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La pobreza amenaza la “seguridad nacional”
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Edición 215

“La verdadera paz es fruto de la justicia”

MANUEL MAGAÑA CONTRERAS
(Exclusivo para Voces del Periodista)


   DE EXISTIR DUDAS sobre el avance de la pobreza en México, éstas quedan disipadas con los datos los datos oficiales del Consejo Nacional de Evaluación  de la Política de Desarrollo Social (Coneval), dependiente de la secretaría de Desarrollo Social. Sus datos son contundentes al afirmar que el número de pobres  pasó de 46.1 millones  a 50.6 millones entre 2006 y 2008. Esto es, que en dos años de la administración calderonista, hay 5.5 millones más de pobres en nuestro país.

   El temor es que el aumento de la pobreza en México pueda convertirse en problema de “seguridad nacional”, cuyas repercusiones económica y sociales pueden derivar en un momento dado, en un problema cada día más angustioso y difícil de resolver.
   Y la preocupación aumenta porque Julio Boltnik, investigador de El Colegio de México   estimó en 80 millones  el número de habitantes en pobreza.
   Expresa el científico que las cifras de desigualdad social se agudizaron por el incremento en el precio de los alimentos, a lo cual, obviamente, hay que añadir  el ejército de millones de desocupados, el cierre de fuentes de trabajo, el déficit fiscal, la devaluación del peso y muchas calamidades más, derivadas de la aplicación de la economía neoliberal, tecnocrática, globalizadora y macroeconómica, exenta de justicia social y por tanto creadora de pobreza.
   Todo esto, sin olvidar el gravísimo error de importar alimentos hasta por 20 mil millones de dólares anualmente,  aunado al desmantelamiento de la producción agrícola, auténticamente mexicana, lo cual hundió masivamente en la miseria en  la desocupación y la miseria a nuestra población rural

Conocer causas y superarlas

   Todos, absolutamente todos los mexicanos de buena fe, deseamos fervientemente que a nombre de la búsqueda de la paz nacional, el  presidente del empleo, Felipe Calderón, triunfe rotundamente sobre la delincuencia organizada, llámese narco o de cualquier otra índole, sin excluir  los delitos de “cuello blanco”, el enriquecimiento rápido de quienes aprovechan el usufructo del poder para medrar en beneficio propio, la “industria” del influyentismo, etcétera.
   La utilización de soldados, el crecimiento de los diversos cuerpos policíacos destinados a “la guerra” contra la delincuencia organizada, revela la determinación del jefe del Ejecutivo federal por ganar un batalla que, según la percepción de la opinión pública y los comentarios de especialistas, está muy lejos de ser alcanzada la meta prevista, porque se necesita ir más allá de las acciones policíacas que únicamente es un forma de atacar las consecuencias y lo que se necesita es profundizar el las causas de tantos males aquejan hoy, por hoy, a la ciudadanía.
   No por crítica, sino con el propósito de sumar esfuerzos, debe definirse que la búsqueda de la paz en nuestro país está más allá de la participación de los cuerpos de seguridad pública, porque éstos, hay que insistir, son para ocuparse de las consecuencias al someter a la delincuencia, cuando los delitos ya están consumados.
   Es del todo encomiable, pero no suficiente, el combatir  con los cuerpos de seguridad pública a la delincuencia organizada, pero si las acciones se reducen a esto, se restan posibilidades a la victoria, mientras no se profundice en las causas de los desajustes sociales y el sistema neoliberal generador de pobreza que está llevando a la desesperación a  los pobres, a lo desocupados, a los marginados, a quienes se ven impedidos de acceder a un bien patrimonial, por lo escaso de su salario.
La “guerra contra la delincuencia organizada debe alzarse con la victoria y entre más pronto, mejor.

¿Cuándo terminará esta “guerra”?

   Más allá de las acciones meramente policíacas -que reducen  la solución al ataque sólo de las consecuencias-,  se necesita penetrar en la gravedad  de la problemática económica y social que ya está afectando el funcionamiento del mismo aparato administrativo gubernamental, a nivel federal, como lo revelan las declaraciones del secretario de Hacienda, Agustín Carstens y Carstens.
   Este funcionario, en una de sus recientes declaraciones, acaba de revelar los problemas económicos que sufre la administración calderonista. En efecto, la “brecha” ocasionada por el desplome de los recursos presupuestarios en 2009, ascenderá a  421 mil  millones de pesos, lo que representa el 3.8 por ciento del Producto Interno Bruto, lo que obliga  a realizar un ajuste de 50 mil millones en la participación federal de los Estados, lo que produce el agravamiento de la  pobreza en el país, puesto que simultáneamente se anuncia alza a los impuestos en el 2010.
   El desplome de los ingresos fiscales no es otra cosa que consecuencia  del desplome de la capacidad productiva del país que ha dejado de producir  lo suficiente para mantener el empleo y sostener el valor del peso mexicano. Se prevé el incremento de la tasa del desempleo, por supuesto la caída del producto PIB, etcétera. Una solución a esto sería que las cúpulas de la administración calderonista redujeran gastos suntuarios y sus fabulosos sueldos, que son los más altos del mundo en un pueblo abatido por los altos índices de pobreza.
   El triunfo  de la “guerra” contra la delincuencia organizada, tiene que pasar por la superación de estos y muchos otros problemas de índole económica y social, cuya solución parece ser que  ha pasado a segundo y último término, por la atención que se le da a la citada “guerra” en la que parece ser están siendo empleados todos los recursos de la empobrecida nación.

