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Pavo real de trapo. Gerardo Ruiz Mateos
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Edición 215

 

   GERARDO RUIZ MATEOS es una persona que se ve amable, un buen tipo, con quien no habría porqué tener problema para ir a comer o, incluso, para tomar la copa. Pero cuando empieza a hablar y a gesticular emerge su verdadera personalidad: un tipo impertinente, ignorante para las funciones públicas que tiene que hacer y, además, arrogante.


   Sin embargo, el secretario de Economía es amigo de Felipe Calderón, y como su jefe, Presidente de la República, es protector de sus incondicionales, un manto protector a prueba de cualquier metralla lo mantiene con vida política.
Gerarado Ruiz Mateos   El nombre de Ruiz Mateos es el que más circula en las élites políticas y los medios de comunicación como el miembro del gabinete calderonista más próximo a ser relevado. No está claro por qué tendría que salir en este preciso momento. Cuando hubo la coyuntura económica y se modificaron políticas, lo apalancaron en su cargo. Pero la repetición de su nombre como indiscutible número uno en la lista de desechables de Los Pinos, sólo ratifica la mala imagen que tiene ante la opinión pública y el desprecio creciente, inclusive, de los suyos, los panistas.
   Ruiz Mateos sintetiza la visión popular de que Calderón prefiere a sus leales por sobre los competentes, que es tan desconfiado que se apoya en los fieles, que no le importa pagar el costo de la improvisación si a cambio construye una muralla para refugiarse, porque desconfiado es mucho el Presidente.
   Ruiz Mateos resume también el perfil del neocalderonista, joven, inexperto, y como muchos de los que llenan el arquetipo, boquiflojo y frívolo, superficial y negado para generar el respeto ajeno. Pero, como se expresaba obscenamente Eisenhower de Somoza, Calderón puede decir, sin llegar a la onomatopeya: Ruiz Mateos, es mío.
   El secretario de Economía ha tenido un desarrollo meteórico desde que se metió al PAN en Querétaro en 1995, donde arrancaba su carrera en la industria automotriz, tras graduarse como ingeniero industrial del Tecnológico de Monterrey. No tuvo ningún cargo de relevancia dentro del partido o la administración pública, pero reunió a jóvenes empresarios de la región para que apoyaran a Calderón desde los primeros momentos en que aspiraba quedarse con la candidatura presidencial. En campaña se hizo cargo de las finanzas del equipo y el Presidente lo premió.
   Al llegar a Los Pinos lo hizo secretario del gabinete encargado de proyectos especiales, y cuando Juan Camilo Mouriño emigró a la Secretaría de Gobernación en enero de 2008, lo remplazó como jefe de la Oficina del Presidente. Duró poco. En agosto tuvo un salto cuántico, a la Secretaría de Economía. A la velocidad política de la luz, Ruiz Mateos salió de la placenta presidencial al mundo real. Obviamente, muy pronto tuvo encontronazos.
   Sus primeras diferencias con los empresarios los resolvió a gritos. Sus segundas diferencias, los resolvió con amenazas. Definitivamente, ya lo alucinaban, y varios prefi rieron correr solos con su suerte. El despecho lo tenía desquiciado. O cuando menos eso parecía cuando lo invitaron a una fi esta selecta con una treintena de ellos entre los que se encontraban Carlos Slim, José Serrano, Emilio Azcárraga y Manuel Arango- para celebrar la faena del matador español Enrique Ponce, Ruiz Mateos llegó tarde, en mezclilla y entrado en copas. Si eso hubiera sido todo, no habría anécdota que lo dibujara. Las cosas empezaron mal y siguieron peor. Los empresarios encabezados guardaron las formas y se levantaron de sus lugares para saludarlo.
Emilio Azcárraga Jean.   El secretario respondió de la peor manera. Le dijo envalentonado a un grupo que no conocía que todos ellos eran “unos traidores”. Y que los vieran, porque “los está investigando a todos Felipe Calderón”. La situación se había vuelto bastante incómoda y un vecino de mesa, colega suyo del gabinete, el secretario de Turismo, Rodolfo Elizondo, tuvo a bien levantarse, ir hacia él, darle unas palmaditas en la espalda mientras le pedía que se callara, y sacarlo del lugar.
   No aprendió. Fue a una misión comercial a Francia y se reunió con estudiantes mexicanos en París. En un gesto cuya descripción rebasa la imaginación, el secretario se soltó la lengua. Al defender la guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno, dijo que de no haberse hecho, “el próximo Presidente (sería) un narcotraficante”. En medio del aluvión, el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, le dijo que apresurara su regreso a México, y lo invitó a comer al restaurante The Palm, donde Ruiz Mateos, como hijo regañado, lo escuchó con los hombros hacia abajo y hacia adelante, asintiendo con la cabeza.

   Barro inculto, se paralizó cuando la crisis económica le explotó en las manos el Presidente. ¿Alguna medida preventiva?, le preguntaron los periodistas. Primero tenemos que ver qué tan grave es para prevenirla, respondió, provocando una carcajada general.

   Y cuando la crisis de la industria automotriz estadounidense llegó a México, el Presidente lo mandó a Detroit para que ver la profundidad del problema y anticipar programas que impidieran que el daño contaminara a México. Al regresar dijo entender ya todo lo que pasaba. ¿El resultado? Comenzaron a realizar paros técnicos las armadoras y a considerar irse de México. Algunas se marcharon y fue Calderón quien tuvo que ir por el rescate de otras.

   A pulso se ganó el clamor para que se vaya. Ha agraviado a quienes debería de procurar y con los que tendría que negociar, los empresarios. Se ha peleado con políticos y legisladores, que no lo ven capaz para echar a andar las medidas de emergencia que requieren tiempos de crisis. Ha perdido el respeto no sólo de los panistas, sino de sus colegas dentro del gabinete que, en un equipo de tamaño bajo, lo ven aún más enano. Hace temblar a muchos cuando toma la palabra, porque ya no saben si salir a defender al Presidente sólo le generará una herida adicional que no contemplaba. Pero es el amigo de Calderón y, hasta ahora, eso le ha dado un salvoconducto político nacional.



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