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Edición 247

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editorial

A distancia del control centralista y centralizado de los mandos metropolitanos, la filial de Televisa Monterrey presentó el pasado 18 de noviembre un video del enésimo episodio de la guerra narca. En el pie de pantalla se anunció el material como ataque al refugio de guerra de exiliados en Ciudad Mier, en Ciudad Alemán, Tamaulipas. El código de comunicación sobre el tema, pues, se está asimilando al de los reportes de los  conflictos  bélicos más enervados en el mundo.

 

Por inevitable asociación de ideas, la expresión trascrita nos remite a los días en que el neoliberalismo empezó a implantarse a rajatabla en nuestro país. En la primera semana del gobierno de Miguel de la Madrid, secretarios de su gabinete anunciaron que su gobierno asumiría medidas, dolorosas pero necesarias, de una economía de guerra.

 

En 2010, las atroces consecuencias sociales del viraje en la concepción, conceptualización e instrumentación de las políticas económicas neoliberales se puede condensar en los términos del más reciente reporte del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: En el último año, México cayó del lugar 54 al 56 en materia de Desarrollo Humano, cuyos indicadores son Educación y Conocimiento, nivel de vida digno y vida larga y saludable. En el rubro de desigualdad socioeconómica, México ocupa el 49 sitio en la tabla mundial. ¿Cuánto hace que se afirmaba que nuestro país jugaba ya en las grandes ligas; que tenía ya su lugar en el Primer Mundo?

 

Otro enfoque de esas funestas consecuencias está expuesto en otro reporte de la propia ONU. La violencia en México se sintetiza en el siguiente cuadro: En el país, el número de homicidios alcanza ahora 14 por cada 100 mil habitantes (en la misma proporción, Canadá tiene uno y Argentina cinco); violaciones, 28 (Japón 1.8); asaltos a transeúntes 20.2 (Qatar 0.4) y robo de automóviles 149 (Qatar 0.2). A qué seguir.

 

En  reportaje publicado recientemente en Proceso, especialitas entrevistados sobre los horrores del combate al crimen organizado concluyeron que el número de ejecuciones entre 2006 y 2010 supera las muertes en las guerras de Independencia y contra los Estados Unidos, 23 mil en cada casos; en la de Reforma, ocho mil, y en la  guerra sucia 436. En ese corto periodo, el índice de muertes por cada 100 mil habitantes -sólo las relacionadas con el narco- se disparó de dos a 8.4 (más de 400 por ciento) y potencialmente puede llegar a 11 el próximo año y a 14 hacia 2012. La estimación estadística de esos estudiosos da para el periodo entre 18 y 20 mil viudas y 32 mil huérfanos.

 

Toda vida humana tiene un valor incuantificable en cualquier sociedad que se precie de civilizada, pero hay muertes que, por atentar directamente contra las libertades civiles y los derechos políticos, se inscriben en otra dimensión cualitativa. En los ataques a la Libertad de Expresión y el Derecho a la Información, durante los últimos 27 años 119 periodistas han sido asesinados y 15 desaparecidos; hipotéticamente, 12  permanecerían secuestrados.

 

En un esquema simplista, tiempo atrás de las conmemoraciones del bicentenario del inicio de la Insurgencia y del centenario de la Revolución mexicana, se especuló sobre la fatalidad de un nuevo movimiento armado. Existe éste, en efecto, con un estéril derramamiento de sangre. Estéril, porque, al menos los nuevos beligerantes -gobierno y jefes de los cárteles de la droga-, no aceptan la menor noción de que, para cambiar el actual estado de cosas, lo que se requiere es una profunda revolución de las conciencias. Y lo primero que se necesita para esta revolución, es tener conciencia. No la hay, ahí donde no hay inteligencia para medir los alcances de la sinrazón.

 

 

 

editorial

 

 

 

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