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Edición 431

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DOSSIER: GEOPOLÍTICA Y MULTIPOLARIDAD

MARCO GEOPOLÍTICO

DEL ACTUAL CONFLICTO, Y EL SUPERASESOR

BRZEZINSKI

Salvador González Briceño*

Ucrania, un nuevo e importante espacio en el tablero euroasiático, es un pivote geopolítico porque su propia existencia como país independiente ayuda a transformar Rusia. Sin Ucrania, Rusia deja de ser un imperio euroasiático”: Zbigniew Brzezinski, tras el 11/S.

Como imperio EE.UU. pretende controlar Eurasia por sus recursos naturales; de Harold Mackinder a Brzezinski, y el cerco antirruso.

Las teorías de los geopolíticos proestadounidenses más influyentes —formados y desarrollando sus propuestas en la Guerra Fría— han aspirado a imponer por el mundo que la supremacía, la hegemonía y el poderío del imperio estadounidense es el único capaz de encabezar, dominar y estructurar el orden mundial —cada vez más claro de guerra continua—, conforme a sus intereses y donde nadie más podrá siquiera competir por una ordenanza distinta del estatus imperial.

PASAR DEL ORDEN unilateral bajo control de Estados Unidos, como gran hegemón tras el derrumbe de la Unión Soviética a otro de carácter multipolar, en donde otras potencias amenazan competir por el reparto geoeconómico y geoestratégico de los países con sus riquezas naturales —fuente de codicia y riqueza para los grandes capitales—, parecía cosa de ensueño.

Pero: “No hay mal que cien años dure. Aguardemos fumando. Me he lucido con querer venir solo y a pie a las minas de Socartes. Mi equipaje habrá llegado primero, lo que prueba de un modo irrebatible las ventajas del adelante, siempre adelante”. (Pérez Galdós, “Marianela”).

Tal como lo describió Borges en “La Dicha”: “El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio. / El que juega con un puñal presagia la muerte de César. / El que duerme es todos los hombres. / En el desierto vi la joven Esfinge, que acaban de labrar. / Nada es tan antiguo bajo el sol.”

Tras la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991, los Estados Unidos de América (EE.UU.) se creyeron invencibles, regentes del mundo como imperio porque ya no tendrían frente a sí al enemigo de la Guerra Fría, el representante del comunismo con quien protagonizaría la carrera armamentista, atómica y espacial, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Como “El Gran Fracaso”, calificó el especialista más influyente en seguridad nacional de Jimmy Carter (1977-1981) —también consejero de Kennedy y Johnson—, Zbigniew Brzezinski al derrumbe de la URSS. A partir de entonces ningún país tendría la capacidad de revelarse porque el poderío militar y nuclear estadounidense quedaba intacto, soporte principal de la maquinaria militar-industrial de guerra del Departamento de Estado.

Los voceros del imperio, izaron la bandera a toda asta ensalzando el modo de vida americano, como Francis Fukuyama en su obra “El fin de la Historia”, con el garlito de la “democracia liberal” protagonista del “punto final” de la humanidad. El liberalismo, ideología y materialismo puros, como guía pragmática de los EE.UU. y modelo a seguir en el mundo.

Ante este nuevo escenario, los sucesivos gobiernos estadounidenses, como el de William Clinton, harían creer a sus socios europeos que la unipolaridad llegó para quedarse. Y en la práctica harían todo —apoyados en los ingleses— para imponer al único imperio y así amenazar con el control geopolítico en el mundo entre finales del siglo XX y principios del XXI.

Los atentados del 11/S

EE.UU., con una economía dominante y acostumbrada a las ganancias desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, tanto por las millonarias ventas de armamento como las inversiones para la reconstrucción europea, tras la caída del “socialismo real” —o el “realmente existente”— su arrogancia imperial le impediría reconocer algún rival posterior competente.

Mas recientemente, al cambio de siglo y para perpetuar el control sobre el mundo, desde la Casa Blanca los halcones del Pentágono —los asesores de la “seguridad nacional”— crearon el escape ideal, el mejor pretexto para seguir con “la guerra por todos los medios”, haciendo uso de la geopolítica y violando sin el menor recato el derecho internacional: se trata de la “justicia infinita” para “prevenir al pueblo estadounidense de ataques del exterior con armas de destrucción masiva”: “O conmigo o contra mí”.

Una campaña propagandística, hollywoodense pero fuerte, con la que se engañó al pueblo estadounidense y al mundo entero, tras los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York y al edificio pentagonal en Washington el 11 de septiembre 2001. Campaña que funcionó a la perfección para justificar las intenciones del clan Bush de ir tras Al Qaeda invadiendo Afganistán primero para cazar al ex socio Osama bin Laden, y luego perseguir al “aborrecible” Sadam Hussein bajo el garlito de las “armas de destrucción masiva” —nunca encontradas ni probadas por el secretario de Estado Colin Powell—, para luego quedarse con el petróleo iraquí.

