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Edición 214

Si Juárez no hubiera muerto…

No hay terremoto capaz de destruir su mito

Mito no es una mentira: Es una inspirada construcción del espíritu.

   Ahora, los sedicentes “presidentes de México” (reyezuelos negros, les llamaba el fundador del Partido Acción Nacional, Manuel Gómez Morín) ambulan por territorio extranjero, exhibiendo y tratando de vender las últimas ruinas del país, pero en su tiempo, asesinado Hidalgo, Morelos cabalgó con la apenas palpitante Nación a cuestas;  Juárez abrigó amorosamente a la perseguida República, y Cárdenas le otorgó heroicamente la segunda independencia -la económica, fortificando las instituciones del Estado. El gran expropiador, le llaman aún sus seguidores supervivientes.

Maximiliano y Carlota   Pero Benito Juárez García (1806-1872) es hoy el imborrable icono de nuestra galería Patria, por más que muchos sigan arrojando el ácido vomitivo de sus entrañas sobre su imbatible estampa. El 18 de julio se cumplen 137 años de su fallecimiento. Los involuntarios organizadores gubernamentales de la agenda conmemorativa del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución, transitan entre medrosos  y coléricos la amplia y luminosa avenida de la Historia, pretendiendo olímpico y despectivo disimulo  sobre la refulgente sombra del Indio de Guelatao a quien, como al héroe de la balada, “muchas veces lo mataron/ muchas se murió/ sin embargo… está hoy aquí/ resucitando”.

   “Juárez entraba a Monterrey el 3 de abril. Maximiliano aceptaba la corona de México el 10 y desde luego celebraba el tratado de Miramar como soberano del nuevo imperio. Ya podían los sastres y las modistas de la capital trajear de gala a sus clientes, enloquecidos con la expectativa de los rigodones imperiales. Se recreaban de antemano con las delicias de una verdadera corte, con reyes que no hubieran nacido en la casa número tantos de la calle tal de una ciudad michoacana. Poco se les daba, ante la fiesta de preparación, que el venerable clero estuviese trinando bajo la bota de Neigre. Todo, hasta la impía Reforma, hasta la excomunión, siempre que pudiesen ver las pedrerías de la corona. Tal corte para tal soberano. La una, pensaba en bailar: el otro, en organizar el baile.

   “Desde ese día hasta pasado el 10 de mayo de 1867, bajo la lluvia de balas republicanas que caía en los muros de la Cruz, Maximiliano, siempre tuvo como preocupación dominante detalles de ceremonial. Inteligente y sensible, culto, psicasténico, nacido para la dorada inutilidad en puestos de aparato, se arrojó a los peligros de la ambición, sin ser ambicioso, sino por accidental dilettantismo y por sugestión. Inconsciente de sus responsabilidades, e imprevisor como un pájaro, hizo, piedra a piedra, la fábrica de su infortunio. Así era Hamlet, así fueron, así son casi todos ellos, trágicos, interesantes y funestos. Mientras, Maximiliano acepta la corona, y después de firmar el tratado de Miramar, comulgaba en el Vaticano y se desayunaba con el Papa. México seguía incendiado por la guerra; pero ya se creía próxima la pacificación. ¿Sería posible? (Juárez: Su obra y su tiempo. Justo Sierra.)

Denunciado como terrorista

“Ilumínate más, ciudad maldita,
ilumina tus puertas y ventanas;
ilumínate más, luz necesita
el partido sin luz de las sotanas”.

          Ignacio Manuel Altamirano

   “Aclamado y denunciado como terrorista, Juárez fue confundido con la mentalidades más diversas, moldeados en su imagen, y apropiado para sus fines: Cada cual hablaba de la feria como le iba en ella. La soberanía sentimental de Maximiliano enfureció a los doctrinarios radicales -raza bien representada por Georges Clemenceau, en cuyos labios brotaban ya las cerdas del Tigre. ‘¿Cómo diablos íbais a suponer que debéis compadecer a los Maximilianos y las Carlotas? - escribió a una dama, desfogándose con la boca rabiosa y rebosante de regimaquia. ¡Dios mío! Gente encantadora, ya lo sé: desde hace cinco o seis mil años siempre fue así. De acuerdo. Tienen la fórmula de todas las virtudes y el secreto de todas las gracias. Sonríen -qué tan bonito! Lloren- ¡qué tan patético! ¿Nos permiten vivir? -qué bondad más exquisita! ¿Nos aplastan? -es culpa de su desgraciada posición. Pues bien, eso os voy a decir:


