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Edición 376

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LOS TRABAJOS POR VENIR

Los cementerios del petróleo que fue de todos los mexicanos

Álvaro Aragón Ayala

DICHO DE ENTRADA, las narrativas cuentistas del delirante Edgar Allan Poe parecen composiciones infantiles de Cri-cri, al lado de ciertas historias siniestras reales, registradas durante cuatro décadas de Estado neoliberal en México.

PARA ABRIR EL TEMA, retomemos el caso del ingeniero Jorge Díaz Serrano, ex director general de Pemex, ex embajador en la URSS y senador desaforado en julio de 1983 para sujetarlo a proceso judicial.

La causa se fincó sobre un supuesto fraude por 35 millones de dólares en la adquisición de dos buques-tanque para Pemex. Encarcelado durante varios años, fue liberado sin que se produjera sentencia condenatoria.

           Lo cierto es que la opinión pública quedó convencida de que Díaz Serrano fue víctima de una venganza política por haber pretendido la candidatura presidencial por el PRI en 1982.

Nada, comparado con el saqueo de la renta petrolera

Tomando ese cuadrante como referencia, ¿qué significan 35 millones de dólares contra el monstruoso saqueo de la renta petrolera iniciado durante la presidencia de Vicente Fox y continuado al menos hasta 2012, al culminar la gestión de Felipe Calderón?

         Durante el mandato de Ernesto Zedillo se emprendió el último intento de renovación de la planta refinadora de Pemex encomendada —dicho a manera de ilustración— a una contratista asiática, aun existiendo en México pequeños industriales mexicanos, especializados en la materia, con currículo reconocido en el sector petrolero de los Estados Unidos.

         Está en la agenda actual el asunto de la contratista brasileña Odebrecht, cuyos ejecutivos han confesado haber incurrido en cohechos y sobornos que fueron desviados a la campaña presidencial del PRI en 2012.

La contrarreforma petrolera de Peña Nieto

El expediente se cita sólo para asociarlo al hecho de que Enrique Peña Nieto utilizó la plataforma legislativa del Pacto por México para asestar la Reforma Energética que, en voz de sus detractores, se tradujo en una contrarreforma petrolera.

           Del resultado de esa contrarreforma tenemos que, transformado Pemex en empresa “productiva” del Estado, en poco más de una década perdió al menos ocho puntos en la tabla que reconoce a las principales corporaciones petroleras del mundo.

           La empresa “productiva” cayó en acusado déficit de producción, México se ha convertido en importador neto de derivados del petróleo, el mercado nacional de consumo ha sido abierto indiscriminadamente a las franquicias extrajeras, Pemex queda como socio obligado de las trasnacionales para exploración y explotación, y, en materia financiera, parte de su déficit ha sido convertido en deuda pública.

         Huelga decir que, si México es importador neto de petrolíferos, la causa de su quiebra técnico-industrial radica en el deliberado abandono del proceso de refinación. El único proyecto de relanzamiento de las capacidades de Pemex fue bloqueado con la suspensión de la refinería de Tula, Hidalgo.

Falsas soluciones a costa de la soberanía petrolera

Abrimos el tema con la causal del enjuiciamiento y encarcelamiento de Díaz Serrano fincados en la adquisición de dos buques-tanque.

         Cuando el general Cárdenas expropió en 1938 los bienes físicos de las petroleras extranjeras, sólo recuperó un buque-tanque.

           Los gobiernos posteriores procuraron dotar a Pemex tanto de refinerías como de flota marina.

           Esa política se exigió particularmente en el sexenio de José López Portillo en el periodo de la abundancia petrolera. Fue hasta 1998 cuando se acometió un esfuerzo por reactivar la industria naviera nacional en el puerto de Veracruz.

             En ese periodo se requería capacidad para transportar por mar un promedio de 103 millones de barriles diarios. En adelante los requerimientos se potenciaron al trasladarse la extracción de petróleo y gas de tierra firme a aguas someras y profundas, de donde depende la producción de 80 y 51 por ciento de esos hidrocarburos.

           Maravillosa solución: Se acudió al arrendamiento financiero con firmas extrajeras para disponer de las unidades necesarias para satisfacer esos imperativos. El costo es aún incuantificable.

           Entre 2003 y 2007, entre Fox y Calderón, interrumpieron la atención a dicha problemática o, más bien, la desviaron en favor de inversionistas extranjeros. Sus favoritos fueron los corporativos Blue Marine Shipping y ¡Ojo! FTapia México.

         El “ojo” se explica porque FTapia México es una de las firmas vinculadas a la nombrada brasileña Odebrecht, beneficiarias de jugosos contratos otorgados por el director general de Pemex, Emilio Lozoya Austin, a cambio de millones de dólares metidos a la campaña presidencial del PRI en 2012.

         Fue hasta mediados de 2015, cuando Peña Nieto le puso atención al reto: Anunció la adquisición para Pemex de 44 embarcaciones. Dejamos el cumplimiento de ese compromiso entre corchetes.

Mueren los barcos, pero también la gente

Un dato, no precisamente accesorio: Hacia finales de los noventa México fue emplazado a cumplir una norma internacional exigida para la protección del medio ambiente. Para entonces, la flota marina de Pemex, en su mayor parte, estaba convertida en chatarra.

         Esto nos remite al drama final con su penúltimo acto. ¿Qué se hace con esos buques chatarra dados de baja? Aquí nos encontramos con una revelación que sólo los lugareños conocen: La conversión de puertos, ensenadas y desembocaduras de los ríos en cementerios.

         Sólo para ejemplificar, entre otros, se puede nombrar los puertos Lázaro Cárdenas, Michoacán, y el puerto interior de Tuxpan, Veracruz. Se “deshuesan”, pues, y mueren los barcos, pero, según experiencias en esa industria, pueden morir también obreros y vecinos por el contacto con materias conocidas como bifenilos policrados, agentes cancerígenos.

         Ese es el final del petróleo que fue de todos los mexicanos. Obra del neoliberalismo tecnocrático.    



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