Voracidad imperial por el control de las fuentes energéticas de petróleo y gas en la “Cuna de la Civilización”, so pretexto del terrorismo que ahora se erige como la nueva amenaza para la civilización de Occidente.

Otra expresión de la vocería que anticipaba la nueva contradicción de la civilidad occidental del mundo moderno, de gran utilidad para seguir en guerra por los intereses de las multinacionales estadounidenses del petróleo (en Irak se apersonarían pronto exdirectivos de Enron y Exxon, así como los Bush y Dick Cheney, el vicepresidente), fue el ensayo de Samuel P. Huntington, “Choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial” de 1996, a efecto de emprender el despliegue militar y amenazar a quien sea: “O estás con nosotros o estás con los terroristas”, diría George W. Bush en septiembre 2001, por lo que un año después —así, sin otra justificación que violar el derecho internacional— se daría a conocer la primera lista de países catalogados como “eje del mal”: Irak, Irán, Corea del Norte, primero; luego Libia, Siria y Cuba; más tarde lo serían Bielorrusia, Myanmar y Zimbabue, todos enemigos potenciales porque así lo dictaban los halcones o los think tanks. Nomás por eso.

EE.UU., poder en declive

Pero no hay mal que dure 100 años ni país que lo resista. Y la rueda de la historia no avanza a brincos sino a vuelcos; una vez que cualquier imperio toca la cumbre viene el descenso para, en algún momento, llegar al final. Los imperios no son eternos, por muy fuertes o dominantes declinan: el romano, el inglés, el español, etcétera, ninguno resistió la corrosión del tiempo.

El propio Brzezinski, con su “Visión Estratégica: América y la crisis del poder global”, de hace cuatro años, describió lo que llamó las fortalezas y las debilidades de los EE.UU. Tesis justificadoras, como buen “americano” (de origen polaco) pero poco creíbles, como la exposición tendenciosa del derrumbe de la URSS.

Busca no analizar sino justificar lo que llama “los efectos geopolíticos del declive del poder norteamericano”, en el sentido que “el declive” de tal poder “conlleva necesariamente un caos planetario y a situaciones muy conflictivas, nada prósperas”. O lo que es lo mismo, o vives con el enemigo en casa y te aguantas porque no hay de otra, como ley de hierro oligárquica.

El alguna de sus obras, Brzezinski reconoce también que en “toda la historia” los imperios declinan “en algún momento”, y ahora —tesis de la Visión Estratégica, de 2012— “con el auge (sic) de Asia (y) en el contexto del poder internacional, Occidente entró en una fase de decaimiento”. Eso sí, Occidente (con EE.UU. a la cabeza) no está terminando su supremacía global por sus propias contradicciones internas, sino por el “decaimiento” del exterior. Lo que define cualquier dinámica obedece a situaciones o conflictos internos; lo de afuera condiciona, pero no determina.

Sin otra razón de fondo ni creíble —justifica Brzezinski—, EE.UU. es el único gestor capaz de sobrevivir a Occidente, con “activos y pasivos”, ni más ni menos que su capital o potencial para la política exterior. Solo depende de cómo logre “solucionar ciertos asuntos internos” que mancillan el “sueño americano”; que no son ciertos sino sus propios cimientos y preceptos que están en las últimas.

Según el súper asesor, con gran influencia en gobiernos como el de propio Barack Obama, los pasivos de EE.UU. son: 1) Déficit fiscal, fruto de la deuda nacional; 2) Daños causados por el sistema financiero, consecuencia de la crisis financiera del 2008; 3) Aumento de la desigualdad social; 4) Deterioro de la infraestructura; 5) Ignorancia pública sobre los asuntos del exterior y política exterior; 6) Bloqueo político desde el Congreso sobre varios temas.

En cambio, los activos: A) Fuerza económica, pese a la crisis financiera; B) Potencial de innovación; C) Dinámica demográfica; D) Capacidad de movilización reactiva ante retos, como Pearl Harbor y la carrera espacial; E) Posición geográfica; F) Democracia.

Curiosamente la balanza se inclina siempre a favor de los EE.UU. Por no ser economista sino licenciado en Arte, Brzezinski desatiende el fondo de los dilemas económico-financieros. La prueba está en que EE.UU. no encuentra hoy medidas novedosas a la crisis financiera de 2008, sino aquellas que profundizan el caos con medidas idénticas en el pasado. En otras palabras, las contradicciones de la nación imperial son más profundas que cualquier descripción de Brzezinski. Los “activos” no son tales y los “pasivos” resultan peores. EE.UU. es una economía a punto de estallar, con problemas fiscales graves, financieros dañinos, desigualdad desbordada, etcétera. Como reza: “Pero por favor, no permitan que América decline demasiado rápido” (Ibídem). Hoy no tiene salida.

