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Edición 413

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EL ESTABLISHMENT Y EL DÍA DESPUÉS DEL

“ASALTO AL CAPITOLIO”

Los denostadores de Trump no lo quieren para un segundo mandato presidencial

Salvador González Briceño

Cuando el río suena es porque agua lleva. Verdades a medias o fake news, qué más da, porque el camuflaje mediático lo pone todo en calidad de propaganda.

DESDE LA GEOPOLÍTICA se trata de operaciones de falsa bandera o acciones encubiertas, orquestadas desde las instituciones de seguridad y a nombre de los gobiernos, los militares o corporativos.

Se trata del evento del recién 6 de enero, el día calificado por los medios de comunicación estadounidenses como de “asalto al Capitolio”. Asalto, pero ¿de quién o por quiénes? El señalado es el presunto azuzador, el presidente estadounidense Donald Trump, el foco de atención, el objetivo.

Los medios —unidos todos en complot, sean los tecnológicos o los corporativos, al fin voceros del Deep estate—, artífices de la narrativa del “asalto”, se apresuraron a construir un discurso que no brinca el escrutinio de la realidad.

Porque según los medios, lo que aconteció el 6 de enero fue “uno de los días más oscuros en la historia de nuestras naciones” (día oscuro para las naciones); un día que “vivirá en (y para) la infamia”. Señalamientos burdos, pero al mismo tiempo peligrosas, con posibles secuelas de riesgo, o para construirlas con mentiras.

En otras palabras: falsas banderas para la construcción de grandes pretextos, o para construir escenarios ocultos, o incluso erigirlos en delitos graves. Porque fue el día en que “la democracia estadounidense fue atacada…”; pero no fue todo, la nación estuvo a punto de caer en manos de “fascistas”.

¿A cuenta de quién o quiénes? Al menos el objetivo es el “enemigo” Trump. Se trata de la construcción discursiva de un “día oscuro”, de “infamia”, de “ataque a la democracia” por “fascistas”; sarta de calificativos sin soporte, pero con un fin.

Es la relatoría de los medios del día 7, de la descripción de otra realidad. De la siguiente manera:

Ayer, mientras el Congreso se preparaba para aprobar la votación que respaldaba la victoria electoral de Joe Biden (para presidente del cuatrienio 2021-2024), miles de matones violentos de derecha (¿saben si hubo infiltrados?) irrumpieron en el edificio del Capitolio.

“Actuando de acuerdo con los deseos (?) de Trump, y con su respaldo (del presidente), estos terroristas nacionales invadieron las barricadas policiales (¡sic!) en un intento de derrocar al Senado (¡otro sic!) y preservar la presidencia de Trump (porque igual derrocando al Senado se preserva la presidencia de Trump).

“Afortunadamente, la policía pudo asegurar la situación, expulsar a los violentos alborotadores y el proceso democrático pudo continuar.” Vale.

Fake news o cero pruebas

Porque: No hubo “asalto”. No hubo “incitación”. Ni hubo “violencia”. Sin embargo, juicio lapidario, los disturbios terminaron con el enjuiciamiento del presidente Trump. Las fake news rindieron sus frutos.

Pero sin evidencias, o ¿cuál “asalto”? Porque no hay video alguno, entre los difundidos, en donde se vea que la policía trató de “contener a los violentos”. Todo lo contrario, se ve a la policía abriendo barreras y corriendo sin contener, para dejar pasar a los “alborotadores”.

Curiosamente los “matones violentos” respetaron las cuerdas divisorias de terciopelo y se mantuvieron en filas ordenadas; es más, se tomaron selfies con los policías, posaron para la prensa y cuando terminaron se les permitió salir tranquilamente. No hubo detenidos, solo hasta después.

Nunca se vio el resguardo suficiente en el Capitolio, ni de un cuerpo de seguridad numéricamente capaz o de la guardia nacional, si es que el caso lo ameritaba —con tantos violentos, matones y fascistas—, tarea de la instancia responsable de la seguridad interior, del FBI.

Regularmente frente a un detenido “sospechoso” acuden decenas de autos patrulla, pero en este caso no hubo vallas de contención suficientes, ante la amenaza de los “miles”. Si no planeado, por lo menos suena sospechoso.

