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Edicion 212

   EN LOS TEMPORALES del virus hay comercios que ganaron más que una tos y la Bolsa ascendió cual globo de Cantoya cuando casi todo había descendido, en especial el empleo que don Jelipe prometió con la debida seriedad del señor Tartufo.

De mucha etiqueta pero sin frac

   Cadenas comerciales hincharon como flebitis sus cajas registradoras al reetiquetar mercancías, Wal Mart, por ejemplo, más que duplicó -entre otros productos- tapabocas. Los escondió primero en símil de labios agazapados y después exhibió con su nueva etiquetota en colgajos de la desmesura. A esta trasnacional, por cierto, Vicente Fox condonó impuestos y el cantante Bruce Spreengsteen dijo ser más explotadora que un pirómano frente a las delicias del polvorín.

   En tanto el turismo, amén de otros servicios, en cantidades abismales decrecía... la Bolsa “Mexicana” de Valores (la que no le reporta al fisco ni la acción de un murmullito) aumentaba en proporción monumental. Qué mejor radiografía de los maeses de la especulación que encaramar en bolsística cúspide a Luis Téllez, el que deambula de círculos estatales a la ipé a la cual alquila su oreja de vasto caché, el que usa su influenza para mover más palancas que don Arquímides, el que ordenó mentir al abogado enriquecido por roedora y criminal clientela, el que amontona patrañas en serranía, verbigracia el re-cuento del avionazo... Por sus innatas virtudes en el enjuague, a don Güicho los embolsadores le desembolsan 400 mil pesos al mes. Los poquitos  juegan a la Bolsa en tanto los muchotes carambolean pecados en la desolación de los bolsillos.

   Restauranteros, dueños de hotel, comerciantes que por mercancía compraron a don Memito y don Agustinote derivados... todos sin ser dioses tienen sed y juntitos se embecerran a la ubre solitaria del erario.

Apunte mercurial

   “Los comerciantes nacionales son regatones y así están amalgamados en intereses”, escribió Juan Bautista Morales, El Gallo Pitagórico, un par de centurias atrás. Desde luego que no se trata del comercio honrado, sino el de los hambreadores que ocultan materias primas para que el ayuno involuntario eleve precios en las estratagemas del escondrijo e imponen “sindicatos” más blancos que un fantasma entre los ahorcamientos del tendedero. No. El periodista se refiere a “Los que verás oír misa, rezar el rosario (...) y... no se les hace escrúpulo cohechar al guarda, suplantar guías y facturas y otras travesuras de ingenio...”

   Al igual que otros empresarios de distintas ramas, qué actualidad en los señalamientos de El Gallo Pitagórico en más de un comerciante que desde otrora “Con razón la antigüedad les dio por deidad protectora al susodicho Mercurio, porque no podía ser Dios de los ladrones sino de un gran ladronazo”  rubrica don Juan en una antología suya publicada por la UNAM en 1991. Qué premonición del columnista o qué persistencia de tales empresarios en llevar doble contabilidá, lagartijear por cualquier rendija fiscal y, un tercio de ellos, cobrar el IVA sin entregarlo después. De billones es la evasión, de millones de millones que se podrían anotar en el lomo de una cordillera. Pero para eso tienen a quien sin condón los condone.

   No se trata de condones sin condenaciones mas con condonaciones en paráfrasis de ludismo gramatical al que tan afecto era Xavier Villaurrutia (apellido que el automático diccionario computacional sin petición suele “corregir” en Urrutia). No es menester de lingüísticos malabares el tema de influenza comercial; el filósofo Herbert Spencer, en su Creación y evolución, en parrafitos en que dejó de lado su racismo al estilo de “Las lenguas de razas inferiores” o de una “teoría” del deseo que según el autor  “se observa en las tribus salvajes, (...) en las antiguas razas históricas, los peruanos y los mexicanos...”, redacta en otro acápite otra temática, ésta mercurial: “En todas partes, como resultado de largas experiencias personales, hemos hallado la convicción de que el comercio está esencialmente corrompido”.

   En Creación y evolución se cita al novelista -también británico- Daniel Defoe, quien en su “Perfecto comerciante inglés” señala que “... entre otras maniobras de los mercaderes al por menor, (está) la manera como procuraban exponer sus tiendas a una luz falsa para dar brillo ficticio a sus géneros”. Si le hubiera tocado presenciar la catarata de “informerciales” en los cuales las lonjas desaparecen como oleajes tras la tempestad, o faunos en declive enderezan la estadística de la pasión con hacer gárgaras a un menjurje, o mercaderes de la “fe” ofertan a destajo “santidades”, o... De haber visto en canal abierto la mitomanía, el creador de Robinson Crusoe seguramente partiría sin su personaje a rehabilitar la isla con su recuperada soledad.

   Míster Spencer, ya sin citatorios, argumenta: “El sistema brutal de competencia que se desenvuelve, falto de freno moral suficiente, no es otra cosa que el canibalismo erigido en institución”. Don Herbert profundiza, no es cuestión de individual malignidad, de clase es el asunto, del sistema en el que “Se ha dicho que la ley de los seres vivientes es: ‘comer  y ser comido’; de igual modo puede decirse que la ley de los comerciantes es: ‘defraudar y ser defraudado”.

