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Edición 312

Temor de feligreses:

El papa Bergoglio,

¿otro demoledor del catolicismo?

 

 

CON LA AMARGA EXPERIENCIA del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965),  ocasión en que El Vaticano quitó a la Iglesia católica el carácter de Madre y maestra para convertirla en “iglesia charladora -con lo que desde entonces los feligreses quedaron sin orientación doctrinaria precisa  y expuestos a las corrientes modernistas  contra la moral y natura-,  la noticia  de que el papa Francisco prepara un Sínodo para octubre de 2014, ha sido recibida con desconcierto y marcado pesimismo por los creyentres de buena fe.

 


COMO SI LA IGLESIA no tuviese definida su línea doctrinaria sobre Moral y Buenas Costumbres, como si los textos bíblico no fuesen claros a propósito del tema de Sodoma y Gomorra, ahora  el papa Bergoglio  abre las puertas del próximo Sínodo de Obispos a corrientes que amenazan  a la institución de la Familia, como la sodomía precisamente, las uniones entre personas del mismo sexo, la adopción de menores por parejas del mismo sexo, el “alquiler de vientres ajenos” para engendrar fuera de matrimonio, etcétera.

Lo menos que se dice de la encuesta lanzada recientemente por Bergoglio para que los feligreses de todo el mundo opinen  sobre las corrientes que en nuestros días se alzan como grave riesgo para la institución familiar, es que se trata de una “imprudencia” porque, de acuerdo al concepto tradicional de la Iglesia Católica -Jesús dijo: “Id y enseñad en todas las naciones”-, ahora, como si se tratase de un partido  político, se pide la opinión  a quienes han estado huérfanos de enseñanzas de parte de sus guías espirituales, cuya deficiente formación espiritual se advierte en los frecuentes escándalos que se suscitan en diversos países por clérigos que  incurren en el delito de la pederastia, al abusar sexualmente de los niños.

Primer signo de alarma

Tal como dice el viejo tango  -Bergoglio es nativo de Argentina, la tierra del tango- “la historia vuelve a repetirse” y, en efecto, el Sínodo de Obispos, en proyecto,  por los temas tabú a tratar recuerda, como lo decimos líneas arriba,  al Concilio Ecuménico Vaticano II que fue el “parteaguas” para la crisis moral que se vive dentro del clero llamado “progresista”, dentro del cual se dan los frecuentes escándalos en el mundo, por la pederastia  o abuso sexual de líderes espirituales  en perjuicio de los niños. 



El movimiento gay cada vez más fuerte.


El primer signo de alarma  sobre el tema de la sodomía en las filas del sacerdocio “progresista” del Vaticano II, lo externó el papa Francisco cuando en el avión de regreso a Roma, después de su jira por Brasil,  afirmó: “No soy quien para juzgar”.

Su afirmación provocó el asombro de muchos católicos en el mundo, porque precisamente el  Papa es la autoridad suprema dentro de la Iglesia Católica, para juzgar imponer la disciplina correspondiente en las filas  de los sacerdotes, cuya conducta personal es contraria a los cánones de la Iglesia, para que no se generalice la corrupción en las filas eclesiásticas.

El papa Francisco, al decir en el avión  que abordó en Brasil rumbo a Roma, que “no soy quien para juzgar”, tácitamente está renunciando a su autoridad y si él  se evade así de una de sus responsabilidades, ¿Entonces en manos de quien quedamos?

Curia romana “progresista”

Otro motivo de preocupación para la feligresía católica de buena fe, consiste en la noticia  dada a conocer el pasado 5 de noviembre  por las agencias noticiosas  internacionales DPA PL, Reuters  y Asp  en el sentido de que el papa Francisco , en tan sólo ocho meses de pontificado, “ha realizado cambios  de personal en la jerarquía eclesiástica, al reformar la Curia romana y restringir  el poder de los ultraconservadores”. Se añade que Francisco “también ha puesto mayor énfasis  en las doctrinas sociales de la Iglesia”.

Por las experiencias amargas derivadas del Concilio Ecuménico Vaticano II, quienes somos personas de Fe ya sabemos que dentro del ala “progresista” de la Curia romana, la politización de la Fe la disfrazan con la máscara de “doctrina social de la Iglesia”.

La experiencia dice que esto no es así y que, de lo que en verdad se trata, es de emprender acciones de la politización de la Fe que acaba por arruinar las filas del catolicismo y de toda acción cívica. La separación de las cuestiones Iglesia-Estado dejan de ser y se produce por ello una confusión de funciones carentes de causa valedera.

Enemigos de la Iglesia, dentro de ella

El catolicismo está inmerso en una crisis moral profunda, a partir del Vaticano II, precisamente. A juicio de los católicos de buena fe, lo que se necesita es retornar a las fuentes  de las enseñanzas cristianas, en vez de soslayarlas y adoptar proclamas de corte político religioso como la controvertida Teología de la liberación, que implica mescolanza de lo político y lo religioso.



Papa Francisco.


El fondo del problema de la Iglesia después del Vaticano II -de acuerdo al testimonio de la realidad  desde los tiempos de Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II-, es que muchos de los enemigos de la Iglesia han penetrado a ella, según lo advierte el papa San Pío X  quien, en su Encíclica Pascendi Dominici Gregis,  expedida  el año 1907, afirmó: “Al presente,  los enemigos declarados de la Iglesia se encuentran dentro de ella y son más peligrosos, porque aplican el hacha  a las raíces del Catolicismo”.

El papa Bergoglio muestra un afán por la introducción de novedades al Vaticano. ¿Por qué, en estos momentos de crisis, sin dar la orientación debida a los feligreses, abre las puertas  al Sínodo de octubre de 2014,  a las corrientes que amenazan a la familia, como las uniones entre personas del mismo sexo con derecho a la adopción de menores?

Pablo VI, en momentos de crisis dentro de su mandato, admitió que los “humos de Satanás han penetrado en los muros de la Iglesia;  que el Catolicismo atraviesa un proceso de autodemolición de la Iglesia”.  Prudencia, es lo menos que se le debe pedir al papa Francisco, para que no caiga en la categoría de autodemoledor del catolicismo.  Dicho con firmeza y respeto.  



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