Una guerra de 40 años

   De la historia siempre debemos aprender sus lecciones para encontrar  solución a los problemas del presente. Viene a nuestra memoria  aquella guerra  entre los españoles y  los “sin vestido” y misérrimos miembros de las diversas etnias de la Nación Chichimeca, a mediados del Siglo XVII, después de que Cortés conquistó el centro, el corazón de lo que fue la Nueva España y  los miembros de la Corona de España avanzaban hacia el norte ante la oposición chichimeca que defendía lo suyo.
   Fueron muchos años de pelea, a partir de la guerra del Mixtón,  (1541-1542), cuando el virrey de Mendoza reprimió a  los cazcanes, zacatecos y tepeques. Las hostilidades duraron formalmente, en guerra declarada, 40 años, de 1550 a 1600.
De este suceso  tan desconocido por la casi totalidad de los mexicanos, hay lecciones que aprender. Fue una guerra en la cual, la rapiña de los buscadores de minas y los colonos que fundarían nuevos pueblos, fueron la “carne de cañón” de  secuestradores, violadores de mujeres, mutiladores de diversas partes del cuerpo humano, descabelladores, etcétera, sostenían una lucha sin cuartel, en el ámbito del salvajismo de ambos lados.
   A lo largo de  40 años,  los conquistadores jamás pudieron con los chichimecas, pese a que éstos sólo tenían como su arma única el arco y  los cuchillos de obsidiana para descabellar  a sus enemigos.
   Los conquistadores jamás pudieron con los chichimecas, no obstante su miseria y carencia de recursos.
   En esta guerra, el virrey Enríquez de Almanza (1568-1580), quiso someter a los chichimecas con toda la fuerza militar del gobernante. Creó  mas de 70 presidios y utilizó todos los efectivos castrenses a su alcance, pero los resultados fueron contraproducentes, porque las hostilidades alcanzaron niveles de salvajismo extremo, de ambos lados.
   Lo que puso fin a esa espantosa guerra fue  el alma franciscana del mestizo Miguel Caldera (1548- 1592),  hijo de Pedro Caldera, buscador de minas y de una mujer chichimeca, quien comprendió el problema social  en la zona del “Arco Chichimeca” y empezó, al lado de afortunadas y cuidadosas acciones militares,  el alivio de la miseria  de  los chichimecas.
   Obtuvo  de los virreyes y de buscadores de minas, el apoyo suficiente para iniciar una labor humanitaria entre los habitantes de la nación chichimeca. Regalaba maíz, frijol, cobijas, ropa  para vestir a los desnudos indígenas. Llevó grupos de indígenas de otras partes del país, asimilados a un sistema de vida civilizado. Suministró médicos. Organizó visitas de chichimecas con virreyes humanitarios como don Luis de Velasco.
   A los chichimecas no hubo ejército virreinal que los venciera, no obstante la desigualdad en las armas. Lo que los conquistó fue la comprensión que de sus problemas tuvo el mestizo Miguel Caldera, uno de los fundadores de San Luis Potosí
Lo hecho por Miguel Caldera, que debería ser considerado como uno de los grandes héroes de México, es ejemplo a seguir. Comprender las necesidades del ser humano. Ayudar al prójimo de sus aflicciones, como a título de caridad, sino como elemental deber de justicia social, es propio de las grandes almas.
   Valdría realmente la pena volver el conocimiento a esa época ocurrida en los albores del nacimiento de la nacionalidad mexicana, para encontrar luces que posiblemente inspiraran soluciones ante la creciente miseria que se extiende en nuestro país, pese a la abundancia de recursos naturales con que nos dotó la naturaleza.

