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Edición 218

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La independencia al interior de una geometría

A LA MAYÚSCULA Independencia los geómetras de los temporales acaecidos, la miden y sitúan en diferentes ángulos, unos encarcelan insurgentes en la colorida prisión de la estampita, otros los acusan de retardar lo inminente, en tanto en la otra orilla de las reglas y el compás, están quienes analizan las distintas e incluso antagónicas posturas ideológicas entre los mismísimos independentistas: de la república a la monarquía; de la repartición de tierras a la intacta veneración al latifundio; del combate a fondo contra el racismo, a la filiación aristotélica de que unos nacieron para servir y otros para servirse...

PaezMorelos e Hidalgo más que tratados, retratados en una escuadra

A don Miguel Hidalgo y Costilla suelen recluirlo en la policromática cárcel aquélla. Lo reducen a una figura mítica, no lo tratan en su humanística esencialidad, lo retratan con los etéreos pinceles de una hagiografía: es el dibujo de una santidad que nos mira desde la alquilada pupila de una estrella. O  de una silenciada le despojan sus decretos, desde el mandato de dotar de tierras a los indios sin que éstas -bajo ninguna circunstancia- pudiesen ser enajenadas, a la orden de inmediata prohibición del esclavismo, con pena de muerte, también inmediata, a incumplidores.

A don José María Morelos y Pavón lo ubican, asimismo, en la lejanía de los santuarios, pretenden hacerlo inalcanzable, que no lo puedan asir quienes ahora continúan su ejemplo por Independencia y reivindicaciones sociales, que cuando mucho se le acerquen sólo y solos en los murmurantes espacios de una oración. Casi no se menciona un ordenamiento escrito que se le atribuye conocido como el plan de Tlacosautitlán, destinado a sus generales, en el cual les manda confiscar a oligarcas tierras y enseres, distribuir una parte entre los pobres y la restante reservarla para los requerimientos de la insurgencia.

Al gran Hidalgo y al gran Morelos, sus detractores, armados con escuadra y lapicero, no los tratan, los retratan en un amasijo de líneas encontradas, los lancean en el dédalo de un tache, les censuran el haber sido más que sacerdotes, padres... de más de cuatro.

La Independencia en un vistazo hacia la derecha

En una síntesis apretadísima de recorrer la Independencia al interior de una geometría, en los cubículos de la diestra en la variada sección de los derechazos, para un nutrido sector de conservadores de ayer y ahora, sólo hay un héroe y un padre de la patria, así sea en putativa paternidá: Agustín de Iturbide, su emperador y papaíto indiscutible al que, imploraban -lo mismo que a Cortés y don Porfirio-, debería erigírsele en filial cacofonía un montonal de monumentos, aunque ello provocase una instantánea asamblea de iconoclastas.

Iturbidistas apasionados eran José y Francisco Elguero, cuatitos entre sí no por amiguismo sino en consanguínea hermandad. Ambos reverenciaban a don Agustín con más devoción que a San Agustín. Propietarios de la revista América Española que imprimieron en los alrededores de 1920, con una frecuencia muy cercana a la periodicidad del choteo... colocaban en sus portadas dibujos muy retocaditos de Iturbide con tan edulcorantes alabanzas, que en chorreadero de almíbar se les desbordaba del tintero.

Los carnalitos Elguero eran consecuentes con su derechísimo ideario: porfiristas hasta la lealtad de la melcocha... y aduladores de Victoriano Huerta entre rimas de piloncillo tras la fetidez del cuartelazo.

Se asilaron en Cuba en cuanto el golpista acabó golpeado. El presidente Obregón les perdonó su afición por la asonada, además de permitirles la publicación aquélla que mucho divertía a don Álvaro y su gabinete por los ridiculísimos caramelitos de la sintaxis que lisonjeaban a Iturbide. Héroes para los carnalitos Elguero eran Santa Anna y Maximiliano. Y en Madrí se ubicaba sin metáforas la matriz de la madre patria, de la que en éxtasis lloroso proclamaban haber surgido sin ayuda comadronas ni partero.

Cómo se carcajeaba el general Obregón al leer en América Española, que los editores afirmaban haberse gestado en las entrañas de Isabel de Castilla, de cuyos senos tan regios aún bebían el néctar de la inmortalidá.

