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VOCES DEL DIRECTOR Emigración: Las dos caras de Jano
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Edición 335

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Los sedicentes teólogos del neoliberalismo -meros mercadólatras al mejor postor-, al decretar por sus pistolas el fin de las ideologías, se sintieron tan repercutidos e infalibles que sonaron las trompetas para anunciar, de una buena vez, el fin de la Historia.


Ese supuesto, propio del teatro del absurdo, implicaría que la Madre Historia aceptó ser convertida, como la mujer de Lot, en estatua de sal, sin gesto ni movimiento capaz de impedir la implantación de una globalización a la que, sin embargo, sus exegetas pretenden someter a un proceso de hibernación, cuyo signo sería una conveniente parálisis.

Si esa hipótesis entraña una paradoja, lo entraña porque el leitmotiv de la globalización es la dinámica por la cual las potencias económicas se arrogan la facultad de emprender una nueva colonización sobre las economías más débiles; dicho en el código tecnocrático, sobre las economías periféricas, reducidas a simples tributarias de los mercados dominantes, usufructuarios desde el Primer Mundo.

 

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Plantear el tema a partir de las anteriores consideraciones, es obligado por una referencia ya histórica para cualquier efecto práctico, como referente del proyecto de globalización económica.

Cuando, con la erosión del bloque soviético, se supuso que los Estados Unidos -el más socorrido modelo capitalista- asumirían el papel de potencia unipolar, los gobiernos europeos convocaron a la Unión, uno de cuyos fundamentos tendría como soporte el libre flujo de comercio e inversión, pero también el de personas.

Dicho en buen cristiano, libre circulación de mano de obra, ahí donde el capitalismo europeo resentía el envejecimiento de su población y, en consecuencias, riesgos para su mercado de producción y su objetivo vital: La productividad para la competencia.

Frente al incipiente bloque europeo -y aquí entra en el escenario México-, Washington, con su revolución conservadora encarnada por Ronald Reagan, acometió en su “área de influencia†una ofensiva para imponer en su patio trasero los tratados de libre comercio.

Carlos Salinas de Gortari metió a México en el redil. Al firmarse el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (ahora TLCAN), Canadá reservó su soberanía cultural, los Estados Unidos todo lo que concierne a sus intereses imperiales y México simuló la reserva de su sector energético. Pura falacia, como lo confirmamos ahora.

No obstante juiciosas advertencias, el salinato, de espaldas a la tendencia histórica, se abstuvo deliberadamente de defender el libre flujo de personas, en cuyo caso remitió a la ilegalidad la mano de obra mexicana que, a falta de oportunidades en el país, busca su reivindicación laboral en el territorio vecino.
El tema cobra ahora su monstruosa dimensión a la luz de la criminalización a la que en los Estados Unidos son sometidos millones de desesperados e indefensos transterrados mexicanos, cuyas remesas en dólares son puntal de la economía nacional al superar ya el ingreso de divisas petroleras.

Aquí retomamos la idea de entrada de estas notas: La Historia -a la que mercenarios autores como Francis Fukuyama dan por muerta y sepultada- informa que el nomadismo en sus diversas fases constituyó un jalón evolutivo de la sociedades primitivas y ha sido agente de civilización hasta su codificación actual como emigración.

El propio Barack Obama recurre a la figura del emigrante como base constitutiva de lo que ahora son los Estados Unidos y su economía.

 

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Desde México, que ha tenido en la emigración válvula de escape a las presiones del galopante desempleo, se alega en su demanda de una política migratoria por parte del gobierno estadunidense, el aporte de nuestra mano de obra al desarrollo económico del imperio.

Ese alegato, sin embargo, suele tener la efigie de Jano. El rostro amable pretende que los Derechos Humanos de nuestros trashumantes deben ser protegidos contra su explotación y su criminalización.

El rostro perverso lo representa el trabajo sucio que el gobierno mexicano cumple por consigna en la persecución de cientos de miles de migrantes procedentes, básicamente de América Central. La bestia, se le llama al tren mexicano que representa el infamante símbolo de la tragedia de aquellos que van en busca del sueño americano.

Para una comprensión del drama que tiene como centro de gravedad la migración, Voces del Periodista ofrece a sus lectores una documentada y maciza investigación debida a Cecilia Zamudio bajo el título: Éxodos y guerras imperialistas/ Crímenes del Capitalismo.

Es un retrato escrito de la cara oscura del sistema global neoliberal, que no para en mientes en su desalmada explotación de la mano de obra y la condena y la extermina cuando sus fines han sido satisfechos con creces.

De un cardenal hondureño, don Oscar Andrés Rodríguez Madariaga, se escuchó decir en su visita a México: El neoliberalismo no tiene madre. Aquí no se desmiente a nadie.



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