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Edición 420

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En México, el covid-19 encontró campo fértil

La fallida política

de alimentación y salud

Feliciano Hernández*

CD. DE MÉXICO.-El mal estado de salud de los mexicanos —por hábitos alimenticios perniciosos— está en el trasfondo de la gran mortandad causada por el Covid-19, que hacia mediados del presente año sumaba arriba de 500 mil víctimas fatales, entre los registrados y los que murieron en sus domicilios sin el diagnóstico, pero con los síntomas, de acuerdo con cifras oficiales de los últimos meses del INEGI, del Registro Civil y de los panteones.

COMO ADVERTENCIA premonitoria, se abordó el tema en este espacio antes del inicio de la gran crisis viral que se expandió oficialmente desde China (Voces del Periodista, edición 402, febrero de 2020, “Los altos costos que todos pagamos”); se dijo entonces que además de las pérdidas humanas, el mal estado de salud de los mexicanos ocasionaba al país costos financieros INCUANTIFICABLES, por su dimensión numérica recurrente e incontrolable. “Para el año 2020 se estableció un presupuesto de 634 mil millones de pesos, mayor que otros años nominalmente, pero menor en términos reales…”.

No hay que olvidar que el Covid-19 ha estado atacando gravemente a las personas con problemas de salud previos, como diabetes, hipertensión y tabaquismo, y la gran mayoría de fallecimientos fueron de pacientes con este tipo de afectaciones. Es decir que, en la generalidad de casos, de más de tres millones de contagios registrados hacia mediados del 2021, la mayoría pudieron superar la enfermedad, y una cantidad no cuantificada lo hizo sin mayores problemas; además de los casos considerados “asintomáticos”, cuya cifra es desconocida, pero se llegó a decir por especialistas que por cada contagio registrado al menos habría “entre ocho y 30” asintomáticos. Lo que se pretende insistir en este punto es que donde el Covid-19 causó estragos fue en la población con padecimientos de los referidos.

Por problemas de salud, las tres principales causas de muerte a nivel nacional son por enfermedades del corazón (218 885, 20.2 por ciento); por la Covid-19 (201 163, 18.5 por ciento); y por diabetes mellitus (151 214, 13.9 por ciento)”, según reportó el INEGI en un comunicado reciente (29 de julio de 2021, como cifras preliminares de las estadísticas registradas en 2020, cuyos datos definitivos serán publicados en octubre próximo).

Durante el año 2020 tuvieron lugar un millón ochenta y seis mil noventa y cuatro DEFUNCIONES (1,086 094), REGISTRADAS, de las cuales según datos del INEGI “el 92.4 por ciento se debieron a enfermedades y problemas relacionados con la salud; mientras que solo 7.6 por ciento se debieron a causas externas como accidentes, homicidios y suicidios”.

De total de esas pérdidas humanas, el 58 por ciento fueron hombres, el 41 por ciento mujeres, y en 756 casos no fue especificado el género, anotó el INEGI.

La prensa cotidiana abunda en datos sobre el particular, así que no hace falta repetirlos en este espacio, donde lo que se pretende resaltar es la ausencia o insuficiencia de una política oficial en materia de prevención de enfermedades a través del adecuado consumo de alimentos y bebidas.

¿En quienes recae la responsabilidad?

La lección que el patógeno deja a México es su fragilidad ante este tipo de amenazas y debe llevar al país a un replanteamiento de fondo de su fallida política de salud pública y de sana alimentación. Aunque les duela a las autoridades nacionales, en todo el mundo México es NOTICIA porque el Covid-19 lo ubicó —en plena etapa de vacunación— en el cuarto puesto mundial de fallecimientos totales y con una de las tasas más altas de muertes por cada cien mil habitantes (de entre 9.0 por ciento y 12 por ciento según el periodo a medir).

Es algo indiscutible: el mal estado actual de salud de los mexicanos es la consecuencia de una mala política pública en la materia —no hacer nada o poco, es una forma de hacer, y mucho—, seguida durante las últimas décadas. Las cifras de muertos que inundan las estadísticas nacionales, tienen como principales causas de los fallecimientos a los tumores malignos (cáncer), las afecciones del corazón y la diabetes; y todos están relacionados con los malos hábitos de consumo de alimentos industrializados, bebidas alcohólicas y refrescos o “jugos” procesados, así como cigarrillos.