Rusia, sí o no en la OTAN

Presume Brzezinski: “América no fallará”. Y si fallase no parece probable que vaya a ser sustituido por otro poder hegemónico equiparable; China, por ejemplo, dice. Las debilidades chinas son numerosas y precisamente no menores, agrega. Si EE.UU. falla, lo que nos espera es un mundo multipolar inestable y caótico; una realidad internacional hacia el 2025 de inestabilidad manifiesta en distintas aristas. “No habrá grandes ganadores y sí muchos perdedores”, dice Brzezinski. Sin los estadounidenses el caos (o yo o el caos), según su prospectiva hacia el primer cuarto del siglo XXI. Todos deben seguir sometidos al yugo del imperio, porque, lo contrario, habrá guerras, bloqueos, drogas, corruptelas; el yugo neoliberal de las economías, todo eso que realmente genera el imperio en el mundo.

De los vecinos de China —¡ah, de sus vecinos! —, nuestro autor vaticina que “ven como una seria amenaza ese auge y harán todo lo necesario para demorar o abolir la posibilidad de una supremacía china mundial. Y, hablando de la política exterior de Rusia, India y Japón, “evitarán o afectarán el auge chino”. Sigue la “Visión Estratégica”.

Los otros “estados débiles” que son “vecinos de los poderes regionales sin la intervención del liderazgo norteamericano, como ocurre con Georgia, Ucrania y Bielorrusia con respecto a Rusia; o Taiwán con respecto a la República Popular de China. También analiza lo que acontecerá con Afganistán y Pakistán, y por supuesto con Israel y el Medio Oriente. Brzezinski plantea como un aspecto que merece mucho más desarrollo el papel que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) deberá tener en tales circunstancias; si Rusia debería ser parte de dicho tratado para ayudarla a consolidar su democracia y como elemento estabilizador ante las potenciales crisis en su vecindario”.

Al cierre de sus planteamientos, el también asesor de cabecera de Obama plantea la “volatilidad geopolítica de Eurasia y cómo (los) Estados Unidos deben actuar para afrontar los retos que esa volatilidad supone.” Para lo anterior, en el Este (la región del Pacífico, con China, Japón, Taiwán y las Coreas) EE.UU. debe ser un “conciliador y balanceador de los intereses contrapuestos”; en el Occidente (socios europeos) debe ser el “promotor y garantía de la revitalidad de la cultura occidental.”

Acciones encubiertas

Y, pues nada. Resulta que un año después, el flamante Brzezinski cambió de ideas, las clarificó o actualizó. Más seguro es decir que las adecua muy sigilosamente, como para no llamar la atención sobre los objetivos reales de la geoestrategia de largo plazo que posee el Occidente civilizado contra los incivilizados de Oriente. Que, entre otras cosas, incluye un relanzamiento de la OTAN vía su amenazante expansión hacia las fronteras con Rusia. Siempre avanzando en recrear los escenarios del anquilosado desorden mundial de Guerra Fría.

No es la Guerra Fría, pero como si lo fuera. Es lo que pretenden imponer por la fuerza de la propaganda de los medios de comunicación dominantes. Hacia octubre de 2013 nuestro autor vino a decir que ninguna de las potencias mundiales existentes podría alcanzar ya la hegemonía. Se terminó el gran hegemón. ¿Pero cuáles potencias, si hacía apenas unos meses no había países más grandes que EE.UU., al menos en su análisis? Luego pasa que la terca realidad se impone a los mejores ideólogos y fieles guardianes del mundo libre. Para deshonra.

NI modo. “Es cierto que nuestra posición dominante (en la política internacional) no es la misma que hace 20 años”, dijo en la Universidad John Hopkins. También que desde 1991 su país no gana una guerra. Se refiere a la llamada Tormenta del Desierto. Ya entonces, para apoderarse del petróleo, avanzó en una operación militar, la más avasallante e impacto que iniciara Bush padre y terminaría el hijo presidente con ardid de falsa bandera del 9/11; el choque de civilizaciones.

Recula pues, cuando asegura que su país debe entender que el mundo actual es mucho más “complicado y anárquico”, que en los años de la Guerra Fría por lo que la acentuación de sus valores o la convicción del excepcionalismo y universalismo son prematuras. Las fichas del ajedrez global se le movieron a Brzezinski. O la realidad le modificó sus conclusiones o le cambió las piezas. Hoy, la guerra en Ucrania les movió el tapete a todos, OTAN, EE.UU., Unión Europea, todos.

Atrás quedó, luego entonces, la creencia de que EE.UU. sería el único país dominante de la globalización; la única potencia capaz de mantener la estabilidad y el equilibrio entre aquellos países inestables. Con el imperio o el caos. El caso es que o la geopolítica le modificó el mundo a los EE.UU., o a EE.UU. la realidad le movió el piso, y ahora ni los alfiles de la planeación estratégica y de seguridad nacional saben en dónde están parados precisamente con la nueva geopolítica.

A la pérdida de control imperial se le sigue nombrando “anarquía” como antes, “desorden” o “incivilidad”. Nada como la hegemonía imperial que lo es todo en el mundo: guerras, hambre, saqueos, invasiones, amenazas, exterminio, etcétera. La intencionalidad de la guerra permanente; hoy contra uno, mañana con el que sigue.

 



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