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Edición 313

Matrimonio en ruinas

 

TEO LUNA

                                  

Ahora es muy común ver en los restaurantes a un buen grupo de mujeres jóvenes, reunirse a desayunar, a convivir e intercambiar experiencias, y ellas tienen una característica en común: La mayoría, están divorciadas, y el resto vive su vida de pareja entre azul y buenas noches. 



Nunca frente a los niños.


Hay crisis matrimonial. Las parejas se tornan cada vez más agresivas entre ellas, cada vez más violentas, se hacen trizas, desmoronan el seno familiar, destruyen lo que poco a poco construyeron. Por supuesto, lo primero en morir, es el amor y lo primero en aparecer es la falta de respeto. En ese sentido, lo más cómodo, lo más sencillo, es romper, es tronar y buscar la manera de divorciarse. Detrás de un conflicto matrimonial hay tantas causales, reales y palpables, de las que la pareja no se da cuenta, no acepta y sólo ve con lupa los errores del otro; no los propios. Como dice el dicho y dice bien: Ver la paja en el ojo ajeno, pero no ver la viga en propio. 

Mal de muchos, consuelo de tontos 

Si hay algo difícil en estos tiempos, es llevar la fiesta en paz. Es complicada la relación de pareja, y más cuando la crisis económica te hace trizas, cuando eres infiel, cuando hay violencia verbal, física y emocional; cuando la falta de respeto, los insultos, las amenazas, las agresiones, los apodos, el sarcasmo, la sutileza, las ganas de fastidiar, de pelear siempre, están ahí a cada momento y que difícil es cuando se involucra a los niños, cuando te ridiculizan delante de ellos, cuando denigras o te denigra tu pareja. Es muy feo vivir una relación neurótica, una relación peor que la de perros y gatos delante de las criaturas. 



Indiferencia.


Más aún: qué desagradable es ir en el carro,  peleando, en el banco y peleando, en el súper y peleando. Estás peleando en todas partes, peleas de todo y por nada, y estás siempre agarrado del chongo y te haces trizas. Cada día que avanza, te alejas y te alejas cada vez más de esa persona, llegas a aborrecerla, a repudiarla, a odiarla y, si fuera posible, la harías picadillo. 

Enojado, no tengo prudencia en lo que emito, no me detengo y hago trizas a mí pareja. Sé perfectamente dónde pegarle. De eso se trata, de que le duela; que la daga se clave hasta el fondo y que la herida sea profunda. 

Cuando no hay amor, no hay nada

En el terreno de control, de estar manejando la vida de otro, tarde que temprano se pagan consecuencias, porque cada vez, los reclamos son más violentos, más agresivos y, por supuesto, más ofensivos. El rompimiento se comienza a dar cuando la manipulación se enmascara de chantaje emocional o de extorsión sentimental; se da cuando hay amenazas de por medio, cuando afloran los gritos, incluso empujones y golpes. 



Enfrentamientos.


No hay cosa más insoportable que vivir con una neurótica, o con un neurótico. La casa es un ring de peleas, los tonos, el volumen, los gritos y las groserías son el pan de cada día. Es una pugna absurda en busca del poder. Los celos afloran y los comentarios en ese sentido también: Seguramente estás cansado, tú pareja te deja sin ganas de nada. Sencillamente, el amor acaba. 

Las diferentes maneras de agredir

Es difícil aceptar la enfermedad emocional propia, reconocer mis errores, mí codependencia, pero sí es muy fácil ver con lujo de detalles los errores del otro; muchas personas forman parejas disparejas. Estas parejas se dejan de hablar y demuestran el poco o el nulo interés que sienten por el otro; también es muy común hablar con otros, desprestigiar a tú pareja, contar todo lo malo de la otra parte, negar u ocultar tu rebanadita del pastel. 



Pleito telefónico.


No dedicar el tiempo suficiente a la familia, no dar calidad de tiempo por culpa del trabajo o del dinero, son causales de divorcio. En fin, se cometen tantos errores, que en lugar de salir del hoyo, se hunden más y más. 

El matrimonio no es para toda la vida, el divorcio sí

Muchos casos agudos están atorados en los juzgados, otros son un verdadero infierno para ambos, porque después de haber concluido con el matrimonio, ahora peleas más y usas como carne de cañón a tus hijos. La pensión alimenticia, los tiempos de convivencia ordenados por el juez y otras disposiciones, son pretextos para no llevar la fiesta en paz. Entre divorciados te veas, ambos destilan veneno, ambos se desprestigian y se echan la culpa el uno al otro. Siendo honesto con uno mismo, hay que reconocer mis errores, reflexionar sobre mis patrones de conducta, mis defectos de carácter y hacer un honesto inventario de mi relación de pareja, para ver con humildad mis errores, reconocer mi fracaso por mí culpa y no por culpa de otros. Tal vez, vivir una segunda oportunidad y no repetirse la misma historia. 

La decadencia social parte de un hogar disfuncional y esta triste historia comienza, con las parejas disparejas. 


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