Los abusos en el consumo de tales productos —como se dijo en el reportaje citado— siempre acaban conduciendo a la población tarde o temprano a las clínicas públicas y hospitales, para su alivio, que muchas veces se prolonga meses o años o concluye en defunciones, evitables con mejores prácticas de consumo que debiera vigilar el gobierno.

Aunque hay voces que atribuyen la responsabilidad a los individuos, hay que hacer notar que, en una sociedad como la mexicana con bajo nivel educativo y desinterés en la propia salud, la corresponsabilidad de corregirlos es de los gobernantes.

Cuando se juntan las dos fallas —la incompetencia de las autoridades con la irresponsabilidad de los ciudadanos— se produce la catástrofe, como ésta que por la crisis viral sufre México, en lo que ya se puede calificar como una de las peores en toda su historia moderna. Y eso que todavía ninguna autoridad se atreve a pronosticar las consecuencias en el mediano y largo plazos, pero de que serán mayúsculas ni duda cabe.

Autoridades ausentes

Lo que más llama la atención es la ausencia de lineamientos concretos del gobierno federal hacia los fabricantes de alimentos, y hacia el público en general; asimismo hacia los tres órdenes y niveles de gobierno que son las dependencias del Ejecutivo, de los poderes Legislativo y Judicial; así como a los gobiernos de los estados y municipios en su calidad de autoridades. Tampoco las asociaciones civiles, universidades y centros de investigación se han involucrado en planteamientos de vanguardia para dar soluciones al grave problema.

Si bien al gobierno de AMLO le tocó adoptar una política concreta y rigurosa respecto del etiquetado —que es estratégico para el consumidor final en la orientación de compra—, los fabricantes se incomodaron al verse obligados a resaltar los ingredientes peligrosos para la salud (alto en contenido de “grasas trans”, alto en calorías y alto en sodio). Sin embargo, en los hechos se puede asegurar que la nueva política no tendrá mayor impacto en prevenir las enfermedades resultantes del consumo de tales sustancias.

No lo tendrá porque, para comenzar, un público ignorante de los males que causa la ingesta de tales sustancias no hará mayor caso (algunos académicos han calculado que en la población mexicana hay al menos 70 millones de pobres, lo que implica bajo nivel educativo); además de que no poca gente ni siquiera sabe qué es el sodio (sal), las calorías y las “grasas trans”; igualmente desconoce los efectos negativos en la salud por el consumo abusivo de esos ingredientes en estos tiempos. Si acaso, el consumidor final posiblemente asume que si los productos están a la venta ya pasaron por una supervisión de autoridades competentes y que son confiables por el hecho de estar a disposición del público.

Resultante de la misma condición demográfica aludida, se sabe que el consumidor mexicano se guía por gustos y preferencias, no por conveniencias de salud. Un ejemplo rotundo al respecto es el consumo abusivo de cigarrillos, que a pesar de las nuevas disposiciones en la materia en cuestión de publicidad y etiquetado, en las que con mucha claridad se advierte en las cajetillas los graves daños a la salud, el consumo no ha bajado y sigue afectando a la población más vulnerable (los adolescentes y jóvenes consumidores, ocasionales o adictos a muy temprana edad).

Comida callejera, un mal hábito

Aunque la mayor atención se pone en el consumo de ALIMENTOS PROCESADOS y bebidas alcohólicas, a la mala alimentación de los mexicanos contribuyen la comida callejera —un mal hábito muy extendido—, la de restaurantes o fondas y la de casa incluso, no tanto por cuestiones de higiene, sino por el desconocimiento de los ingredientes usados (saborizantes, conservadores, edulcorantes, aceites y grasas, pigmentos, etc.) que hoy se sabe son dañinos para la salud; tampoco se dice algo sobre los tiempos de cocción y conservación dentro o fuera del refrigerador, recomendables para el mejor aprovechamiento de los nutrientes.

Ninguna información al respecto, como política oficial permanente ni de cobertura nacional. Esa es la importancia que las autoridades conceden a la alimentación de los mexicanos. Solo algunos especialistas por iniciativa personal difunden temas importantes a través de las modernas redes sociales de internet.

