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Edición 418

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APUNTE

Problema que no se resuelve…

Por Jorge Guillermo Cano

  • Lacorrupción y la impunidad, de la mano, representan en estos tiempos quizás el mayor de los problemas de este país

COMO DECÍAMOS en La Voz de Sinaloa, hace ya más de cincuenta años: problema que no se resuelve sigue siendo nota y es obligado reiterar.

Lacorrupción y la impunidad, de la mano, representan en estos tiempos quizás el mayor de los problemas de este país que ves. Durante muchos años hemos pensado que el fondo estaba cerca, pero nuestra capacidad de asombro es rebasada todos los días y el fondo parece alejarse, por terrible que parezca.

Ambas, impunidad y corrupción, nuevos jinetes apocalípticos, encuentran referentes inconcusos en prácticamente todos los ámbitos de nuestra realidad nacional pero, sin duda, es en los espacios del poder público y privado donde la mayor responsabilidad se ubica. Cuestión de lógica y sentido común.

El tema es tan recurrente como el problema que aborda, que parece insuperable. Los referentes son múltiples y cotidianos, sin solución de continuidad.

No son desdeñables los esfuerzos de la actual administración federal, pero es necesario revisar estrategias y acciones. Es cierto que decenios de latrocinios y desviaciones no se van a corregir en dos o tres años, pero urge actuar con mayor consistencia.

¿De veras somos todos?

¿La corrupción somos todos? -Es una pregunta que es necesario responder. No hay duda de que las prácticas corruptas permean a nuestra sociedad y están, por lo mismo, en casi todas partes, por no decir todas. Dígalo si no quien se ve en la necesidad de contratar un servicio, acudir a un taller, hacer un trámite.

Debido a la corrupción hemos tenido por casi un siglo una “clase política” y gobernantes ricos hasta la ofensa, una cauda parasitaria que medra con el interés público, que sangra al erario y corrompe hasta la mínima gestión.

La burocracia excesiva, la sobre administración, los requisitos innecesarios, los obstáculos y la tramitología, también son y propician corrupción, de modo que la ciudadanía es empujada, casi sin remedio, a esa red. Llega un momento en que esas prácticas son internalizadas y “normalizadas”.

Por lo mismo, además de señalar las vigas en donde sin duda están, hay que advertir que la corrupción ya permea el tejido social y se ha instalado en prácticamente todos los ámbitos de nuestra sociedad.

En el plano más terrenal las evidencias están a la vista. Basta con acudir a cualquier prestador de servicios, de lo que sea; realizar un trámite, solicitar un permiso o, en el extremo, tener que acudir a alguna corporación policiaca.

Que los pongan donde hay

Fue precisamente la corrupción endémica la que impidió, como advertimos entre otros, que el financiamiento público a los partidos se tradujera en un verdadero cambio de conducta, cerrando el paso a los recursos de dudosa procedencia, que siguen ahí, y los partidos simplemente entraron a un jugoso y carísimo negocio electorero.

Cierto que la descomposición partidaria y la corrupción están a nivel mundial, como lo han venido advirtiendo analistas serios desde hace mucho.

Para no ir muy lejos, sobre las elecciones y los partidos en Estados Unidos es conocido el libro de Charles Lewis: “The buying of the president” (La compra del presidente) donde afirma que en ese país es el voto del dinero lo que determina desenlaces electorales.

Quien más dinero recauda, y no siempre con la claridad que se requiere, es quien allá resulta primero candidato y luego presidente.

Caldo para la delincuencia

En todas partes, cuando la corrupción, el influyentismo, la intermediación y la violencia se convierten en vías para la solución de problemas el orden jurídico se debilita y se perturban las relaciones sociales.

La ineficiencia del orden jurídico se ha acelerado en todo el mundo, sus reglas no son claras y se ha caído en una estructura basada en numerosas facultades discrecionales, que se aplican al libre arbitrio de los funcionarios, lo que altera la certeza jurídica tan necesaria para la convivencia.

Al debilitarse al orden jurídico, se cae en un proceso de corrupción, de compra de voluntades, de impunidad, y el camino es corto a la descomposición social, a la violencia y la delincuencia sienta sus reales.

El pacto que se aleja

En México, ello tiene que ver con el relajamiento del Pacto Social plasmado en la Constitución General de la República. En la medida que el acuerdo social fundamental se diluye, las reglas se pervierten y la comunidad se desvía de sus fines generales.

Actualmente hay toda una discusión al respecto y, de entrada, es claro que los criterios de unidad se alejan cada vez más debido a las grandes inequidades sociales, la injusticia, las asimetrías en todos los órdenes, la criminal concentración de la riqueza en unas cuantas manos, el verticalismo y la unidireccionalidad en la conducción de la vida política nacional.

Como en botica

Por lo demás, hay muchas formas de corrupción. Las más oprobiosas tienen que ver con la operación de los centros de poder económico y político que, incluso, se expresan en no pocos medios de información. En ese ámbito se mueven intereses millonarios en la compraventa, a través de la promoción, de prebendas, privilegios y ventajas.

La perspectiva indica que, sin acciones radicales, las cosas no cambiarán sustancialmente en México; que la democracia seguirá transitando los caminos de la formalidad; que la corrupción, si acaso, simplemente modificará prácticas y estilos; que la simulación continuará siendo el común denominador.

Hay diferencias, ciertamente, en aspectos como los estilos de gobierno, las expectativas en el combate a la corrupción, contra el centralismo y en otras cuestiones cuyo abordaje relativamente distinto al oficial puede contribuir en algo a los cambios de mayor envergadura.

Esta sociedad que ves

En nuestro país, que ocupa varios últimos lugares mundiales en educación y cultura, proliferan distorsiones televisivas de todo tipo, además de las “redes”; la información es mercancía y ya casi nada más.

Por otra parte, pero dentro del complejo de fondo, están la impunidad cotidiana, la corrupción y la perversión de la política; el negocio electorero, las “figuras” declarativas y, en suma, el deterioro social en ascenso.

Lo que está a la orden del día, así las cosas, es la irreflexión, la tendencia al abuso, la percepción de que lo que impera, y funciona, es la ley del más fuerte, del más hábil, astuto o mañoso.

Todo ello es campo fértil para una dinámica de vida fincada en el egoísmo, la apropiación del bien ajeno, el engaño y la evasión de la responsabilidad colectiva, que alimentan la delincuencia de todo tipo y nivel.

¿Qué hacer?

La cuestión, así las cosas, apunta a la corresponsabilidad insoslayable.

En obvio, quienes representan, ocupan puestos y por ello cobran, tienen mayor responsabilidad. Si permanecen, la exigencia en su caso debe ser mayor y si no funcionan, aunque el problema los rebase, deberían irse.

Aunque, como se ha dicho, el problema no es exclusivo de personas, siempre será justificada la búsqueda de mejores opciones.

Y todos explorar y proponer alternativas; democráticamente, de manera plural, inclusiva, abierta a las ideas y a los valores. ( Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla ).

 

 



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