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Edición 260

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En pos de la trascendencia

Algunos maeses del filosofar especulan desde su retrovisor empañado de vaho cerebral... que la diferencia entre los animales y la humanidad, estriba en que ésta es capaz de reír y aquéllos ni con la sandia de tablada participan en la carcajada. Bergson hizo de la risa un estudio en tal sentido, sin embargo, las hienas se carcajean en su hartada intimidad, las urracas se mofan del mundo en su relajienta altura, los changos sonríen igualito que un enamorado que ha recibido la reciprocidad de sus insomnios...

 

No partir en balde sin el pleonasmo de una cubetita

Otros oficiantes del cacumen desde su espejo despejados, asientan que la diferencia real radica en que a hombre y mujer les resulta, más que vital, vitalicia, la trascendencia, el dejar algo de sí después de la carroña, no partir en balde sin cubeta redundante de carencias... ni cubo ajeno a toda geometría.

 

La mitología aporta un titipuchal de paradigmas a sus asertos, a los cuales dejan bien puliditos sin las virutas ni capulineadas del mito: Eróstrato, es el ejemplo más recurrente, el que incendió los dominios de Artemisa con la única piromaniática pretensión de trascender, de ser evocado en cada llamarada; le importaba una reverenda tripa de macarrón purificar o quedar purificado por el fuego, para él las flamas izadas en obelisco, tenían una sinonimia de historia personal imposible de apaciguar a cubetadas de amnesia.

 

Al semidiós Aquiles, descendiente del marítimo Poseidón, su endiosada jefecita -Tetis- le planteó, desde la más acuática ternura maternal, un dilema envuelto de burbujas: longevidad o trascendencia; aquél, sin dudar, optó por lo segundo. De allí proviene la frasecita célebre, trillada e inexacta de “Los dioses los prefieren jóvenes”, oración sin misal tan manida como eso de árbol, libro e hijo en trío hacedor, dizque para no penar ni pepenar después del fin... más encuerados que un fantasma.

 

Hay literatos quienes re-creativamente extasiados reinterpretan que Jesús, sabedor que además de Hijo de Dios, era Dios Mismo, pero con el coyuntural cargamento (cárnico y efímero) de los hombres y, en esa momentánea dualidad, con el suplicio literalmente clavado y el temor de los mortales de transitar encostalados sobre los ligeritos dorsales de la ultraesbelta señito de la guadaña... decidió asumir su condición de divinidad, desclavándose en el acto -sin teatro pero con poderío celestial- diluyendo todo lo acaecido como si nunca hubiera pasado, se matrimonió con Magdalena, tuvieron chilpayates, no pasaron agobios ni asomos de tortura, empero, Cristo, ya octogenario, desde su condición humana, sintió el avecinamiento del fin, la embarcación a la otra orilla con una existencia larga, satisfecha, sin sobresaltos... ni trascendencia que legar y, con la inmensurable rapidez de los milagros, hizo retroceder el calendario a los temporales de la cruz, padeció de nuevo la tortura de las burlas y las escarpias... pero la humanística trascendencia quedó garantizada.

 

El novelista griego, Kazantzakis, imaginó lo anterior en un afamadísimo relato, lo mismo que analistas y religiosos de todas las épocas, seguidores de Jesús, los cuales admiran su grandeza humana, a la par que niegan su status de Dios; afirman, incluso, que Cristo murió a los 25 abriles y no a los 33, juventud embarcada en apogeos del trascender.

 

Un eco heredado en la cordillera

El supuesto requerimiento de la trascendencia ha sido con frecuencia utilizado para difamar, elaborado en politiqueros artilugios, verbigracia, Guillermo Prieto Yeme, quien poseía muchas tablas de “maderista”, con encargo en un consulado de EU, donde con el pseudónimo de Luis G. Lara, desde los yunaites lanzó una epistolita quesque pública impresa en numerosos periódicos de acá y acullá, contra el gran Ricardo Flores Magón, a quien acusó de empecinarse en trascender, de asediar a la canija inmotalidá... por su rechazo a los Tratados de Ciudad Juárez, y no entregar Baja California, primer territorio ganado por los revolucionarios al ejército porfiriano, tres meses antes de que Pancho Villa y Pascual Orozco, tomaran Ciudad Juárez. (El retobador en alguna caprina retobada en lugar de ese alias puso Luis Lara Pardo, historiador descalabrado a topes de maquinazo sin maquinar).

PRIMERAPARAPINO
Los hermanos Flores Magón.