   Todos estos emperadores, reyes, archiduques y príncipes son grandes, sublimes, generosos, soberbios y sus princesas, todo lo que es plazca; pero yo les odio con odio despiadado, como se odiaba en el 93, cuando al imbécil Luis XVI se le llamaba execrable tirano. Entre nosotros y estas gentes hay guerra a muerte. Ellos han hecho morir, entre torturas de toda clase, a millones de los nuestros, y pongo yo que no hemos matado a más de dos de los suyos. No tengo ninguna piedad para esa gente: compadecer al lobo es cometer un crimen contra el cordero. Maximiliano quería cometer un verdadero crimen y los que él quería matar le han muerto. Muy bien, estoy encantado. Su esposa, me decís, está loca. Nada más justo: esto casi me basta para creer en una Providencia. ¿La ambición de su mujer incitó al imbécil? Lamento que ella haya perdido la razón y no puede comprender que su marido murió por ella, y que tenemos aquí a un pueblo que se venga. Si Maximiliano no fue más que un instrumento, tanto vil resulta su papel, sin que por eso resulte menos culpable. Lo véis, soy feroz, y lo que es peor, intratable; pero no pienso cambiar; eso no. Creedme: Todas estas gentes son iguales y se dan la mano las una a las otras. Si bien es imposible, si existiese el infierno y no hubiera una olla predestinada para ellas, el buen Dios perdería mucho en mi estimación. Dudo mucho que haya otro ateo que tanto lamente la falta de una Providencia: Todo lo abandonaría yo a la justicia suprema, y esto me dispensaría de odiar. Pero es triste pensar que todos esos miserables duermen con el mismo sueño de los buenos” (Juárez y su México. Ralph Roeder.)

   Retomemos a Sierra: “Juárez fue siempre religioso: Cuando llegó a emanciparse, la Patria, el Deber, la lucha por realizar un ideal de justicia y de razón no fueron en él un fanatismo, no: no fue ni un alucinado, ni un profeta, fue un consciente, pero tomaron en su espíritu la forma de un mandato superior, de la obediencia a un decreto del Altísimo; y así han sido y serán cuantos sirvan de núcleo y guía a los hombre. Juárez fue un núcleo; pero puso todos los elementos constitutivos de la psicología de su raza, la astucia, el recelo, el tesón, la reflexión lenta, pero firme y decisiva; en la realización de la obra, cada vez tomaba ante él aspecto más complicado y grandioso, ensanchando el horizonte del convento hasta convertirlo en el del Seminario y el horizonte del Seminario hasta esfumarlo y perderlo en el Instituto, en el del Estado, en el de la Patria, en el de los grandes ideales de libertad, de transformación política y social que dieron a su empeño el alcance de una empresa humanitaria y mundial. (…) ¡Gran Padre de la Patria! Es justo que ya que nos acercaste a vivir para presenciar la resurrección definitiva de la Patria en la prosperidad y en la paz, asistas a esta gran época, unido al cerebro y corazón de cada mexicano que ame a su país. Y nadie lo amó como tú; por eso nadie tiene mayor derecho que tú a que sus errores ‘le sean perdonados’. Todos estamos contigo. Será inútil injuriarte o rebajarte: La diatriba será un remusgo que hará espuma en torno al arrecife inconmovible, y pasará y morirá”.

Como educaba a sus hijos

   Ahora, los sedicentes “presidentes de México”, depositarios de las nostalgias de aquellos que soñaban con rigodones imperiales, y se calzan en sus secretas noches sus pelucas empolvadas, llevan furtivamente a sus hijos a los estadios y a los balcones de los recintos patrios, y los obligan a vestir desde las playeras futboleras hasta uniformes de “coronelitos”. Les dicen que la juventud se pierde y muere porque no cree en Dios.

Juárez escribía a sus hijos:

   * “Tuve la desgracia de no haber conocido a mis padres Marcelino Juárez y Brígida García, indios de la raza primitiva del país. En las escuelas de primeras letras de aquella época no se enseñaba la gramática castellana. Leer, escribir y aprender de memoria el Catecismo del Padre Ripalda era lo que entonces formaba el ramo de la instrucción primaria (…) Llegada la hora de costumbre presenté la playa que yo había formado conforme a la maestra que se me dio; pero no salió perfecta porque yo estaba aprendiendo y no era profesor. El maestro se molestó y en vez de manifestarme los defectos que mi plana tenía y enseñarme el modo de enmendarlos sólo me dijo que no sería y me mandó castigar. Esta injusticia me ofendió profundamente, no menos que la desigualdad con que se daba la enseñanza en aquel establecimiento que se llamaba La Escuela Rural, pues mientras el maestro en un departamento separado enseñaba con esmero a un número determinado de niños, que se llamaban decentes, yo y los demás jóvenes pobres, como yo, estábamos relegados a otro departamento, bajo la dirección de un hombre que se titulaba ayudante y que era tan poco a propósito para enseñar y de un carácter tan duro como el maestro.   

Agustin de Iturbide.* “Iturbide, abusando de la confianza que, sólo por amor a la patria le habían dispensado los jefes del ejército, cediéndole el mando y creyendo que sólo a él se le debía el triunfo de la causa nacional se declaró Emperador de México contra la opinión del Partido Republicano y con disgusto del Partido Monarquista que deseaba sentar en el trono de Moctezuma a un Príncipe de la Casa de Borbón, conforme a los tratados de Córdoba, que el mismo Iturbide había aprobado y que después fueron nulificados por la Nación.

