte de una crónica real, vivida como jefe de información de Radio Educación y, posteriormente, como reportero para la cadena MVS durante los años 1996 a 1999, con el equipo del programa de periodismo de investigación “En Blanco y Negroâ€, conducido por Carmen Aristegui y Javier Solórzano. Este escrito, forma parte de texto más extenso y es una ligera muestra de una “crónica vividaâ€, como dice Hermann Bellinghausen.
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