Anotaciones desembolsadas

   De Bolsas hay asimismo desnudamientos literarios, uno de los más famosos El socio, novela del chileno Jenaro Prieto quien, pese a su posición conservadora en materia política, en esa narración aborda el infinitivo especular con el cargamento de todos los espejos. Papeles muertos (tan yertos como los del señor Stanford) adquieren “vida” en infusiones de rumor. Y es un “espectro” precisamente, Walter Davies, que sin existir le da existencia a la monumentalidad de los atracos.

   Un buen número de versiones cinematográficas tuvo El socio, la más difundida fue de Roberto Gavaldón en la dirección con el reparto estelar del argentino Hugo del Carril y Gloria Marín, película de buena factura y descollantes actuaciones, empero, el final es una concesión que disloca el corolario original, a la tragedia novelar la embadurna de turrón en un epílogo que empalaga hasta la diabetes, tal y como ha sucedido con otras cintas, entre ellas, Casa de muñecas protagonizada por Marga López y Miguel Torruco cuya terminación es exactamente lo contrario de la dramaturgia de Ibsen. Otra vez los chorreaderos de almíbar que inundaron el clímax nada coital de una esposa que al marido quita el disfraz de cabrío, dejándole los encueramientos de un borrego recién trasquilado en los símbolos de su mismísima barbacoa.

   Sobre desembolsares y acciones redituables en eras influenzables versa una inventada autobiografía: memorias de un hombre de bien (con la eme chiquitita), texto de Pedro Orgambide, oriundo de Buenos Aires, técnica novelística entre epistolar y picaresca, en que se desenvuelven personajes reales y ficticios en un trajinar que rebasa continentes y una interrelación de diplomáticos, militares y padrotes que se ganan el sustento alquilando verbo, rifle y compañía.

   En primera persona, el autobiografiado se dirige literalmente al lector, le cuenta sus andanzas entre jugadas en la Bolsa y jugarretas en el colchón; al no redundante accionar de accionistas e industriales, más que recomendar, delinea sus quehaceres, verbigracia, si hay “superabundancia de trigo (...) Qué hacer para mantener el precio en plaza? Tirar, por ejemplo, el excedente a las aguas del Paraná...” Y el retobador evoca décadas atrás que una trasnacional que vende hojuelas de maíz, amontonó en alguna parte defeña torres y torres encajonadas con el alimento próximas a ser incineradas, cubiertas por granaderos que prohibían a la muchedumbre acercarse, hubo un gesto de bondá en un ejecutivo de la empresa: permitió en vísperas de la quemazón que el gentío se llevara los animalitos de plástico en promoción al interior de las cajitas, pero ni una morona de lo comestible, así escurrieran manantiales de aquellas comisuras, así el triperío voceara todos los reclamos. Esa es la naturaleza del capital, sordera, incluso en las inminencias del incendio.

   En el capítulo VIII de memorias de un hombre de acción se anuncia el contenido: “Donde se narran algunos divertidos sucesos de la llamada década infame, y donde se habla del dios Mercurio, patrón de mercaderes y ladrones”, en que se recuenta, aparte de lo arribita mencionado, cómo el pícaro sin albur se introdujo a la cosa pública, al hueso que en Argentina denominan queso o el gruyere para hundirse a placer en las mentiritas de la luna.

   Entre la realidad que de forma tangencial por ese libro se desliza, están Gardel y el tango que destila su añoranza; el entonces coronel Perón con Evita y la multitud convocada en “aluvión zoológico” según el conservadurismo asaz prejuicioso del relator que no del novelista; Victoria Ocampo “protegida” en el pseudónimo de Valeria Obligado; el auténtico Alexander Stavisky, un ucraniano nacionalizado francés que en los 30’s del siglo precedente emitió en París bonos sin fondos, brasieres ni pantaletas...

   Acerca de fraudes y especulaciones en una retobada detrás de la novela, se recuerdan los bonos Jecker, emitidos por Jean Baptiste Jecker que le prestó al “presidente” Miramón poco más de millón y medio de pesos, apenas alrededor de la mitad en efectivo.... y el resto en chucherías parlamentadas, préstamo que debería devolverse en liquidez con el rédito de ¡15 millones! El suizo Jecker optó por la ciudadanía francesa para dar a Napoleón III pretexto de invasión. Una vez salidas las tropas napoleónicas de México, Jean Baptiste, socio por cierto del duque de Morny, medio hermano de Napo Tres, El Chirris, como definiera Víctor Hugo al emperador, se retiró a Francia donde los revolucionarios de la Comuna de 1871 lo sometieron a juicio condenándole al paredón por, entre otros delitos, explotar al pueblo mexicano. Las paredes oyen y las paredes ejecutan, añadiría Alarcón.

   Otro francés, Charles Merouvel, noveló Todo menos el honor donde la Bolsa es el sitial en que “A cada instante aparecen nuevos tramposos de un modo imprevisto...” . Luis Téllez sucede a Guillermo Prieto, descendiente de Guillermo Prieto Yeme, facho local que utilizaba el sobrenombre de Luis Lara Pardo para teclear artículos tan distintos a los del Guillermo Prieto inicial. Etapa de influenza con ganas de colocar bolsudos y mercaderes frente al pelotón de un estornudo.           
       
         

                                         



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