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Edición 301

PRI: reforma sin reformistas
CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Cuando el PRI ha querido jugar a la democracia, es lógico que siempre pierda por la sencilla razón de que no es un partido cohesionado ideológicamente sino porque es un partido de pluralidades ideológicas. Por eso es que las grandes reformas del PRI han sido impuestas por las élites y luego legitimadas en la base.
Las asambleas de reformas priístas han sido, en ese sentido, babélicas: idiomas diferentes, propuesta s microscópicas y generales, diálogos de sordos, aportaciones contradictorias y hasta excluyentes. La XIV asamblea de 1990, conducida por Luis Donaldo Colosio, registró una presión desde la base para condicionar modificaciones ideológicas a la reforma de Salinas de Gortari a cambio de apertura en la elección de candidatos.
La XVII de Zedillo le puso candados a la candidatura presidencial para cerrarles el camino a los tecnócratas.
La XXI asamblea se perfila en el escenario de las reformas estructurales del gobierno del presidente Peña Nieto, sobre todo el IVA a medicina y alimentos y la apertura a inversión privada en algunas actividades petroleras.
Pero se trata, sin duda, de dos de los últimos pilares del viejo PRI populista que en sí mismos no representan alguna definición de largo plazo, sino solamente representan las posiciones que quedan por defender.
De ahí que se esperan meses de discusiones y desgastes en el PRI para preparar la modificación del programa de acción y luego apoyar las reformas en el legislativo.
Sin embargo, nada es imposible en el PRI: de la mano de una estrategia audaz de consolidación política, el presidente Salinas de Gortari pudo privatizar el ejido, terminar con el papel del Estado como básico en la actividad económica, privatizar las empresas públicas y reconciliarse con la iglesia, a pesar de que esos puntos representaban -como el IVA y el petróleo- los aspectos inflexibles en la ideología priísta.
Lo que viene, en consecuencia, es la negociación al interior del PRI. El problema que se percibe hoy es la falta de una estrategia política para conseguir los cambios en la ideología priísta. Los priístas en realidad no son ideológicos y buena parte de sus propuestas ideológicas responden más bien a efectos electorales en la gente; Salinas pudo privatizar el Estado con la estrategia de compensación del Pronasol y la lucha contra la pobreza, con lo que disminuyó el enfoque neoliberal en la sociedad.
Hay que partir del hecho de que el PRI es maleable pero en función de compromisos de reparto de poder y de control de daños sociales: nació como partido casi fascista, se convirtió en un partido revolucionario socialista y luego de burocratizó, pasando más tarde a agencia de colocaciones y luego al espacio de acción de los tecnócratas. Eso sí, en todas las etapas mantuvo su organización corporativa como seguro de permanencia en el poder.
Lo que enfrentará el PRI en su XXI asamblea nacional tiene que ver con la necesidad de rehacer los acuerdos de unidad interna entre sectores y militantes, más que prevalecer la defensa de dogmas económicas y políticos. Es innegable que el PRI tiene que cambiar a partir de la experiencia del neoliberalismo, la pérdida de la presidencia y ahora el regreso, pero a condición de mantener una vida política plural.
El gran desafío del PRI es tratar de ajustarse a la modernización de las ideas políticas pero sin liquidar sus últimos compromisos sociales, aunque en el fondo parece estarse construye ndo una corriente que buscaría rehacer la política social pero sin regresar al populismo del pasado que tantas crisis le costó al país.

PRI:
reforma sin reformistas
CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ

 

CUANDO EL PRI HA QUERIDO JUGAR a la democracia, es lógico que siempre pierda por la sencilla razón de que no es un partido cohesionado ideológicamente sino porque es un partido de pluralidades ideológicas. Por eso es que las grandes reformas del PRI han sido impuestas por las élites y luego legitimadas en la base.

 

¿Quién mandó matar a Colosio?
¿Quién mandó matar a Colosio?

LAS ASAMBLEAS DE REFORMAS priístas han sido, en ese sentido, babélicas: idiomas diferentes, propuesta s microscópicas y generales, diálogos de sordos, aportaciones contradictorias y hasta excluyentes. La XIV asamblea de 1990, conducida por Luis Donaldo Colosio, registró una presión desde la base para condicionar modificaciones ideológicas a la reforma de Salinas de Gortari a cambio de apertura en la elección de candidatos.

La XVII de Zedillo le puso candados a la candidatura presidencial para cerrarles el camino a los tecnócratas.

La XXI asamblea se perfila en el escenario de las reformas estructurales del gobierno del presidente Peña Nieto, sobre todo el IVA a medicina y alimentos y la apertura a inversión privada en algunas actividades petroleras.

Pero se trata, sin duda, de dos de los últimos pilares del viejo PRI populista que en sí mismos no representan alguna definición de largo plazo, sino solamente representan las posiciones que quedan por defender.

De ahí que se esperan meses de discusiones y desgastes en el PRI para preparar la modificación del programa de acción y luego apoyar las reformas en el legislativo.

Sin embargo, nada es imposible en el PRI: de la mano de una estrategia audaz de consolidación política, el presidente Salinas de Gortari pudo privatizar el ejido, terminar con el papel del Estado como básico en la actividad económica, privatizar las empresas públicas y reconciliarse con la iglesia, a pesar de que esos puntos representaban -como el IVA y el petróleo- los aspectos inflexibles en la ideología priísta.

Lo que viene, en consecuencia, es la negociación al interior del PRI. El problema que se percibe hoy es la falta de una estrategia política para conseguir los cambios en la ideología priísta. Los priístas en realidad no son ideológicos y buena parte de sus propuestas ideológicas responden más bien a efectos electorales en la gente; Salinas pudo privatizar el Estado con la estrategia de compensación del Pronasol y la lucha contra la pobreza, con lo que disminuyó el enfoque neoliberal en la sociedad.

Hay que partir del hecho de que el PRI es maleable pero en función de compromisos de reparto de poder y de control de daños sociales: nació como partido casi fascista, se convirtió en un partido revolucionario socialista y luego de burocratizó, pasando más tarde a agencia de colocaciones y luego al espacio de acción de los tecnócratas. Eso sí, en todas las etapas mantuvo su organización corporativa como seguro de permanencia en el poder.

Lo que enfrentará el PRI en su XXI asamblea nacional tiene que ver con la necesidad de rehacer los acuerdos de unidad interna entre sectores y militantes, más que prevalecer la defensa de dogmas económicas y políticos. Es innegable que el PRI tiene que cambiar a partir de la experiencia del neoliberalismo, la pérdida de la presidencia y ahora el regreso, pero a condición de mantener una vida política plural.

El gran desafío del PRI es tratar de ajustarse a la modernización de las ideas políticas pero sin liquidar sus últimos compromisos sociales, aunque en el fondo parece estarse construye ndo una corriente que buscaría rehacer la política social pero sin regresar al populismo del pasado que tantas crisis le costó al país



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