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BUHEDERA Fábula keynesiana/ El Billy
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Edición 222

buhedera

Fábula keynesiana
(o sea para imbéciles)

ME BURLÉ DE ESTE TEXTO en la revista Vértigo hace un par de meses, pero este cuentito infinitamente estúpido continúa llegándome, como si de veras fuera la clave de la salvación económica. Esta terquedad en la idiotez es perfectamente congruente con la mentalidad keynesiana (ergo incurablemente mongólica) que es el sello de estos tiempos malhadados gracias a esa maldición bíblica llamada “economistas”.

Fábula

FarberDICE EL CUENTITO DE MARRAS: “Es tan increíblemente tonto que es perfectamente lógico que la crean muchos doctorados en economía, incluyendo a algunos premios Nobel: “Es agosto, una pequeña ciudad de costa en plena temporada. Cae una lluvia torrencial desde hace varios días. La ciudad parece desierta. Todos tienen deudas y viven a base de créditos. Por fortuna, llega un ruso forrado y entra en un pequeño hotel con encanto. Pide una habitación. Pone un billete de 100 euros en la mesa del recepcionista y se va a ver las habitaciones. El jefe del hotel agarra el billete y sale corriendo a pagar su deuda con el carnicero. Este coge el billete y corre a pagar su deuda con el criador de cerdos. Éste se da prisa a pagar lo que le debe al proveedor de pienso para animales. El del pienso coge el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con la prostituta a la que hace tiempo que no paga (en tiempos de crisis, hasta ella ofrece servicios a crédito). La prostituta coge el billete y sale para el pequeño hotel donde había traído a sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado. En este momento baja el ruso, que acaba de echar un vistazo a las habitaciones, dice que no le convence ninguna, coge el billete y se va de la ciudad. Nadie ha ganado un duro, pero ahora toda la ciudad vive sin deudas y mira el futuro con confianza. Moraleja: si el dinero circula, se acaba la crisis.”

¡Oh, dioses del Olimpo!

MI COMENTARIO SEGURAMENTE es el mismo tuyo: el autor de esta falacia de veras cree que sus eventuales lectores son idiotas. Para empezar, las cosas no ocurren así en la vida real. En la vida real, lo más probable es que el hotelero se haya gastado esos 100 euros en comprar comida para su familia, no en pagar deudas. Eso cancela toda la secuela subsiguiente. Y cuando ese ruso forrado siempre no se queda en el hotel y recoge sus 100 euros, el hotelero queda ensartado pues pagó al carnicero con un dinero que en realidad nunca tuvo, y ahora tendrá que recurrir a alguna forma de cubrir ese hueco por 100 euros en sus finanzas personales. El carnicero, el porcicultor, el piensero y la prostituta se dieron un respiro financiero, es cierto, pero no fue de gratis sino a costa del hotelero, que ahora está cien euros más hundido que antes. El pensamiento mágico (y estúpido, hay que decirlo) implícito en esta historietita babosa del ruso forrado, es en el que dicen creer todos los vivillos bancos centrales del mundo, que hoy están sacando dinero de la nada, a carretadas, mediante esa conducta criminal eufemísticamente llamada “alivio cuantitativo” (quantitative easing: invención pura y pelona de “dinero” inexistente; impresión bananera de bilimbiques para financiar con aire sus bolsillos) dizque para “desatorar el flujo del crédito”, prestándolo a tasas inferiores a las de inflación de precios. ¡Como si los problemas macroeconómicos fueran siempre sólo de obstáculos en la tubería (que ellos llaman “de liquidez”), y nunca de surtido inicial de agua (que es el problema real y se llama “de solvencia”)! Como si de veras fuera verdad esa increíble gansada de que “si el dinero circula se acaba la crisis” (pregúntale al hotelero, que quedó ensartado). Como si de veras las deudas no tuvieran que pagarse nunca. Como si de veras el dinero (abstracción financiera) fuera lo mismo que la riqueza (realidad cósmica). Como si de veras toda corrección económica pudiera “resolverse” para siempre simplemente inyectándole “dinero” fiat sacado de la nada. Como si de veras el camino para salir de la pobreza pasara obligatoriamente por los bancos. Como si… Pero no insultaré tu inteligencia, queridolector, continuando con esta cirugía de obviedades.

