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Edición 275

 

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editorial

Liderato macabro

Con rebuscada pero ineficaz frecuencia, desde el sexenio de Vicente Fox -quien blasonaba de presidir “el primer gobierno democrático de la historia de México” (sic)- los gobiernos del PAN, buscando su inmortalidad en Guiness, se obstinan en presentar como record ciertos logros de sus políticas públicas o alguna obra “sin precedente”. Son recursos electoreros con los cuales los partidos en el poder, tocados por la tentación de dictadura, pretenden perpetuarse.

En esa línea de autocomplacencia, Felipe Calderón, atrapado en su delirio de la guerra narca, basa sus éxitos como comandante supremo de las Fuerzas Armadas, estableciendo comparaciones -siempre odiosas, decían los clásicos- sobre índices de criminalidad homicida con otros países o ciudades del mundo, cuando la equiparación, para efectos de credibilidad, debiera ser entre el antes y después del periodo de gestión correspondiente en materia de seguridad pública.

Recientemente se dio a conocer el ranking de las 50 ciudades más violentas del mundo: 45 de ellas pertenecen al continente americano y 40 expresamente a América Latina. Entre éstas, ya sacadas del listado Tijuana, Reynosa y Matamoros, 12 son mexicanas, pues a la nómina han sido incorporadas Monterrey y Veracruz. Cinco de estas ciudades nuestras están entre las primeras diez más violentas del planeta.

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Para decirlo pronto, aun con cifras mañosamente rasuradas por algunas agencias de Estado y de gobiernos estatales, la Procuraduría General de la República en su último reporte de enero computó 12 mil 903 ejecuciones -“fallecimientos por presunta rivalidad delincuencial”, categoría empleada para deslindarlas de los homicidios del orden común- sólo entre los meses de enero a septiembre de 2011. Cuando se agreguen los meses de septiembre a diciembre, es posible decir que el número de muertes violentas superará en un año el de la Guerra Cristera de finales de los años veinte -unas 15 mil-, último registro de nuestras luchas fratricidas.

Con independencia de que el desencadenamiento de la guerra contra el crimen organizado haya sido asumido de manera voluntaria por el mandatario en turno, lo cierto es que la decisión aplicable en el patio trasero fue impuesta por El Pentágono que -sea quien sea el que llegue a ocupar Los Pinos en diciembre próximo, o la Casa Blanca en enero de 2013- mantendrá sus designios “hasta que caiga el último narco”.

Cruel paradoja: Durante casi dos siglos México se resistió heroicamente a ser objeto del Destino Manifiesto monroyano. Hoy, el gobierno de la alternancia -el del humanismo político-, es dócil actor y sujeto de tal destino. De allá las armas: De aquí los muertos.

 

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