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Edición 332

regino diaz

 

“Las palabras llevan a las acciones, alistan el alma,
la ordenan y la mueven hacia la ternura”.
Santa Teresa de Jesús
(Doctora de la Iglesia)

 

MADRID.- Díganme si el mundo no está cambiando. El mundo – Europa incluida, por favor – occidental es anticomunista pero abre las puertas al Banco Chino, algo así como el Banco Mundial, al servicio de intereses elitistas como siempre.

Francis Drake 1591La apertura es sensacional. Inglaterra, la de siempre – Shakespeare y el pirata Francis Drake – entra deprisa para ser la primera, por si acaso, en formar parte de esa institución. El gobierno español lo acoge como salvación mediática para mitigar el esfuerzo hecho por sus rescates que llama ajustes.
En nuestro territorio, por tanto, brillan las huellas de los inversores asiáticos. Hace poco, uno compró el que fuera Hotel Plaza, asiento y lugar de recogimiento de los que llegábamos de México, y emblema principal de la Plaza de España.

Invasión asiática


Los chinos invaden las ciudades y pueblos importantes de esta nación. Venden de todo, a toda hora y a cualquier precio por de abajo del usual. La calidad es lo de menos. Es la apariencia la que manda y, sobre todo, para que los euros rindan más.

 

Tienda de productos chinos


En Madrid las más grandes naves están llenas de productos chinos. Llegan por miles de toneladas y se compran por peso para luego revenderse por unidad. Ganancia asegurada. Bajos salarios para los asiáticos que trabajan en la trastienda y pocas horas de descanso. Alimento y escasa libertad porque hay que catalogar, reparar, reconstruir, apartar, coser, rehabilitar lo inimaginable que llega por nuestros puertos.

ShakespeareEs una invasión comercial y cultural que ya no pasa desaperciba por los españoles, Pero se antoja conveniente y hasta necesaria. La economía nacional se beneficia. Los chinos pagan impuestos, quien sabe cuánto o si cumplen con Hacienda, pero son un motor indiscutible de transacciones dizque aprovechables.

Las pocas clases medias que quedan aún viven a la sombra de los obuses que lanzan las empresas multinacionales y se inclinan a participar en ese mercado tan oscuro todavía.

El público, - objeto extraño en donde nos ocultamos y retratamos todos – se abalanza hacia esas tiendas y están llenas a todas horas. Los precios han subido un poco, pero casi nada. No se nota aún. Los empleados, asiáticos, claro, sonríen de vez en cuando y vigilan las manos y las chamarras, faldas o sostenes muy abultados. Ojos rasgados pero sin presbicia. No vaya a ser que se roben la mercancía.


La única marca es el precio


Cándido MéndezSon pocos los detenidos por violar la ley porque no conviene convertir las grandes naves de artículos asiáticos en terrero coercitivo. Manga ancha hasta cierto punto. Las ganancias lo permiten todo y tan contentos.

No hay juguetes de primera generación ni novedades mundiales ni ropa de marca. La única marca es el precio y éste es muy atractivo. Los celulares, bujías, martillos, columpios, por decir algo, están, al menos, enteros y dan servicio rápido, aunque no por mucho tiempo. ¿Cuánto? El suficiente para desquitar el dinero invertido.

Entran también, por mar y aire, los millonarios chinos que cumplen con entusiasmo el exhorto de su gobierno para llegar a todas partes. Léase continentes, por muy lejanos que estén de Pekín, para que se consolide el tándem del Estado que, junto a las empresas y sus ciudadanos, dominarán el mundo.
No es que haya miedo. Lo que hay es pánico. Una enfermedad que asuela a naciones e individuos débiles, cortos de imaginación y esclavos de la economía. De la economía del mercadillo, del estira y afloja, de lo banal y de lo usado.

Los chinos aceptan todo y se meten en todo. Su presencia, como dije, es cada vez mayor. Al contrario que en el tan admirado occidente donde cada quien va por su lado con pésimos resultados, que ya vemos, y es aprovechado por un país que hasta hace 35 años desconocía la vestimenta de los occidentales.

Si no hay vuelta atrás, como no la hay, hay que participar en el nuevo orden económico internacional que será también político y al que llegaremos, como ya es costumbre, tarde y mal.

Se acepta la invasión

Acogemos a China, a su gente, su modo de vida, sus negociantes y pocos intelectuales, con resquemor pero con los brazos abiertos. Ambivalencia de nuestra idiosincrasia habitual. No nos hacemos las víctimas, pero sí transigimos después de esbozar una amplia sonrisa un tanto falsa.

Ignacio Fernández ToxoLos gobiernos europeos están valorando esta penetración asiática y consideran que ha llegado el momento de inclinarse por la única vía posible: negociar, conscientes de que su protagonismo es también un estímulo para mejorar las finanzas públicas en éste mi querido continente.

Rechazarlos es una quimera. Están ahí y ganan en el forcejeo. La repetida frase, por lo menos conocida entre algunos, de Deng Xiaoping, uno de los tres dirigentes de la Gran Marcha, “un país, dos sistemas”, ha dado resultado. Aunque para ello hayan tenido que restringirse las libertades.

Para nuestro gobierno y alguno de los empresarios tan puntillosos con la ideología: No importa que el sistema sea comunista. Eso sí, comunista chino, no comunista venezolano. ¡Qué gran diferencia! Los chinos sí practican un comunismo humanitario, no explotan a nadie, menos a su gente, ¡qué bien viven los trabajadores chinos!, por el momento.

El resultado de estas peripecias políticas y financieras está claro. No importa restringir las libertades humanas con tal de sacar provecho.

Los sindicatos han desaparecido


Los chinos no saben nada de neoliberalismo ni de ajustes, tampoco de desahucios, aunque sí de vida precaria y chabolas. Lo que les ha permitido convertirse en la segunda potencia mundial y a punto de ser la primera, sin lugar a dudas.

¿Alguien se acuerda de los sindicatos? Hace ya algún tiempo, usted póngale cuánto, que han desaparecido Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo. Lo digo porque ellos podrían intervenir muy bien, y usted lo sabe, para que los chinitos tuviesen horarios mejores y salarios más jugosos porque no hay que olvidar que laboran en territorio español.

Los tiempos de transformación, dicen los eruditos, obligan a ser pragmáticos para no sucumbir. Se dice que la eurozona tendrá más horizontes a donde concurrir y hacer acto de presencia. A ver si nos dejan.

España necesita dirigentes, como los actuales, flexibles para que cunda el progreso en todo el territorio. Habrá que hacer más sacrificios aún y los ciudadanos tendrán que enfrentarse a la competencia china a cuyos jefes se les permite manga ancha.

Por lo visto, China no es una amenaza sino una oportunidad para diversificar mercados. El pensamiento podrá respirar mejor si lo hacemos viajar por aquellos lares en donde los derechos humanos se mantienen intactos.

Pero ahora sí, de verdad, en serio, junto a todo esto, han llegado también escritores, filósofos y profesionales que nos ayudarán a aumentar nuestro conocimiento y a asimilar sus experiencias milenarias.

Es aceptable comunicarnos y recibir enseñanzas de otras partes del mundo. Es imprescindible. Pero hay que saber cómo. Si nos equivocamos, espero que no, caeremos sin remedio.



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