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Edición 295

EDITORIAL

Pragmatismo,

bestial ensayo que tiene

a la nación postrada

Pragmatismo, es talar los frondosos bosques de la cultura para buscar el camino de retorno al orangután. Pragmatismo, es extinguir toda noción de  Ética, renunciar a la razón y abandonarse al dictado oportunista del instinto. Pragmatismo es, en síntesis, dar la espalda a la Historia, porque se la ignora o se reniega del edificante hacer humano al través de los siglos.


editorial voces 295

 

Moral es “árbol” que da moras, dijo una vez un cacique chocarrero potosino -Gonzalo N. Santos- quien, surgido del movimiento armado, se inició políticamente en el Partido Nacional Revolucionario y terminó su ciclo en el Partido Revolucionario Institucional, revestido de fama como pistolero electoral.

De aquella obscena expresión -tomada a título de fe- se valieron los detractores del viejo régimen político mexicano para dar por sentada la subcultura antidemocrática del Partido de la revolución. Cuando aún había intelectuales en el Partido Acción Nacional (PAN), que los hubo, éstos hicieron de la frase leitmotiv de su discurso opositor.

Al presidente panista saliente, Felipe Calderón, le dio por despedirse del encargo, refocilándose en el canto bravero de los corridos El hijo desobediente y El perro negro. No sólo: Remitiéndose a metáforas poltronas, hizo de la suprema magistratura de la República estampa de cuento infantil identificándola como la carroza que, a la media noche, se convierte en calabaza arrastrada por ratones.

¿Cómo llegó el partido de las derechas al pragmatismo? Recorriendo el tramo de setenta años -de la oposición al poder-, dejando a la vera de su ruta la promesa ética de sus padres fundadores y la moralidad defendida por la primera generación directiva, para embarcarse sucesivamente en el relativismo moral y terminar chapoteando en la inmoralidad.

La llamada generación del cambio de sedicentes militantes del Partido Revolucionario Institucional empezó por devaluar los valores de la cultura nacional y los principios ideológicos de la Revolución, reduciéndolos a simples mitos y dogmas desechables, como coartada para ofrecer a los mexicanos una fantasiosa postmodernidad repartidora de ilusoria prosperidad.

Desde 1988, el pueblo mexicano empezó a castigar con su voto al gobierno del PRI. Juiciosos analistas del propio partido, al hacer el balance de los resultados electorales de aquel año, concluyeron que el voto de castigo contra el régimen tuvo su placenta en los depredadores resultados de una política económica dictada por el pragmatismo de la tecnoburocracia priista. En 2000, el presagio se cumplió cabalmente como respuesta indignada a la terquedad fundamentalista de los neoliberales.

El PRI salió de Los Pinos, pero los nuevos huéspedes porfiaron en el pragmatismo devastador. Los panistas no sólo se avergonzaron del legado doctrinario que dio cuerpo retórico al humanismo político; se refugiaron en la ley del menor esfuerzo intelectual y nadaron de muertito sobre pilas de cadáveres de cientos de miles de compatriotas. Y todavía, en sus horas crepusculares, el derrotado estelar del pasado 1 de julio recordó entre los humos de la hoguera electoral que alguna vez su partido postuló el “humanismo político”.

La publicitada transición democrática se quedó también en esqueleto declamatorio. Si alguien espera que la osamenta sea revestida de musculatura nueva, puede sufrir otro desencanto. En el actual Congreso de la Unión se observa a sobrevivientes de la usurpación de 1988 y de las bancadas parlamentarias priistas que en 2000 y 2006 cedieron los arreos presidenciales a adversarios que en el trascurso de las últimas dos décadas habían dejado de serlo para convertirse en aliados.

Ambos bandos siguen hermanados en un pragmatismo de pastiche que ha dejado el llano en llamas. Como inane consuelo a sus repetidas derrotas, los voceros del PAN le asestaban a cada nuevo sucesor en la presidencia priista una expresión de la comedia española, como herencia maldita del mandatario saliente: Imposible la dejasteis para vos y para mí.

Es probable que Enrique Peña Nieto, en su debut  en el Poder Ejecutivo federal, tenga que revirarle a sus antecesores panistas con el mismo, justificado reproche. Como el crimen, el pragmatismo “no paga”. Al menos, no a los votantes, siempre defraudados por la acción del gobernante.



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