* “Fue la constitución de 1824 una transacción entre el progreso y el retroceso, que lejos de ser la base de una paz estable y de una verdadera libertad para la nación, fue semillero fecundo y constante de las convulsiones incesantes que ha sufrido la República, y que sufrirá todavía mientras que la sociedad no recobre su nivel, haciéndose efectiva la igualdad de derechos y obligaciones entre todos los ciudadanos y entre todos los hombres que pisen territorio nacional, sin privilegios, sin fueros, sin monopolios y sin  odiosas distinciones; mientras no desaparezcan los tratados que existen entre México y las potencias extranjeras; tratados que son inútiles una vez que la suprema ley de la República sea el respeto inviolable y sagrado de los hombres y los pueblos, sean quienes fueren con tal de que se respeten los derechos de México, a sus autoridades y a sus leyes; mientras finalmente que en la República no haya más que una sola y única autoridad: la autoridad civil del modo que lo determine la voluntad nacional sin Religión del Estado y desapareciendo los poderes militares y eclesiástico, como entidades políticas que la fuerza, la ambición y el abuso han puesto enfrente del poder supremo de la Sociedad usurpándole sus fueros y prerrogativas y subalternándolo a sus caprichos.

* “Me ocupe en trabajar la ley de administración de Justicia (…) Imperfecta como era esta ley, se recibió con grande entusiasmo por el Partido Progresista; fue la chispa que produjo el incendio de la Reforma que más adelante consumió el carcomido edificio de los abusos y preocupaciones; fue, en fin, el cartel de desafío que se arrojó a las clases privilegiadas y que el General Comonfort y todos los demás, por falta de convicciones en los principios de la revolución (de Ayutla), o por conveniencias personales, querían detener el curso de aquella, transigiendo con las exigencias del pasado, fueron obligados a sostener arrastrados a su pesar por el brazo omnipotente de la opinión pública. Sin embargo, los privilegiados redoblaron sus trabajos para separar del mando al General Álvarez. Había muchos que aparecían en el Partido Liberal como los más acérrimos defensores de los principios de la revolución; pero que después han cometido vergonzosa defecciones pasándose a las filas de los Retrógrados y de los traidores a la Patria. Es que unos y otros estaban mal definidos y se habían equivocado en las elección de sus puestos.

* “Era costumbre autorizada por la ley en Oaxaca, lo mismo que en los demás estados de la República, que cuando tomaba posesión el Gobernador, éste concurría con todas la demás autoridades al Te Deum se cantaba en la Catedral, a cuya puerta principal salían a recibirlo los Canónigos; pero en esta vez ya el clero hacía una guerra abierta a la autoridad civil, muy especialmente a mi por la ley de administración de justicia que expedí el 23 de Noviembre de 1955, y (el clero)  consideraba a los gobernadores como herejes y excomulgados. Los canónigos de Oaxaca aprovecharon el incidente de mi posesión para promover un escándalo. Proyectaron cerrar las puertas de la iglesia para no recibirme, con la siniestra mira de comprometerme a usar de la fuerza mandando abrir las puertas con la policía armada y aprehender a los Canónigos para que mi administración se inaugurase con un acto de violencia o con un motín si el pueblo a quien debían presentarse los aprehendidos como mártires, tomaba parte de su defensa. Aunque contaba yo con fuerzas suficientes para hacerme respetar procediendo contra los sediciosos y la ley aún vigente sobre el ceremonial de los Gobernadores me autorizaba a obrar de esta manera, resolví, sin embargo, omitir el Te Deum, no por temor a los Canónigos, sino por la convicción que tenía de que los gobernantes de la sociedad civil no deben asistir tomo tales a ninguna ceremonia eclesiástica, si bien como hombres pueden ir a los templos a practicar los actos de devoción que su religión les dicte (…) A propósito de malas costumbres, había otras que sólo servían para satisfacer la vanidad y la ostentación de los gobernantes, como la de tener guardias de fuerza armada en sus casas y de llevar en la funciones públicas sombreros de una forma especial.

* “Tengo la persuasión de que la respetabilidad del gobernante viene de la ley y de un recto proceder y no de trajes ni de aparatos militares propios sólo para los reyes de teatro”.

Hombre de altura inoxidable

Ese era, es, el Juárez fundido en bronce por el Sol en las agrestes montañas y las hondonadas de Oaxaca, hecho acero y mármol en plazas y alamedas de México, y noble y latente inspiración en las cabezas de quienes piensan en que la restauración de la República es posible. ¡18 de julio no se olvida!

Justo Sierra:… Todavía será turbada la paz del reposo augusto, que ganaste bien, perenne batallador; pero no podrá nadie arrancar tu nombre del alma del pueblo, ni remover tus huesos en tu sepulcro; para llegar a ellos, será necesario antes hacer pedazos la sagrada bandera de la República que te envuelve y te guarda:


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