En todo esto se aprecia una ausencia lamentable y punible de los responsables de las secretarías de Salud y de Educación Pública; de las de Agricultura y Ganadería; de los centros de investigación y de las universidades; de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco); de la Comisión Federal para Prevenir Riesgos Sanitarios (Cofepris); del Poder Legislativo, encargado de elaborar el marco legal; de las asociaciones civiles y empresariales; de las autoridades municipales y estatales. Prevalece una irresponsabilidad de todos, en mayor o menor medida, una INDIFERENCIA criminal.

Regularmente Profeco anunciaba los resultados de sus investigaciones, en las que descubría todos los engaños y mañas de los fabricantes. Por ejemplo, pretender hacer pasar como auténticos y sanos diversos productos (leche o queso, atún, jugos, embutidos (salchichonería) y muchos más que eran burdas imitaciones; y si bien no todas eran dañinas para el consumo humano, aquí lo que se resalta es el engaño. Con los recortes presupuestales de este gobierno, esa importante labor de Profeco se ha visto afectada.

Continúa la pésima supervisión de rastros, granjas avícolas, y acuícolas, ranchos ganaderos y porcinos, tiendas, tianguis, centrales de abasto, y de otros puntos o personas donde manejan materias primas o elaboran alimentos, no solo para los humanos sino para animales que luego pasan a formar parte de la dieta de las personas.

Y surgen las interrogantes: ¿Por cuánto tiempo operaron y siguen haciéndolo al margen de los reglamentos y sin conciencia ética? ¿Qué tipo de enfermedades provocaron a los consumidores y a qué costos económicos para las familias y para el erario nacional?

Silencio criminal

Tales cuestionamientos no son ninguna exageración. En distintos momentos la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) ha publicado que casi todas las marcas comerciales de embutidos son CANCERÍGENOS (jamón, salami, queso de puerco, salchichas y otros; por sus ingredientes y procedimientos industriales), y ninguna consecuencia ha resultado por parte de las autoridades contra los malos fabricantes y a favor de los consumidores.

Relacionado con eso, durante décadas se generaron muchos males gástricos por la mala calidad de los alimentos y bebidas, para lo cual se ofrecía como solución fácil el consumo de la muy famosa RANITIDINA. Y resultó que en el año 2020, las autoridades de salud mexicanas PROHIBIERON a las farmacéuticas la venta de esa sustancia medicamentosa argumentando que era “CANCERÍGENA”. Muy bien, pero sin consecuencias legales.

Silencio total del gobierno, de las farmacéuticas y de todos los involucrados. Por eso aquí se afirma que tienen una responsabilidad CRIMINAL… ¿Y los costos económicos y sociales de todo eso a quién se le cargaron? ¿Cuántos enfermos de cáncer están diagnosticados por tales razones?

La alimentación sana debe ser una obligación, no una opción, porque el incumplimiento perjudica a MILLONES de mexicanos vulnerables. Cada año, ENORMES presupuestos se van a la basura por la irresponsabilidad de ciudadanos y de autoridades. Y por unos irresponsables pagamos todos; sufren los inocentes, niños y adolescentes en particular, y adultos que por tales padecimientos perderán calidad de vida en alguna parte de su existencia.

Y todo esto importa porque CONSUME el presupuesto público en miles de MILLONES que se van a la curación de los enfermos ocasionales o crónicos, y sin resultados plausibles, lo que equivale a un fracaso rotundo, reiterado, pero que es visto como algo normal, por lo tanto, el modus vivendi de muchos cuyas labores tienen que ver con la correcta nutrición y salud de las personas.

Y ante todo esto, no es exageración decir que ya muchas mascotas, sobre todo perros y gatos, están mejor alimentados que los humanos, porque sus dietas están cuidadosamente calculadas para el sano desarrollo de esos animales. ¡Algo que no existe para los humanos en los hechos! Increíble, pero cierto.

El Ejecutivo federal y todas las autoridades de todos los niveles y órdenes de gobierno, así como las direcciones universitarias y los especialistas debieran enfocar el problema desde la perspectiva de que una alimentación correcta es requisito indispensable para llevar a México a mejores niveles de desarrollo humano y económico, para darle competitividad global; y porque la prevención a final de cuentas es AHORRO de recursos...y de sufrimiento.

El virus Covid-19 le ha dado al mundo, y a México en particular, una lección muy cara en DOLOR, angustia y MUERTOS, así como en costo MONETARIO de muuuchos dígitos, pero quién sabe si el país la aprenderá… El tiempo corre.

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