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Edición 258

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MarchaPaz022 23DEMARCHA

MARCHA

El silencio de los inocentes

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siciliados

 

Paz (que no sea sólo ausencia de la guerra), justicia (que no se congele en la simple evocación o se violente en la ejecución neutra o abusiva de la ley) y dignidad (la virtud de sí mismo y reconocimiento en el prójimo), no son atributos para elevar al altar una nueva santísima trinidad. Es el triple clamor de una sociedad desvertebrada y humillada que urge de tranquilidad en las calles y en las conciencias, que está harta de complicidad con e impunidad de los poderosos que se han adueñado del plomo y de la suerte del niño, de la mujer y el ciudadano, y demanda decoro y respeto al ejercicio de su libertad.

 

Contra el estrépito de los cuernos de chivo, de los R-15 y el granadazo anónimo; contra el espectáculo de cuerpos descuartizados y cabezas humanas sin tronco  ni identificación; contra el incesante hallazgo  de cadáveres inhumados clandestinamente y contra el siniestro eco del discurso público autocomplaciente, que pretende meter en el santoral republicano los nombres de los hombres armas que las humedecen con la sangre de aquellos codificados como daños colaterales; contra todo ello se ha levantado el ejército silencioso que vimos marchar del 5 al 8 de mayo en la planicie mexicana y sus alrededores y diversos cuadrantes solidarios del globo. El silencio como escudo y pasiva saeta en elocuente dialéctica contra la muerte.

 

Cuenavacamarcha07

¡Estamos hasta la madre!: ¡No más sangre¡ ¡Ni un muerto más! ¡Vivos se los llevaron: Los queremos vivos!. Después del 68 y del 71 mexicanos y su macabro corolario de guerra sucia, se pensó que nunca más se escucharían esas condenas multitudinarias en las calles y las plazas de México. Pero ahí están, los expedientes de Aguas Blancas y Acteal.  Las cruces clavadas en esos solares condensan y simbolizan el cruel acontecer cotidiano  en un territorio indígena y otro también. Ahí están, a punto de insolación, los deudos de los mineros de Pasta de Conchos -los del homicidio industrial continuo en el mismo Coahuila, Zacatecas o Jalisco-, acompañados de las viudas y los huérfanos de los que cayeron al impacto de balas represivas en Lázaro Cárdenas o Cananea. Ahí están, los que no acaban de llorar a sus infantes, víctimas masivas del incendio de la guardería ABC, o los que desaparecieron de otros albergues con licencia gubernamental. En la denuncia de la infamia, están los que ya no tienen a su lado la compañía de luchadores sociales o militantes políticos, cuya última hora fue marcada por los designios del régimen. Están también aquellos a los que el gobierno les dio la estocada del fin o la mutilación del contrato laboral, etcétera.

 

Sin agotar la lista de agravios -sangre derramada, petrificada o quemada, el resultado es el mismo-, los caídos mencionados, ¿son o no víctimas de la delincuencia organizada, así ésta se retrate de cuello blanco? La pregunta resulta de que los publicistas de la guerra calderoniana pretenden que no hay más quebranto humano que el que infligen los del crimen organizado: los malos. El ejército, lo dicen esos publicistas, sólo es repelente de ataques perversamente maquinados por las fuerzas del mal. Con razón: Los que a estas fuerzas encarnan son pasados sumariamente a fuego. Ejecuciones extrajudiciales, las llaman los puristas del Derecho. Lo mismo da: Que le rindan declaración a San Pedro, dice uno de esos generales “repelentes”.

 

Y es, en esa matanza indiscriminada, donde se abonan los daños colaterales. Es el viejo fuego cruzado que retiró de este mundo al cardenal Juan José Posadas Ocampo, por cuyo crimen (de Estado, dicen) siguen reclamando los católicos, algunos de los cuales hoy forman parte del gobierno. Son los “daños colaterales” que, antes de reconocerse oficialmente, cargan sobre la muerte de inocentes la instantánea y odiosa identificación como sicarios o pistoleros, a los que, “para ver si pega”, se les siembran armas, así se trate de niños, jóvenes brillantes estudiantes, madres de familia o profesionales camino a sus honorables empleos.

 

De esas doloridas vetas (la social, la política, la de los daños colaterales) se han desprendido valientemente los que no se conforman con el veredicto gubernamental; víctimas a la vez, en algunos casos, se nuevos atentados: Los de la acción directa, los de la intimidación sicológica, los de la meliflua y malvada invitación a Los Pinos y hasta los de la oferta de alguna candidatura  política.

 

De la palabra no entendida ni atendida al silencio: Del silencio a la presencia colosal en los zócalos. Y los del Pacto de marzo con la colérica insidia a flor de pantalla: ¿Y a ti te consultó el orador que pidió la renuncia de equis o zeta funcionario? Ahora tampoco hay permiso para la espontaneidad: “No te salgas del libreto”.   ¡Que viejo es el divide y vencerás! Y qué inane, cuando la imagen de la protesta ha recorrido el mundo. Ahí quedan las divisas para la reconstrucción nacional: Paz, justicia y dignidad. El destinatario no tiene tiempo para responderlas. Tiene prisa por buscar en el extranjero medallas de cobre que compensen la falta de legitimidad que aquí le niegan sus compatriotas. Y para mercadear el patrimonio nacional, ya en gran parte enajenado.

 

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