Los Elguero también “filosofaban” con todo el furor de las comillas acerca de las razas. Fueron de los primeritos en tranquilizar a mestizos, asegurándoles que en las lavanderías generacionales... quedaría diluida la sangre impura, ni una costrita india o negra, puro, purísimo torrente hispano circularía bajo la redundante purificación de las venas.

Don Álvaro reía y reía sin fijarse lo que se ocultaba atrás de las risotadas. Reía y reía también con los textos de colaboradores de América Española, escritos de involuntaria y divertidísima gracejada, entre otros, del obispo Pascual Díaz Barreto y de Enrique Gorostieta Velarde, un fanático victoriano al doble, por adoración a la reina Victoria y al temible señor Huerta cuyo índice todavía humea el homicidio. Reía y reía el señor Obregón ante aquellos chistoretes impensados... hasta que don Pascual y don Enrique, aquél jefe intelectual y éste militar de los cristeros, en La Bombilla -parafraseando a un filósofo-compositor libre de comillas- transformaron el reír y reír por el de llorar y llorar en la más fatídica indigestión en un banquete.

Otros derechazos esquinados los aplicó Mariano Cuevas, un jesuita de muy extrema diestra, autor de centenares y centenares de cuartillas en las que, desde tal geometría, en copiosos parrafitos de diluvio, de tinta inundaba insurgentes. Al gran Hidalgo lo definió “Criminal en grande”, en una grandeza que sin comillas ni dialéctica achaparró al propio historiador.

Un derechista más sui generis y esquinado lo fue Salvador Abascal Infante, quien prácticamente catalogó de diabólico al gran Morelos por emitir la infernal declaración de que “... la soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo”.

Don Salvador, papá del recién fallecido Carlos Abascal Carranza, no se desvió de avernos y mefistoladas, al deducir que como producto de la Guerra de Independencia, nació el multiplicado engendro de los “léperos”, natos criminales en la clásica estratificación lombrosiana, quienes además de briaguísimos congénitos, eran antropófagos, en especial de sesos y mejor si eran de clérigo, como al que según el reseñista de la gula por el prójimo, le abrieron el cráneo a machetazos, le extrajeron completita la materia gris.. y se la comieron, aunque eso sí, bien guisada y estéticamente desparramada en un platito botanero.

La independencia en un vistazo hacia la “izquierda”

En la “izquierda” de muchos entrecomillados asegunes, está la visión-visionuda acerca de del gran Hidalgo de Alfonso Sierra Partida, quien por cierto obtuviera los más altos grados de la masonería. En un folletito de su autoría, Hidalgo en la picota, retrospectivo la hizo de voyeur, de mirón en alcobas que no son de su pertenencia. Y entre sacros ajetreos de colchón vio al Padre de la Patria haciendo Ídem a destajo, pues “Con tres mujeres distintas en una sola noche verdadera, demostró que no fue castrado ni del pensamiento”.

José Guadalupe Zuno Hernández, quien se volviese suegro del presidente Echeverría, laboró en su juventud de caricaturista en Jalisco, aunque donde más encajó el plumín fue en el abordaje de protagonistas en la historia, por ejemplo, Vida y muerte de Morelos, pieza teatral amurallada en los cartabones de la referida estampita, publicada cuando el yerno se parapetó en el bastión de una guayabera.

Manuel Moreno Sánchez, en 1953, emitió un discurso cuyo tema era Hidalgo y Costilla, en la Universidad Nicolaita. Basado en opiniones de José Ortega y Gasset, interpretaba “... los peligros a que ha conducido la especialización en un mundo en que (...) las masas se imponen en todos los órdenes de la civilización, dictando sus imperativos. A la larga esto va separando cada vez más a una minoría especializada de la masa que todo enturbia y vulgariza”.

No cita don Manuel a don José, lo recita, sin explicitarlo quizá critica al gran Hidalgo su empatía con las masas, esa misma simbiosis de don Miguel con la muchedumbre que también enjuiciaron con estridencia negativa Zavala, Lafragua, Mora... posición antimasa que en esas coordenadas de la lengua y de la historia, expresó don Jelipe -apartadísimo de cualquier “izquierda”- en una entrevista tras el vodevil de su tercer informe; muy gassetiano se puso en lo más selecto de la quesque dirigente celebridá generacional. Qué alejamiento en relación al gran Hidalgo y al gran Morelos, que retiro en cuanto a las masas y la mayúscula Independencia. Qué manera de abaratar soberanía en geométricos regateos de mercader.



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