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Edición 264

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Un polémico perdón

 

Una petición del sacerdote Alejandro Solalinde, director del albergue Hermanos del Camino, de Oaxaca, nos desconcertó. En Coatzacoalcos, Veracruz, donde llegó acompañando a la caravana Paso a Paso hacia la Paz, el padre Solalinde pidió perdón a los Zetas por ser los primeros damnificados de la sociedad y de un gobierno corrupto y neoliberal, y los invitó a integrarse a la sociedad, tener sensibilidad social y respetar al prójimo.

¿Usted los perdonaría?

Después de que han sumido a México en los horrores del narcotráfico y del crimen organizado, ¿les tendería la mano?

Nosotros no haríamos tal cosa. Estamos conscientes de que Dios nos dice que perdonemos al prójimo, pero esa clase de maldad proviene de fuerzas oscuras que no tienen nada qué ver con la generosidad y la caridad predicadas por Cristo Jesús, hijo del Padre e hijo de la Inmaculada Concepción. Nosotros rogaríamos porque esa pobre gente, que cogió el mal camino, reflexione y comprenda el valor de la vida, de su vida y termine por no delinquir.

El padre Solalinde se ha significado por tener compasión con los inmigrantes centroamericanos, que son maltratados, secuestrados y asesinados, por los polleros, el crimen organizado y los guardias migratorios de nuestro propio país.

El padre fundó un refugio en Oaxaca, cerca de donde pasa el tren que lleva sobre los techos de sus furgones de carga a los trabajadores indocumentados procedentes de América Central. Han llamado La Bestia al tren, por los horrores que tienen que pasar sobre su lomo.

En el refugio del padre Solalinde reciben los viajeros comida, ropa limpia, un lecho donde descansar y reponerse para llegar a Estados Unidos.

 

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Padre Alejandro Solalinde

Su obra es encomiable, hablamos del padre Solalinde. Los acoge con cariño y protección. Pero… metido en el rollo de los que defienden los derechos humanos, ha perdido la perspectiva de que se enfrenta con las fuerzas del Mal, para las que el perdón es imposible. Lo rechazan. Tienen una consigna: Robar, matar y torturar.

Por influencia del padre, ciertos grupos han optado por defender a la caterva de sujetos que degüellan, disuelven en ácido los cuerpos desmembrados, y son incongruentes con la conservación de la especie humana. Nadie ha pedido comprensión para quienes detienen esta ola de maldad, los militares. Nadie se acuerda de que sufren, sienten, pero -desoyendo el dolor físico y moral- cumplen con su deber y quitan de en medio a los nefastos.

¿Usted se ha consultado a sí mismo por lo que tienen que pasar los soldados, los oficiales, los mandos y los que configuran ese muro protector que, si nos faltara, haría que la nación se desplomara inmediatamente?

No. A muy pocos les importa el destino de estos hombres aguerridos a los que combaten las izquierdas y las asociaciones no gubernamentales de derechos humanos. Sería como si les tuviesen odio.

No sabemos de ningún sacerdote que haya hecho un llamado para que el Ejército continúe trabajando bajo su ley, en la que está educado y ha permanecido fiel, porque se basa en los valores de la disciplina, al servicio de la patria.

Se afirma que en la conciencia del hombre creyente vive la imagen de Dios, el Padre, que nos dio esta patria, el terruño donde nacimos; el lugar donde nacieron nuestros padres y nuestros hijos y al que amamos por naturaleza.

Eso es llevar a Dios dentro de nosotros y respetar los dos mandos instituidos por Él, que son: La jerarquía eclesiástica y el Ejército. En cuanto a la jerarquía, después de Su Santidad Pío XII, vino el Concilio Vaticano II. Con el Concilio cambió casi todo. Nosotros respetamos cualquier religión, pero no la practicamos. Los falsos redentores nunca suplirán al verdadero, como Satanás tampoco suplirá el reino universal de Dios Todopoderoso. Lo que Satanás ha hecho ha sido apoderarse de las almas de hombres de negocios, políticos, multimillonarios, artistas, magnates, etcétera, etcétera, que son considerados por el mundo actual como “buenos”.

Percibimos que en el fondo, el padre Alejandro Solalinde tiene la esperanza de que, con su humildad, los Zetas nos perdonen y vuelva la convivencia, con la paz, la justicia y la dignidad que el señor Javier Sicilia ha solicitado al Presidente de la República y al Poder Legislativo.

El personaje que hoy nos ocupa -Sicilia- volvió a acusar a las Fuerzas Armadas y se pronunció contra el Congreso, porque éste aceptó la minuta del Senado sobre Seguridad Nacional. Disgustado, se retiró y rompió el diálogo. Más tarde, Sicilia fue entrevistado para la radio. Y repitió lo ya expuesto. Dejó traslucir -de nueva cuenta- su repulsa a las Fuerzas Armadas, a las que culpó de haber formado a los Zetas, cuestión falsa. Los Zetas son militares desertores que aprovecharon el entrenamiento y lo aprendido en nuestro Instituto Armado para atacar los cimientos de la sociedad. Se volvieron amorales. Se tornaron injustos y, con su proceder erróneo, pretenden saldar cuentas con quienes nada les deben. Martirizar a los inocentes y no enfrentarse con los verdaderos culpables de que la ética y la moral en México sean todo lo contrario de lo que fueron cuando nos bien educaron, con maestros que eran apóstoles de la enseñanza y no mercaderes, como Elba Esther Gordillo.

El señor Sicilia no nos representa. No representa a la sociedad civil mexicana. Ni él, ni ninguno de los grupúsculos extremistas que se le han integrado.

Es muy difícil entender por qué se pide perdón a los Zetas y no hay una palabra de agradecimiento para los soldados que pasan fríos, calores, hambres, en la sierra o en el desierto, y no se mueven de allí, porque su espíritu de lealtad se los impide. Lealtad a la nación tricolor, a la bandera, a la patria. A nosotros. Nuestra lealtad está con Aquél que nos confió este territorio, estos valores, estas enseñanzas que nos heredaron nuestros mayores. Nuestra lealtad está con el Ejército y la Marina-Armada de México, sin perjuicio de que oremos por las almas perdidas.

El hecho de que padre Solalinde reconozca -con cierta razón- que los Zetas son damnificados de una sociedad materialista y neoliberal, no los exime de pagar sus culpas en el plano espiritual y material.

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