 

La necesidad de trascender, apuntan especialistas de tatema en perpetua ebullición... conlleva diversas vertientes, instintos y pulsiones, desde jovencitos que se van del resuello paque las deidades aquéllas los hagan juguetear con arpas  y aureolas, hasta el suicidio de Lupe Vélez, actriz mexicana que triunfó aquí y en Jóligu, bellísima morenaza que, entre otros, trajo a Gary Cooper olfateando senderos atrás de velézemas huellas. Existen versiones, diversiones y perversiones... referentes a que resolvió Lupita un fin espectacular en su tinita de baño estéticamente iluminada con reflectores a guisa de cirios policromáticos, la espuma en perfecta distribución charlando murmullitos de Neptuno, un peinado intocable de haute coiffure, maquillaje excepcional, pulso abierto en venitas con científica sabiduría elegidas... y el previo llamado a la prensa en el cálculo de arribar en la muerte fresquecita, recién bañadita, perfumada con elíxires de babilónico jardincito. Qué multiplicada lindura registraron los fotógrafos. Qué periplo definitivo acuciosamente predispuesto, para trascender en la gráfica eternidad de la última hermosura.

 

Cantinflas murió rapidísimo, pero Mario Moreno Reyes llegó a los ochentaytantos, convocando gentíos paradójicos, que en las alforjas de un grito guardaron su silencio.

 

Eso de parnasianas preferencias por lo juvenil, no rebasa linderos del lugar común, hombres y mujeres que al fenecer superaron los 60 inviernos, congregaron en torno a su funeral y memoria tristes y amorosas muchedumbres. Evocados, nunca revocados, en el atrio de la añoranza, zarparon en lo más acentuado de la ancianidad. De todos los oficios y todas las tendencias, la gran vejez desaparecida continúa intacta cual eco heredado en la cordillera. Para progresistas de variado compás están Benita Galeana, Salvador Allende, Gandhi, Valentín Campa, Picasso, José Revueltas, Juana Belén, Lucy González, Ernesto Sábato, Mao, Eugene Debs, Emma Goldman, Nina Simone... Para conservadores de diverso alineamiento está míster Churchill en quien don Jelipe se refleja en un cristalito de pura variedá, Golda Meier, Emma Godoy, Margarita Michelena, Jorge Luis Borges, Porfirio Díaz, Chang Kai Shek, Mobutu Sese Seko, Salvador Dalí...

 

Trascenderes aparentemente evaporados

Es tan ardientemente arduo el impulso de trascender, elucubran pensadores de neuronas explotadas a destajo... que fama y flama devienen sinónimos en aras de habas y quemazón; por lo tanto, si esa interna catapulta no se logra brincotear, se dictaminan el fin sin otro intermediario que su soledad. Conocidísimo es el caso de John Kennedy Toole, quien optó por el suicidio luego de que su novela La conjura de los necios, durante mucho tiempo y en muchas editoriales recibiera un nononono de metralleta para su publicación, e incluso respuestas cercanas a lo soez que le sugerían dedicarse a una labor distinta a la del teclear.

 

A los 33 años de edad pereció este John que ningún parentesco tenía con los Kennedy políticos. La mamá del suicida, en edición de autor, imprimió en homenaje al vástago la novela tan reiteradamente rechazada. Alguien con influencia en el New Yorker obtuvo un ejemplar, lo comentó con encomios que derivaron en una edición profesional. La conjura de los necios es ahora considerada una de las obras fundamentales de la novelística estadounidense. ¿Cuántos libros habrá confiscado la desazón?

 

El mexicano Enrique García Campos, asimismo, se suicidó, porque -anotó en la clásica cartita del adiós-no pudo trascender, pese a tener publicados cuatro libros, según explica Antonio Acevedo en un impreso anecdotario.

PARAPINO
Kazantzakis.

Afirma el señor Acevedo que don Enrique, autor de una versión de Clitemnestra, figura mítica en quien psicólogos han fincado estudios de cornamentas, autoviudez y matricidio, adoptó su propio corolario porque su póquer de obras no le sirvieron ni para ganar una manita de simbólico tahúr. Añade el ensayista una expresión de Alfonso Reyes -referente al suicidio de García Campos- de que otros frustrados literatos deberían seguir tal ejemplo, palabras que suenan inverosímiles por su crueldad y porque del nombrado y renombrado humanista, no se tienen datos que lo trastruequen demolido bárbaramente en el barbarismo de “inhumanista”.

 

En Clitemnestra y poemarios del señor García Campos no se percibe magnificencia literaria, pero tampoco versificada o prosística chaparrez que insulte al ojo y las cuartillas. Don Enrique escribía mejor que muchos “literatos” amparados de comillas, a los que se les han publicado montonal de agravios que insultan al papel y la mirada.

 

Trascender es verbo del que nadie queda excluido. De cualquier persona, en cualesquiera circunstancias de su rol en la existencia... está el legado de un reverbero que se escucha aun en la sordera y se pronuncia incluso en la mudez. La trascendencia no fuerza búsquedas, se halla en cada latido independientemente de la duración con que el acorazonado tamborilero percuta y re-percuta la sinfonía del íntimo bongó. Trascendente vida y trascendente muerte hasta para un anónimo cuya leyenda no cupo en las paredes.

 

 

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