El Billy


ASÍ LO CONOCÍAN EN MAZATLÁN desde que nació en 1917. Murió el martes como a las 6 de la tarde. Era mi padre. Y digo “como” a las 6 porque eso estimó mi primo Carlos, el cardiólogo y médico de la familia cuando fue a revisarlo y certificar su fallecimiento a las 8 de la noche. Yo estuve ahí a eso de las 6, cargando a Vasco, mi magnífico nieto terremoto de año y medio que exige atención total. Cuando lo ví quizá ya estaba muerto porque su cuerpo y su rostro estaban en la posición relajada en que finalmente quedó. Parecía simplemente dormido y así le pareció también a mi madre. Y sí, en efecto se quedó dormido, como se quedaba tantas otras tardes, con el televisor encendido, su foquito posterior prendido, y el control remoto sobre el pecho. Ni un rictus de dolor, ni una queja, ni un estertor. Nada. Simplemente la paz tan anhelada por él después de casi 15 años de permanecer encadenado a su cama, y menos de una semana en el estado aún más vulnerable que presagiaba tiempos todavía más difíciles de humedades y llagas perpetuas pues ya no podía levantarse ni siquiera con ayuda, y menos permanecer de pie, agarrado a los tubos hospitalarios de la ducha, cuando la enfermera lo bañaba después de sentarlo en el excusado. Yo pasé a su departamento, como lo hacía dos o tres veces diarias, para llevarle la pomada de caléndula que le recetó Carlos la noche anterior, cuando lo llamamos para revisarlo, pues nos preocupaba el súbito deterioro del fin de semana. Le encontró la presión ligerísimamente alta, pero perfecto de todo lo demás. Eso de “perfecto”, sugirió él en sus comentarios de respuesta, no era exactamente lo que él pensaba de sí mismo en su situación; pero ya estaba mucho más allá del hartazgo, del cansancio, del aburrimiento. Mientras de un lado de la cama yo lo sostenía con fuerza para girarlo sobre la espalda, del otro lado Carlos miró la fístula de la cadera. Aunque mi padre pesaba casi la mitad de lo que llegó a pesar en sus tiempos más fornidos, y aunque él ayudaba cuanto podía sosteniéndose con los brazos del triángulo de metal que cuelga como pequeño trapecio del mástil de su cama ortopédica, el esfuerzo para manipularlo equilibradamente sin provocarle punzadas como rayos repentinos en sus rodillas soldadas, boludas y violáceas, no era trivial. Carlos le examinó con cuidado la fístula, huella que ya nunca cicatrizó como recuerdo de sus múltiples operaciones en la cabeza del fémur 23 que se iniciaron años atrás. Por años ese recordatorio secretó una especie de suero discreto, pero ya tenía días expulsando sangre coagulada en cantidades menos discretas. Limpió la herida, la secó, la cubrió con gasas, recetó la caléndula. Luego entre Carlos y yo le cambiamos el pañal en tanto que él procuraba soportar a pie firme el zarandeo. A la mañana siguiente me enteré de que no habíamos sido precisamente un modelo de eficacia en esta tarea, pero ni modo, no es nuestra especialidad cambiar pañales, y menos de adulto. En fin, ya debo llevar a mi madre a la funeraria. Lo cremarán en menos de una hora y yo tendré tiempo de comenzar a pensar en lo muchísimo que le debo, y en lo afortunado que fui en tenerlo como padre en esta reencarnación desde los lejanos tiempos en que para callar los chillidos del bebé él intentaba algo que nunca se le dio bien: cantarle. Y nada menos que “Los Papaquis”, esa surrealista tonada que ha sido durante un siglo la marca musical del carnaval de Mazatlán. Descansa en paz, Bilonchi, ya volveremos a encontrarnos en espacios más serenos, yo espero.

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