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Ediciòn 290

EDITORIAL

¿Y yo, por qué?

 

THE TRUMAN SHOW es una terrible historia fílmica que cuenta cómo el joven Truman Burbank, aún desde el vientre de su madre, es condenado a vivir las 24 horas del día prisionero en una gigantesca burbuja televisiva -la ciudad de Seahaven, controlada desde miles de cámaras de televisión-, en la que todos sus movimientos y reacciones emocionales son condicionados a modo de que permanezca aislado de la realidad del mundo.


editorial 290 voces del periodista

REFLEJOS INSTINTIVOS le hacen ver al joven Truman la anomalía de su existencia e inicia tentativas de escape que son obstruidas por el productor ejecutivo. Cuando sabe que su huida puede resultar mortal, Truman se despide de su público: “Buenos días… y por si no volvemos a vernos: Buenos días, buenas tardes y buenas noches”. Cuando Truman salta la última barrera de su cautiverio, la producción corta súbitamente la emisión. La audiencia, siempre emocionada por el transformado personaje, es presentada ipso facto buscando otro show.

Con excepción de Ernesto Zedillo Ponce de León, que abominaba de su contacto con los medios de comunicación, especialmente los electrónicos, los otros tres presidentes de la República de los últimos 22 años se han  inclinado compulsivamente por refugiarse en posición fetal en la burbuja televisiva -como si fuera el incontaminado y cómodo vientre materno-, para no encarar la dolorosa realidad del entorno humano, que sus irreflexivos o deliberados actos contribuyeron a enervar.

Se pensó, equivocadamente, que Vicente Fox Quesada, como producto nato de la mercadotecnia digital, era un caso excepcional. Los medios electrónicos casi le celebraron cuando, abordado por la plebe en Chihuahua, expectoró: “No hagan mucho caso por lo que por ahí se lee y escucha… el país está bien y la gente está mejor que nunca”.

Si aquel rapto pareció anecdótico, la medida de la alienación de Fox se presentó en su justa dimensión cuando en una cuestión de Estado -la pugna por el acaparamiento de concesiones públicas para medios electrónicos y el violento asalto a las instalaciones de uno de ellos (canal 40 de Tv)-, y emplazado por la parte afectada a arbitrar sobre el despojo, respondió alelado: Y yo, ¿por qué?

Aunque se especulaba que el Presidente era un presunto consumidor de ansiolíticos, la impresión que difundió en ese episodio fue la de que carecía de la mínima noción sobre las responsabilidades de un jefe de gobierno, pero, sobre todo, las de un jefe de Estado. De ahí aquella respuesta desconcertada.

Desde los primeros meses de su mandato, en que quiso ser conductor de su propio programa de radio, Fox apremiaba a sus productores: ¡Quiero rating! ¡Necesito rating! Los funcionarios del área de imagen y opinión de Los Pinos, de su lado, sudaban la gota gorda tratando de conciliar los resultados en popularidad del mandatario, con el déficit en reconocimiento de la eficacia de su gestión.

Aunque no pareció percibir cuándo perdió el bono democrático que lo llevó a Los Pinos, hacia principios de 2002 Fox tuvo un destello de lucidez al reconocer que había perdido la “batalla mediática” después de que, movilizando al máximo los medios electrónicos, pretendió presionar al Congreso de la Unión en pos de sus llamados por él, reformones, sin lograr su objetivo.

De otra formación cultural y partidista -aunque, a diferencia de Fox, sin presencia escénica y de origen electoral cuestionado-, se creyó que Felipe Calderón Hinojosa poseía capacidades y habilidades para negociar su legitimidad de gestión. En vez de intentarlo, prefirió refugiarse en la burbuja televisiva para, desde las pantallas, imaginarse consensos en torno a su proyecto de gobierno y, particularmente, en la aceptación de la guerra narca.

Con independencia de su actuación en videos en los que rebaja la investidura presidencial  al oficio de guía de turistas, o de exhibiciones de corte militarista para acreditar sus hazañas contra el crimen organizado, el michoacano trató de implantar durante su sexenio una realidad artificial, montando pretensiosos escenarios para divulgar mensajes sobre los informes de Gobierno que estuvo impedido de leer en las sesiones de Congreso General.

Dos semanas después del último evento -y ya la con la declaración Presidente electo para el próximo sexenio- todavía en la televisión y las estaciones de radio el mandatario mantiene su representación personal en variadas poses y su incesante parlocracia con la que blasona, incluso en y desde el extranjero, de inexistente epopeyas, sin dar oportunidad a los gobernados de calificar su gestión. Éstos deben tomar a título de fe lo que el jefe del Ejecutivo predique en la tele.

Y la realidad del México verdadero galopa sobre tierra ensangrentada y flota sobre ríos de plomo criminal. La pregunta no es si esto se pudo haber evitado. La pregunta sigue siendo: ¿Y yo, por qué? Pronto, como en el final de la historia del joven Truman, la audiencia estará desviando los ojos a otro show desde la burbuja televisiva. A esto le apodan democracia.



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