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Edición 232 | ||||
Escrito por PINO PÁEZ | ||||
Jueves, 15 de Abril de 2010 13:58 | ||||
RETOBOS EMPLUMADOS
PINO PÁEZ (Exclusivo para Voces del Periodista)
Tres indigencias cronicadas
Los indigentes transitan con la pesadumbre de la nada, puntuales arrastran el vacío y, de sus siluetas tan ignoradas... un reclamo se les desprende de la espalda, como sombra que protesta lejos de la luz, así estén prendidos los faroles o el mediodía intente sin eclipse desmentir la verdadera oscuridad: no la de ellos, sino la de quienes no los ven, creyendo quizá que tanta vacuidad es mera jugarreta de fantasma.
Indigencia preliminar
Se trata de un hombre maduro, no viejo, adelantado en calendarios por el sueño feroz de la intemperie y la gritería interior de serpientes que chillan un desierto. Igual que demás indigentes, el andrajo es insignia y uniforme; usa barba no muy cerrada, pero luenga que casi cae cual helecho en la inminencia de un precipicio.
Su nombre él mismo lo sepultó a lo largo de la escarcha que tanto asuela de frío y cuchicheos. Fue morador de uno de los plantones en la centralísima Alameda y Juárez, avecindado al hemiciclo como para que el Benemérito, sin parpadear, fungiese de centinela desde el albo mirar de mármol.
Plantón sui géneris el suyo que -similar al resto duró alrededor de dos abriles- no era farsa, sólo simulacro de protesta, a fin de poseer una techumbre multicolor con los cadáveres que ofertó algún globero. Y comer algo más que pepena pajarera, con la vitamínica solidaridad que brindaban los otros plantones... y algunos transeúntes que aportaban no solamente el testimonial de una caminata.
El desalojo para él e inquilinos bajo el mismo techo globolizado, se efectuó con la mayor represión, no de macanas o perros que babean en pos de una tarascada: el lanzamiento a la más absoluta soledad (característica atroz de la indigencia) saudade acompañada de costalitos ixtleros o bolsones plastificados dónde recluir los tambaches de tanta desolación.
Se para frente a diversas librerías en aparadores o anaqueles, escruta con su mirada lacustre los títulos y el lomo, da la impresión de treparse sobre un texto y cabalgar por donde no quepa la ceguera de los otros.
Su constancia es adelgazar, a lo mejor en la peculiaridad de una promesa; adelgazar hasta esconderse en los biombos mismos de la bruma; adelgazar para que ya no lo vean, los que sólo “miran” aquel fantasma.
Indigencia intermedia
Seres sin nada y sin nadie son los indigentes, pasean su anatomía en una especie de exilio hacia el alud, a su cotidiano desmoronamiento sin que ninguno los estreche al final ni en un puñado de tierra que transforme en continente tanto olvido.
La mayoría son silentes por convicción de cerradura, aunque varios ejercen un hablar como sin labios. Unos sin interlocutor monologan el torrencial de un soliloquio, por ejemplo, un menesteroso embutido en su propia umbredad, cita y re-cita sólo oscuridades desde
Otras personas en indigencia también sienten el impulso de “conversar” pero con diferente cometido: lo soez sale estereofónico de su cartuchera, dan la impresión de un desquite por tamaña desdicha que ninguno testimonia siquiera de reojo, del calibre de su lengua irrumpe un fusilamiento hacia quien el azar a su vera aviente, coprolalia explican los técnicos es el término, es decir, caca expresada en un disparo, en ráfagas de retrete que una mujer de estatura pequeñita soltaba en banquetas de Aranda y Ayuntamiento contra quien la casualidad topara. A una matrona que amamantaba un bebé le espetó con decibeles de pedrada: “¡Vejeta chichisdeperra lo vas a poner ladrar!”. A un señor de pródigo abdomen le interrogó con una parvada de alfileres: ”¿Cómo le haces pa’hallarte la de miar en esa cordillera de manteca?”. A un muchacho muy encorvado asimismo preguntó: “¿Cuántos kilos de nalga te echó diosito en la joroba?”... Ésa probablemente era su revancha contra la peor coprolalia de los miopes que sólo avistan el avaro trajín de su propio desaliento.
Más de un indigente está inserto en lo que algunos psicólogos denominan “complejo de Jehová”, aunque se trasmutan en cualquier deidad: de Yahvé a Vishnu, de Oruz a Tecaztlipoca, de Zeus a Chac-Mol, de Changó a Pan-Kú... Uno hubo con tal característica aún más singular: únicamente en Diosa Mayúscula se transformaba, no en deidad pagana, sino en purísimo endiosamiento de Altísima Mujer. Aflautaba la voz con dulzura de sonata....¡y
Recolectada indigencia del pe-penar Por Iztacala un indigente mete en antiquísimo veliz pequeñito, los rumores que se desploman de la fonética tumultuaria. Como si se tratara de una voz sin nadie, coloca su diestra semiabierta en los portones de un oído... y escucha una revelación del transitado mar de polvo. Unas ocasiones ríe, se carcajea en los linderos mismos del desbaratamiento... otras, su cara se angula en un poliedro, algo escucha que afila el perfil en cimitarra, quizá oye a moradores de Babel en la indescifrable traducción de una polvareda. Después, a puñados de glotonería, se alimenta de audiciones, asea de sus comisuras -con la yema de un pulgar- los rescoldos de un coloquio en avispero... Y harto de tanto babélico palabrear... en siesta de indigestión se adormece, a fin de reponer la fuerza del hambre y proseguir la recolección con la fe de hallar en eureka un lenguaje que no le suene tan estentóreamente retirado.
En Tlalnepantla, entre la interioridad del parquecito de
Los indigentes no surgen del bostezo de algún Dios fastidiado, son reos a ras de cielo, desterrados en el círculo de su hambruna. No se les mira aunque se les vea... porque podrían ser imagen premonitoria en los destinos del reflejo... de quien por comodidad se ha enceguecido. More articles by this author
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