Medio México, campo de batalla

   A la fecha, medio México es campo de batalla contra la delincuencia organizada. Los datos recientes señalan que la “guerra” del residente Felipe Calderón al inicio de su administración, se ha extendido a más del  50 por ciento del territorio nacional, cuyo costo se desconoce y las acciones oficiales emprendidas ocupan  gran parte de la atención del jefe del Ejecutivo. Se dice que los principales protagonistas son los soldados, quienes han sostenido 37 enfrentamiento con grupos armados de la delincuencia organizada y cuyo saldo arroja la muerte de 111 soldados y un total de 259 heridos, de acuerdo al parte de la secretaría de la Defensa Nacional, con fecha 20 de julio pasado.
   Los canales de televisión, en sus diversas emisiones diarias, e incluso fuera de dichos programas, se ocupan de difundir imágenes sobre los triunfos que obtiene la tropa a costa de la delincuencia organizada. En contraste, la venta de droga, al menos en la Ciudad de México, no ha menguado; por el contrario, se advierte que ahora es más profunda la venta de estupefacientes de parte de los narcomenudistas.
   Según  los datos de la Secretaría de la Defensa Nacional, las batallas han tenido lugar en  17  de las 32 entidades del país. Según esta dependencia, durante la administración calderonista “han muerto 17 civiles a manos de los soldados”, respecto de lo cual otras fuentes dan a conocer datos distintos.
   Sin lugar a dudas, el empeño del presidente Calderón en combatir a la delincuencia organizada le ha distraído de la atención de los muchos y complicados problemas de índole económica y social que afectan a los mexicanos.
En relación a los múltiples problemas que aquejan a la población mexicana, expertos de la  Universidad Nacional Autónoma de México,  y del Centro de Investigación  y Docencia Económicas, calificaron con 5.18 puntos los resultados de la actual administración, especialmente en lo que se refiere a “Estado de derecho, economía, desarrollo social, política internacional, medio ambiente y democracia”.
   Cincuenta investigadores participantes en un panel  y miembros del Sistema Nacional de Investigadores, entre ellos María Eugenia Ibarrán, Cristina Puga Espinosa, Alejandro Guevara Sanguinés, María López Barajas, Fausto Hernández Trillo, Gerardo Esquivel Hernández y otros, afirmaron que en materia económica, tanto la productividad como la competitividad registran los mayores rezagos, “porque en la promoción del empleo y la paz laboral, las propuestas han sido demasiado simplistas y vagas y las medidas del ejecutivo para promover el empleo, además de insuficientes, carecen de políticas públicas focalizadas”.
    
La verdadera paz, fruto de la justicia

   Para que las fuerzas del orden obtengan la derrota de la delincuencia organizada, es necesario  atacar las causas del problema, en vez de combatir únicamente las consecuencias. Los cuerpos de seguridad pública con indispensables para la derrota de los capos del narco, pero la actividad de los soldados y las policías  será infructuosa si no se acompaña  de la tarea para eliminar las consecuencias  que generan la delincuencia.
   El sistema económico neoliberal, exento de justicia social, ha sido especialmente para México, generador de pobreza, dé desempleo, desigualdad  y creación de privilegios para los miembros de la oligarquía en turno. Si no se le da solución a estas demandas, la inseguridad pública no podrá ser extirpada, porque tal como lo dice esa frase  muy conocida: “La verdadera paz es fruto de la justicia”. Si no hay respeto para la dignidad humana en lo económico y social, en sus derechos humanos, la paz difícilmente la podrán restablecer únicamente  los soldados y los policías.
   La prometida creación de empleos, de parte del presidente Felipe Calderón, quien se autoproclamó durante su campaña como “el  presidente del empleo”, debe hacerse realidad para que impere la paz en todos los hogares donde nuevamente habrá pan para todos, en la mesa de la familia.
   Existen grandes rezagos sociales y tendrá que ser superada esta difícil situación,  para que reine la armonía, en vez de la discordia que generan los estómagos vacíos.
   “La verdadera paz es fruto de la justicia”, ciertamente y ha llegado el momento en que el gobierno federal, además de atender el combate a la delincuencia organizada, en todas sus variantes, se ocupe también de atender los rezagos que hacen imposible la vida en dignidad.
   Tienen razón quienes han dicho que, si la pobreza continúa extendiéndose en el territorio nacional, puede llegar el momento en que la inseguridad se convierta en problema de “seguridad nacional”. Esto, a toda costa, no debe suceder porque a ningún mexicano le gustaría, seguramente, que el territorio de México se convirtiera en teatro, en escenario de una guerra civil. Por ello, es urgente que el gobierno federal se ocupe de desechar de nuestro sistema económico nacional, todo aquello que agrave la grave situación que nos aflige.
   La seguridad nacional debe descansar fundamentalmente, en el imperio de la justicia, en el respeto a los derechos humanos, en la calidad moral de sus clase tolerante, en la disponibilidad de una fuente de trabajo, en la conservación y defensa de nuestros valores culturales, en respeto y la defensa de la familia por ser el crisol donde se forjan el ser humano y los valores que conforman la sociedad.
   La seguridad nacional  está en la eliminación de la pobreza, en el respeto a los derechos humanos, en el trabajo en condiciones dignas, en la eliminación de la desigualdad y los privilegios, el patrimonio cultural y la soberanía de la nación. La fuerza es el medio para garantizar la vigencia de la justicia, cimiento de la verdadera paz.
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