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Los santos varones y el obispo Onésimo Cepeda
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Edición 245

Los santos varones y el

obispo Onésimo Cepeda

ALFREDO PADILLA PENILLA

 

Hay ignorantes de buena fe, a los cuales podemos perdonarlos. Pero a los ignorantes de mala fe, o simuladores, esos no tienen perdón ni yendo a bailar a Chalma o invocando al santo Papa. De éstos últimos es el celebérrimo obispo de Ecatepec, Estado de México, Onésimo Cepeda, quien posee excepcionales y monumentales facultades histriónicas, a tal grado que en los corrillos populares se habla de que ha superado al inmortal cómico mexicano Mario Moreno Cantinflas.

 

Hace algún tiempo, don Onésimo, de todos nuestros respetos por su genial comicidad, declaró con plena convicción: “El Estado laico es una jalada”.

 

Por sus declaraciones tan saturadas de sabiduría académica y constitucional, ya se habla de otorgarle el título de doctor Honoris Causa y proponerlo como candidato a miembro de la lengua española.

 

 

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Separación entre Iglesia y Estado

 

Pues bien: le refrescamos la memoria al nunca bien ponderado Onésimo Cepeda, con lo siguiente: La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos precisa en su artículo 130 (proveniente de la época juarista en el siglo antepasado) el Estado laico, el cual significa la separación entre la Iglesia y el Estado. Es una conquista irreversible.

 

Sin embargo, la clerecía por conducto del excepcional Onésimo Cepeda, le declara la guerra, tal y como aconteció en el siglo XIX, según comento en mi libro Por el imperio de la Ley en México, editado por el Instituto Politécnico Nacional en 2007.

 

Anteriormente la iglesia católica había echado sus raíces en asuntos terrenales que no le correspondían, ni le corresponden en la actualidad. No cumplió con el precepto cristiano: “Mi reino no es de este mundo”.

 

Tan material y tan económica era su actividad, que el clero dominaba más del 50 por ciento de la propiedad raíz del territorio mexicano.

 

Estado débil frente al clero

 

Tan tangible era la participación clerical en la ida pública y privada que cobraba diezmos, obvenciones parroquiales y demás primicias al pueblo que era explotado inmisericordemente. La riqueza de la Iglesia era de más de 100 millones de pesos, cifra exorbitante en el siglo antepasado.

 

Agréguese a ello la injerencia que tenía en los asuntos netamente gubernamentales; monopolizaba el sistema educativo. Su influencia en la actividad de los mexicanos era decisiva, más que la del gobierno. No había reunión estatal, económica, social o familiar de importancia, en la que no estuviera involucrada la Iglesia. En cambio, el Estado era débil a lado del clero y, por tanto, las instituciones civiles estaban prácticamente nulificadas, lo cual detenía el progreso del país.

 

Al César lo que es del César

 

Reitero: no fue el Estado quien invadió la esfera eclesiástica; no era el gobierno, con su órbita terrenal, quien se introdujo en la actividad espiritual, destinada únicamente a los representantes de Dios en la Tierra, sino al contrario.

 

Y el haber delimitado firmemente la esfera de actividad del Estado y de la Iglesia, ¿significa fobia religiosa, anticatólica, anticristiana? No. De ninguna manera. Por lo contrario, se cumplía con otro precepto cristiano: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

 

Recuérdese que ilustres padres de la Iglesia, como San Agustín, San Jerónimo y otros eminentes cristianos, abjuraron la injerencia de los ministros del culto en los asuntos temporales.

 

El que se pretendiera hacer justicia social; acudir en amparo de los miserables que formaban la inmensa mayoría del pueblo mexicano ¿era algo antirreligioso, anticristiano, anticatólico? De ninguna manera. En cambio, Cristo expresó: dar de comer al hambriento y de beber al sediento.

 

Jesucristo dio su vida por los pobres. Siempre practicó la humildad y la pobreza.

 



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