Pero ¿cuál incitación? Todas las publicaciones de Trump en las redes sociales eran para instruir a la gente a “irse a casa”, “con paz y amor”, no que fueran a generar violencia.

El presidente dijo: “Estas son las cosas y los eventos que suceden cuando una victoria electoral aplastante y sagrada es tratada sin ceremonias e injustamente durante tanto tiempo (se refiere al “fraude electoral”). (Pero) vete a casa con amor y en paz. ¡Recuerda este día siempre!”.

Incitación no, en cambio mutis sí, desde el poder mediático de las redes sociales. Fue grave la violación del derecho a la libre expresión a un presidente, por la cancelación de sus cuentas de Twitter y Facebook. Un muy mal precedente de atropello de empresas que ya toman partido al bloquear las cuentas de Trump para impedir su propia defensa.

El pretexto fue que para prevenir la violencia, cuando en realidad ocultaban las denuncias de violencia que hizo el propio presidente Donald Trump. Porque el señalamiento de que Trump incitaba a la violencia es falso. No hubo tal. Como tampoco “armas químicas, bombas caseras o artefactos explosivos” —como una tipificación de terrorismo interior—. Siquiera un “alborotador” lastimó a nadie.

De los cinco muertos al menos uno fue baleado por la policía. Una “violencia”, la del 6 de enero fue tal que —según los medios—, contrasta con las “protestas feroces, pero en su mayoría pacíficas” del verano pasado, según la prensa del establishment.

Segundo Impeachment

Pero, eso sí, el motín hizo todo para terminar con la presidencia de Trump. La sesión de Congreso fue descrita por la prensa como “voto de confirmación” de la victoria de Joe Biden.

Cuando el vicepresidente Mike Pence, quien presidía la sesión conjunta, lo que hacía era permitir los discursos completos de todos quienes se oponían a las elecciones y sostenían el fraude.

Pero la violencia puso fin a dicha sesión en plena marcha, socavó los desafíos legales y de procedimiento de Trump, para terminar con cualquier posibilidad de anular el voto del colegio electoral. En cuanto terminó el “ataque” de los violentos, muchos republicanos que pretendían oponerse a Biden, eso sí, dieron la espalda.

La trifulca dio sus resultados. El golpe a la inversa estaba dando frutos. Valió la pena. Porque la llamada “incitación” de Trump a los alborotadores dio resultados: la aplicación de la enmienda 25ª, para dos cosas: a) poner fin a un periodo presidencial a punto de terminar —el próximo día 20 de enero, un tris—, y b) impedir la futura y posible postulación para el 2024 de Trump. Sacarlo de la jugada.

Luego entonces, la confabulación cuadró. Primero la prensa acusó a Trump de “traición y sedición”, luego Twitter y Facebook cerraron lo callaron. ¿Quién se benefició con este llamado “caos en el Capitolio”? Trump no.

Pero la arremetida creció, con voces que pidieron que todos los legisladores que respaldaron a Trump fueran “expulsados del cargo”. Como el The Washington Post que calificó y juzgó: “Los republicanos sediciosos deben rendir cuentas”.

Ah, pero todo se hizo no a nombre de la democracia, sino para proteger a la nación de los “matones neonazis”, de los “supremacistas blancos”, entre otras amenazas. Fue para “proteger la Constitución” y “prevenir un golpe”. ¿Qué golpe? Porque al menos los “alborotadores” de Trump no operaron golpe alguno. ¿Y los infiltrados?

Con estos acontecimientos se cuadra mejor que el sospechoso fraude tiene sentido, pero que se trató de un fraude estructural y no una necedad del presidente Trump. A eso apuntan las secuelas del mismo. A complot contra Trump. Por ello el segundo impeachment contra el presidente promovido por la líder de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi.

Por eso el ruido del agua, por el tamaño de las piedras. Los demócratas, pero sobre todo el Deep estate no quieren más a Trump en el poder, ni para un segundo mandato ni otro periodo presidencial. Es el establishment. Pero, lo dicho: el trumpismo está por escribirse.

 



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