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Edición 304

 

Conocimiento

no es sabiduría

 

EN EL PRIMER PERÍODO de gestión de la ahora desaparecida Secretaría de Programación y Presupuesto (SPP) -data inaugural de la tecnocracia en el poder público- se diseñó el pionero Plan Global de Desarrollo (PGD), de cuyo ensayo derivó al tiempo la ley maestra para la pretendida planeación democrática del desarrollo nacional. 



EL ÁREA POLÍTICA DE LA SPP fue sensible a dos aspectos de la nueva concepción de la administración pública. El primero de ellos fue el problema de comunicación de los tecnócratas con la sociedad civil. Al efecto, el entonces titular de esa secretaría, Miguel de la Madrid, abogado de origen, aceptó la elaboración del manual ABC de las Cuentas Nacionales que sirviera para “poner en cristiano” el caló utilizado particularmente por los doctores en Economía graduados en universidades extranjeras. 

Otro proyecto editorial, presentado en formato de revista con el título de Contextos, se dedicó a traducir trabajos de investigación académica -en especial de inspiración humanista- en los que se condensaba la preocupación filosófica sobre el riesgo de la inserción del especialismo en la selección de cuadros llamados “de excelencia” para la conducción administrativa del Estado. 

Uno de los contenidos de esa publicación que suscitó el interés de la Presidencia de la República por su divulgación tan masiva como pudiera lograrse, fue el que concluía que conocimiento no es sabiduría; entendido el primero como simple amontonamiento de datos, y la segunda como acumulación y expresión de experiencias humanas en las que se han fundado milenarias culturas y civilizaciones universales. 

Esos años, eran aún de inquietud latente entre especialistas en docencia mexicanos, porque, a la par que crecía la irrupción pública de los medios electrónicos -“la televisión destruye en la tarde lo que el maestro enseña en la mañana”, solía decirse-, se estaba marcando una tendencia en la educación básica, en cuyos programas se empezaban a desplazar materias como español, civismo y nociones de Ética. Una mal entendida modernidad, masificadora y mediatizadora en sus resultados, incluía la desaparición de la mística en el ejercicio magisterial. 

No es un dato meramente anecdótico, el que fuera la Secretaría de Gobernación (a cargo de don Jesús Reyes Heroles) -y no la de Educación Pública-, la que promoviera la creación de una peculiar comisión de mentores e intelectuales que formulara una iniciativa para la defensa del idioma español. La premisa era Orteguiana: La palabra es un sacramento de muy delicada administración. 

Poco más de una década después, ya con el Partido Acción Nacional en el poder presidencial, en la primera Cuenta Pública (2001) del sexenio de Vicente Fox, la Auditoría Superior de la Federación, en el capítulo correspondiente al Sector Gobernación, denunció no sólo incumplimientos fiscales de los concesionarios de la televisión, sino la transgresión sistemática a la Ley de Radio y Televisión, cuestión que subrayamos aquí por la naturaleza y el propósito de estos comentarios. 

Del apartado correspondiente, se recoge el dato de que, ya para el 27 de noviembre de 2001 (menos de un año del nuevo gobierno), la Dirección de Asuntos Jurídicos de la Dirección General de RTC (Radio, Televisión y Cinematografía) había emitido 40 observaciones y 167 extrañamientos en señaladas materias. Primera en el orden: Influencias nocivas o perturbadoras al desarrollo armónico de la niñez y la juventud. 

Corrupción del lenguaje, apología de la violencia, trasmisión de programas de contenido esotérico, de imágenes procaces y narcocanciones, y hasta burlas o mofa contra los interventores de la Secretaría de Gobernación, son otros preceptos transgredidos sólo en 207 ocasiones monitoreadas. 

Existe la convicción generalizada de que, en ese ancho universo de violación a la ley, el infractor sabe que resulta más barato pagar una benigna multa -si es que, al final de cuentas, llega a pagarla- que retirar una programación cuya facturación abulta y oxigena con creces las finanzas de las empresas transgresoras. 

Dos sexenios después de la auditoria comentada, pueden verse en pantallas televisivas trasmisiones como Cero en conducta o El chavo del 8, en las que, en dos salones de clases -donde grotescos actores adultos protagonizan a personajes infantiles- el quid, el insumo principal de los libretos, es el incesante ultraje, la odiosa vejación del maestro. Referirse a Laura ya parece una concesión al masoquismo. 

Lo absurdo del tema, es que una constante de estos días, consiste en que, desde las empresas concesionarias, por iniciativa propia o por bocas de ganso, se ejerce una desmesurada compulsión para la evaluación del magisterio. Es la asignatura de la que no se compadecen los impulsores de la llamada Reforma Educativa. 



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